jueves, 1 de abril de 2010

Corazón de sirena (1ª parte)



Vacaciones de Semana Santa. Otra vez de canguro. No es que se quejara, adoraba a sus nietos, pero eran agotadores. “Sólo serán cuatro días” le había dicho su hija. Ellos trabajaban hasta el jueves a mediodía. Claro que ella no contaba los otros cuatro días, porque evidentemente se quedarían allí, con ella. Toda la familia reunida como en los viejos tiempos. “Para que no te sientas sola”, le había dicho. Olvidaba que ella ya no tenía la vitalidad de antes, que había ratos en los que le agotaba su energía desbordante. Pero como había dicho sólo serían cuatro días. Y los dos mayores eran muy formalitos. Josep, con sus trece años ya era todo un hombrecito. Le encantaba hacerse el importante, el hermano mayor. Eso sí, no había manera que te diera un beso, “eso es cosa de bebés, abuela” le decía cuando ella intentaba besarlo. Por suerte su pequeña princesita era tan cariñosa que siempre tenía para ella un abrazo, de esos tan apretados que parecía que se iba a quedar sin aire. Y un montón de besos. Pero claro Núria sólo tenía cinco años. Todavía creía en hadas y princesas, aunque ahora le había dado por querer ser mosquetera, como su muñeca favorita. Pero quién realmente le había robado su corazón era su pequeño duendecillo. Casi dos añitos, lengua de trapo y más travesuras que los dos mayores juntos. Adoraba al pequeño Oriol, tenía una sonrisa capaz de derretir los casquetes polares, algo que utilizaba cuando acababa de hacer alguna barrabasada.
-Abuela, nos contarás un cuento como el otro día.
-Sí, uno de esos de fantasmas que dan tanto miedo –le pide Josep emocionado.
-Jo, abuela. Yo quiero uno de princesas. ¿Tu abuelo no te contó ninguno cuando eras pequeña? –la pidió Núria ilusionada.
-Vaya rollo. Esos cuentos son aburridos, llenos de besos. No tienen acción, ni emoción.
-Chicos, calmaos. Os contaré uno que me contó mi abuelo. Hay princesas, pero también hay mucha acción. Y el abuelo siempre me juró que era una historia de verdad. ¿Queréis que os lo cuente?
-Síiiiiiiii –corearon los tres. Oriol afirmaba con su cabeza, mientras se acurrucaba en el regazo de su abuela.
Muy bien, niños. Pero no quiero que me interrumpáis. Mi memoria ya no es lo que era y puedo perder el hilo.

Cuando mi abuelo era joven le gustaba mucho el mar. Vivía en un pequeño pueblo costero. Un pueblo donde las casas eran blancas y las pequeñas barcas sembraban la playa. Entonces la gente no tomaba el sol, no estaba de moda; y la playa sólo era para las barcas y las redes. A él le gustaba mucho escaparse para ver atardecer en una pequeña calita cerca de su casa. Le gustaba por que podía disfrutar del paisaje y la magia del sol tiñendo de diamantes la superficie del mar antes de desaparecer. Un día, al llegar a su rincón vio a un anciano sentado en la playa. Era el más anciano del lugar. Decían que estaba algo loco, siempre hablando de su juventud, de sus aventuras en alta mar pues había sido marino en un mercante. Se sentó a su lado y lo saludó. Y él, mirándole fijamente a los ojos, le preguntó si estaba esperando a la sirena. Mi abuelo, intrigado, quiso saber a qué sirena se refería. El anciano se rió, una risa limpia, casi como la de un bebé, y le contó que a veces, a la caída del sol, solía llegar a esa cala una sirena. Él la había visto de niño, pero ella se marchó asustada en cuanto lo vio. Cuando lo contó en el pueblo nadie le creyó. Pero él soñaba con encontrarla, por eso se fue de polizón en un mercante. Por eso se pasó toda su vida recorriendo los siete mares. Pero no la había vuelto a ver. “Quizás tu tengas más suerte” le dijo, levantándose y marchándose.
Y mi abuelo me contó que un día, al llegar a la cala después de unos días alejado del lugar porque un temporal había azotado el pueblo, vio que en la orilla había un cuerpo tendido. Parecía uno de esos ahogados que el mar devuelve. Se acercó con cautela y descubrió que era se trataba de una joven. Estaba desnuda y cubierta de algas, conchas y todas esas cosas que arrastra el mar tras el temporal. Tenía el pelo larguísimo, de un color rojo fuego y la piel tan blanca y fina que parecía de nácar. Sintió una pena enorme, parecía tan joven, casi una niña. No podía estar muerta. Seguro que se había quedado dormida. Le tocó el hombro para despertarla, con cariño no como lo despertaba su madre, que casi le arrancaba un brazo cada madrugada para ir a ayudar a padre. Y para su sorpresa la joven se movió ligeramente. Mi abuelo la ayudó a incorporarse. Estaba muy débil pero viva. La miró a los ojos, tan azules como el mismo mar y le sonrió. Ella intentó levantarse, pero volvió a caer. Y rompió a llorar. Mi abuelo no sabía qué hacer, sólo era un niño. Le dijo que todo iría bien, que él la ayudaría. Vivía muy cerca, la llevaría a su casa, avisarían al médico y se recuperaría. Ella le miró sonriéndole, fue como si el sol hubiera vuelto a salir. Y le dijo que no era necesario, que pronto subiría la marea y ella se marcharía. Volvería a su mundo. Y en ese momento mi abuelo recordó la historia de la sirena que le había contado el anciano. “Eres una sirena” exclamó él. No era una pregunta, no sabía por qué pero sabía la respuesta. Pero ¿dónde estaba la cola? La sirena le volvió a sonreír. Quiso saber su historia, pero ella le dijo que estaba demasiado débil para eso. Pero le aseguró que si volvía al día siguiente, cuando la luna brillara, ella le contaría toda su historia. Pero le hizo prometer que no le contaría a nadie lo que había visto. Sería su secreto. Mi abuelo le juró que no lo diría a nadie. ¿Quién le creería? Le tomarían por loco. Pero le aseguró que al día siguiente volvería a verla. Le encantaban las historias.
Mi abuelo volvió a casa. Esa noche soñó con sirenas en palacios de coral rojo, rodeadas de caballitos de mar. Y nunca antes un día se le había hecho tan largo como ese día, esperando la llegada de la sirena. Pero por fin, con la luna llena iluminando las aguas, vio llegar a la sirena.
Se acercó a ella, justo donde las olas rompen. Se veía recuperada y feliz. Le sonrió, sintiéndose algo tímido. Ella se dio cuenta y se rió. Su risa era un sonido maravilloso. Y mi abuelo se sintió mejor. Y ella le habló:

"No he olvidado que te debo mi historia, si todavía quieres escucharla. Cómo ya te habrás dado cuenta soy una sirena. Bueno, en realidad sólo soy mitad sirena. Nací en una pequeña isla perdida del mar egeo. Mi madre era una joven mortal. Una princesa de un país perdido entre las montañas. La joven había contraído una extraña y grave enfermedad pulmonar y el frío clima de su país la estaba matando. Por eso el médico de la corte les había recomendado a sus padres que la enviaran a algún lugar al sur, cerca del mar; dónde el sol brillara con fuerza. Sólo así sería posible que la princesa sanase. Por eso la enviaron a esa isla. Allí, el calor del sol y el aire del mar hacían que se sintiera mejor y se recuperara. Cada mañana, muy temprano, justo cuando el sol salía, la joven acostumbraba a bañarse en una pequeña playa de arena blanca. Le gustaba bajar a la playa a esa hora y bañarse desnuda, jugando con los delfines de los que ya se había hecho amiga. Un día, dio la casualidad que el rey Tritón pasaba por aquella playa y al ver a la princesa quedó prendado de ella. Se acercó a ella con cuidado, no quería asustarla. Le llamaba particularmente la atención la larga melena de un color tan rojo como los corales de su palacio en las profundidades. Un color que contrastaba con la blancura nacarada de su piel. Cuando la joven reparó en la presencia del Tritón, lejos de sentir temor se sintió atraída por los ojos de él, tan azules y profundos como un mar sin fondo. Y en ese momento fue como si el mundo se detuviera. Y los dos cayeron presos de un hechizo, tan antiguo como el tiempo e inexorable como él. Desde ese día, la joven se escapaba a la playa todas las noches, y en ese mar que ya tanto amaba descubría la pasión en brazos de su tritón. Cuando descubrió que estaba embarazada, se sintió la más feliz de las mujeres. Al llegar el momento, ella daba a luz en una cabaña de pescadores cerca de la playa, y él nadaba nervioso entre los arrecifes. Así nací yo. Lo primero que hizo mi madre después de dar a luz, fue esa misma noche llevarme a la playa y sumergirme en el agua del mar. Y mis pequeñas y blancas piernecitas se transformaron en la preciosa cola de pez que has podido ver, y como si un instinto ancestral me guiase, empecé a nadar hacia la luna llena. Y recuerdo los brazos de mi padre rodeándome y su olor a salitre y yodo.
Pero pronto todo cambió. A mi madre le llegó un mensaje urgente de su familia. Su padre estaba muy enfermo, debía regresar a su reino para asumir sus funciones como princesa heredera. El deber le llamaba, debía irse y además no podía llevarme a mí con ella. Por eso una noche triste y oscura, mi madre se despidió de las personas que más amaba. Tenía el corazón destrozado, pero no derramó ni una lágrima. Ni siquiera quiso besarnos. Me dejó en brazos de mi padre y se marchó sin mirar atrás. Yo lloré y lloré durante horas, hasta que al final me quedé dormida justo al amanecer, en brazos de mi padre que no se había movido de esa playa. Y lo último que vi antes de dormir fue brillar una lágrima en sus ojos azules.
Con el corazón destrozado, mi padre se sumergió, abandonando esa playa donde tan feliz había sido. Y nadando veloz, pero con suavidad para no despertarme se dirigió a su palacio de nácar y coral, en lo más profundo del océano.
Desperté justo cuando atravesábamos las puertas del palacio. Para mí, que sólo conocía aquella tranquila isla y su pequeña playa aquello era lo más maravilloso que había visto nunca.
Su llegada había creado un gran revuelo, no en vano hacía muchas mareas que el rey había dejado su palacio. Toda la corte le esperaba en el gran salón, pero él no estaba de humor para una recepción oficial. Los despidió a todos menos a la más joven de sus cien esposas, una joven sirena con quien acaba de casarse poco antes de conocer a mi madre (y por ello todas la demás esposas se reían de ella por no haberlo sabido conservar a su lado).
-Quizás me odies por alejarte de tu hogar y de todo lo que amabas, y luego dejarte aquí abandonada y romperte el corazón. -le dijo -Si te sirve de consuelo, mi corazón también lo está en este momento. Pero hay algo que quisiera pedirte. -y señalándome le pidió, casi le suplicó. -Esta pobre niña acaba de perder a su madre y ha dejado atrás, quizás para siempre, todo el mundo que conoce para adentrarse en un mundo nuevo y misterioso para ella. Te suplico que la cuides tú, como si fuera tu hija.
Ella le miró incrédula. Como podía ser tan cínico de pedirle eso justamente a ella. Porque no se lo había pedido a cualquiera de las otras esposas. ¿Acaso quería terminar de destrozarle su maltrecho corazón? Pero en cuanto Tritón me dejó en sus brazos y me miró a los ojos, sintió algo muy especial por dentro. Y me abrazó con fuerza contra su pecho empezando a cantar una bellísima canción, que me hizo quedarme dormida en sus brazos.
Está bien, mi señor. -asintió ella. -Cuidaré de ella, como si fuera mía. Y ahora que veo el dolor que hay en tus ojos y en tu corazón he de decirte que lo siento, de veras. Pero déjame decirte que no se merece que sufras por ella, si de verdad te hubiera amado nada la habría separado de ti ni de su hija.
Tritón la miró, sorprendido y también admirado. Había esperado su odio y sus reproches, pero no había esperado esto. Y sus palabras encerraban una gran verdad. Desterraría a esa ingrata de su corazón, pues no se merecía ni una sola lágrima más.
Mi vida en el palacio de coral transcurría plácida y muy feliz. No echaba de menos mi vida anterior. A veces en mis sueños veía un círculo dorado y brillante sobre un azul más claro que el del agua donde vivía, y a una mujer de pelo rojo como el coral y los ojos verdes; pero sólo eran eso, sueños. Disfrutaba nadando por los océanos con mis hermanas mayores, que me enseñaban a hablar con los delfines y evitar a los tiburones, a cantar sobre los acantilados en las noches de luna llena.
Una de esas noches, descubrí algo que ya no recordaba. Al salir del agua y reposar en el acantilado mi cola de pez desapareció, transformándose en un par de piernas. Al principio creí que era normal y que a las demás también les sucedía. Pero me fijé en las demás y no, seguían con sus hermosas colas de escamas de colores, y no con esas pálidas cosas. No les dije nada por temor a que me dejaran de lado por ser diferente. Pero al volver a palacio se lo comenté a la que creía mi madre. Ella me contó la verdadera historia de mi nacimiento, de quién era en realidad mi madre y porqué al salir del agua del mar mi cola desaparecía. Que no me preocupara por las demás, todo el palacio lo sabía y todos me querían tal y como era. La abracé, y le aseguré que para mí no había otra madre que ella, que había estado siempre a mi lado, y que nada nos separaría.
(Continuará)



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7 comentarios:

Nicolás dijo...

eUn fortísimo aplauso, hada Jenghibre.

Una excelente narración y un cuento lleno de magia. ¿Qué mejor que la magia? ¿Qué mejor que soñar? En este mundo no hay nada igual. Sólo la magia y la fantasía pueden hacer maravillas increíbles. Este es un cuento maravilloso, porque reboza imaginación y magia en cada palabra y frase.

Me gusta mucho la introducción del cuento. Creo que esa antología se está escribiendo ahora mismo, y que lo estás haciendo muy, muy bien. ¡Sigue así! ¡Hacia adelante!

Me ha gustado mucho el recurso de la media-sirena. Es original y fresco, lleno de creatividad.

Así como detalle negativo puedo citar, tan sólo, la puntuación en algunos momentos, la falta de comas en otros, y en otros casos, la mala ubicación de las comas. Detalles secundarios. Lo principal, lo que es el cuento en sí misjo, me ha parecido genial.

¡Estoy ansioso por conocer las nuevas aventuras que aguardan a la joven sirena!

Nel Morán dijo...

Espero la continuación en silencio. Mi cola ni se moverá de su sitio.

Blogsaludos

Anónimo dijo...

Hola Nicolás.

Me alegro que te guste. Es un cuento muy especial para mi.

Sí, creo que esa adorable abuelita va a pasarse a menudo por aquí...

Y mañana por fin... el final de la historia.

Besitos de jengibre.

Anónimo dijo...

Hola Adivín.

Me alegro de verte de nuevo por aquí.
Como le he dicho a Nicolás, mañana tendréis el final de la historia. Espero que os guste.

Besitos de jengibre.

Anónimo dijo...

Por cierto, tengo un pequeño problema con los reproductores de música. Por eso veréis que la página está muda. Voy a intentar arreglarlo.

Canoso dijo...

Y se olvida para siempre de su amor terrenal?? voy a por la segunda parte.

Besos

Anónimo dijo...

Hola Canoso.

Me temo que sí, que se olvida para siempre de ese amor de juventud. Ella se lo pierde.

Besitos de jengibre

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