martes, 4 de octubre de 2011

El dragón mágico.


Ada se despertó emocionada. ¡Era un día muy especial! Llevaba varios días escuchando a sus papás hablar de ello. Ellos creían que no se enteraba, pero que apenas dominara su idioma no significaba que no les entendiera. Hablaban de fiesta, globos e incluso de un payaso... y sobre todo de muchos regalos. No sabía lo que eran todas esas cosas, pero sonaban muy bien. El día anterior, jugando en el arenero del parque, lo comentaba con otra niña que siempre se hacía la importante porque ya caminaba solita y llevaba zapatitos de charol. Pero ella tampoco sabía de que se trataba. Por suerte, llegó su mejor amigo, el pequeño Victor, que aunque era más pequeño que ellas, era increíblemente sabio e inteligente. Cuando Ada le explicó todo lo que pasaba en su casa, él se la quedó mirando con sus maravillosos y profundos ojos verdes, y con su sonrisa más amplia le explicó que lo que pasaba en su casa es que sus papás le estaban preparando una fiesta por su primer cumpleaños. ¡¡¡Cumpleaños!!! no sabía lo que era, pero sonaba muy bien. También le explicó que en esas fiestas se cantaba, se reía y se comían muchos dulces. Y también había regalos... ¡¡juguetes nuevos!!!

A Ada se le empezó a hacer la boca agua... ¡¡adoraba los dulces, aunque mamá no le dejara comer!!! La muy aguafiestas hacía siempre caso a ese señor horrible con esa odiada bata blanca que cada mes la pesaba. medía y le hacía mucho daño con aquella cosa gris que se le clavaba en el culito. Y ese siempre le prohibía todo lo que a ella le gustaba... nada de chocolate y mucha verdura... ¡eso no era divertido! Pero esa mañana Ada sólo pensaba en una cosa... ¡los regalos! Tenía muchos juguetes, demasiados decía una de sus yayas... Pero ella quería uno en especial. Quería un dragón de la suerte. Su papá cada noche le leía un libro maravilloso. Un libro sobre un niño increíblemente valiente, una niña muy enferma, pero sobre todo de un dragón de madreperla, precioso y afortunado. Y ella quería tener uno así. Quería surcar el cielo montada en su hermoso dragón. Quería ver muchas cosas y sus pequeñas pieriecitas apenas la sostenían unos pasitos... Papá siempre decía que un día aprendería a caminar solita y que entonces todo iría muy rápido. Crecería y volaría sola, y que ese día dejaría de ser su pequeña princesita. Entonces cerraba el libro con tristeza, la besaba en la frente y la arropaba para dormir. Ada querría poder dominar bien el idioma de los mayores y poder decirle que nunca dejaría de ser su princesa. Que por muy lejos que volara siempre volvería a casa a tiempo de escuchar su cuento.

Pasó la mañana como otra cualquiera. Bueno, en realidad no. Mamá estaba todo el rato dándole achuchones y besitos. Y le había puesto el mejor vestidito que tenía. Casi parecía una princesa de verdad. ¡Y con zapatitos de charol! Cómo le gustaría que la viera esa niña tonta y presumida. Y a la hora de la comida, mamá le tenía preparada una gran sorpresa... ¡le había preparado su comida favorita y nada de verdura!!! ¡Esto de los cumpleaños era maravilloso!!! Después de dormir la siesta (ella no quería, pero mamá insistió, le cantó su canción favorita, esa del dragón mágico que vivía en el fondo del mar, y se quedó dormida en un suspiro) empezó a llenarse la casa de gente. Allí estaban los abuelos, peleándose por quien de ellos era el primero en felicitar a su nietecita; también estaban sus tíos, incluso los que vivían lejos. Y sus amigos del parque, todos vestidos como recién salidos de una pasarela de moda. Ada se sentía muy feliz. Había una enorme tarta de chocolate y nata y al fondo de la habitación una montaña de regalos. No se lo pensó dos veces y gateó veloz hacia allí. Empezó por un paquete bastante grande con un enorme lazo rojo y llamativo. Tiró del lazo con toda la fuerza de sus manitas y... algo enorme, blanco y refulgente salió de la caja, volando veloz por toda la habitación para aterrizar suavemente en el regazo de la pequeña, que de la sorpresa había caído de culo. ¡Allí estaba su dragón! era pequeño, seguramente hacía poco que había salido del huevo. Y era tan blanco que casi parecía transparente, brillando con el fulgor de una estrella. Y tan suave como su Frankie (su osito de peluche favorito). Ada lo abrazó con fuerza contra su cuerpecito, Y ya no lo soltó en todo el día. Apenas prestó atención a los otros regalos, ni al payaso que hizo las delicias de los demás niños. Ella no se separaba de su dragón. No había vuelto a volar y se comportaba como un peluche vulgar, pero ella sabía que en cuanto todos se fueran, él volvería a volar para ella. Tan emocionada estaba con su regalo que no se dio cuenta que en la fiesta había alguien que no se divertía. Victor estaba en una mantita en un rincón, llorando desconsolado. Él no sabía ni siquiera gatear y se sentía solo y abandonado. Y muy triste, Ada nunca le había tratado así, al contrario, siempre le defendía cuando los otros bebés, que eran más mayores, no querían que jugara con ellos. Por suerte, el dragón si se dio cuenta y voló hacia el pequeño, arrastrando tras de si a la pequeña, que se negaba a soltar su juguete favorito. Entonces se dio cuenta de lo egoísta y cruel que había sido. Abrazó a su amigo y prometiéndole que jamás volvería a hacerlo le dejó jugar con el dragón. El pequeño volvió a sonreír y los dos estallaron en sonoras carcajadas.

Esa noche, Ada estaba tan excitada que apenas prestaba atención al cuento que su padre le relataba. Pero el cansancio pudo con ella, y abrazada a su dragón se quedó dormida. Y cuando su padre la besó en la frente pensó que tenía el mejor papá del mundo y que un día cuando el dragón y ella hubieran crecido lo suficiente, le llevarían volando con ellos a su mundo de Fantasía.

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