El archivo
del Ciervo de Plata
Para
V.T. ¡Feliz Cumpleaños, chere amie!
Varios
han sido los factores que conspiraron para que esta memoria de mi
amigo aparezca en esta serie de relatos que, en su más pura esencia,
reflejan los métodos de deducción y análisis que caracterizan a mi
amigo y que son la base de toda ciencia criminológica. Este es un
caso, por otra parte, extraordinariamente delicado en el que
intervino mi amigo un tiempo antes de resolver el misterio de Agnes
Windsor en Sussex. Su resolución involucró, en su momento, a dos
personas de una alta posición, y por eso se ha mantenida oculta lo
más posible la relación de hechos que desembocaron al final trágico
de Lord Brenstein.
El
reloj de la Catedral había dado ya la decimonovena campanada cuando
mi amigo cerró un libro de tapas marrones y plateadas. Su mirada
cruzó toda la salita hasta encontrarme a mí, que revolvía algunas
partituras en busca de una hoja de mis apuntes de Historia Universal.
-No
me negarás que todo esto ha sido, cuanto menos, verdaderamente
curioso -me dijo de improviso.
-¿Curioso?
¿A qué te refieres?
-Al
hecho de que dos perfectos desconocidos se hayan encontrado, hayan
resuelto un misterio y luego se hayan mudado a Londres para montar un
consultorio criminal. Eso es lo curioso. Que desde hace cinco años,
más o menos, podemos decir que hemos estado en estas oficinas y
conservamos aún la salud y el buen juicio.
-¿Cuando
tú dices salud y buen juicio...?
-...
Es figurativo, es figurativo. ¿Recuerdas que no creías que yo era
detective?
-Créeme,
si algo no haré en mi vida, ese algo será el olvidar aquellos
primeros días de julio. El verano más emocionante de toda mi vida
-finalicé con una sutil ironía.
-Tienes
razón, era necesario un segundo cadáver durante esas vacaciones. Me
he puesto a recordar...
-Pues
no se ha notado -bromeé.
-¿Qué
sabes tú sobre el caso del Ciervo de Plata?
-¿Consideras
que deba sacar la pluma?
-No
creo que a estas alturas cause inconvenientes la divulgación de los
hechos.
Fue
entonces como me predispuse a escribir la crónica de uno de los
pocos casos en que no fui compañera del señor EVans. El hecho,
aunque sencillo en un primer momento, no dejaba de tener ciertas
peculiaridades que gustan al estudioso del crimen y de los
razonamientos que se aplican a la deducción.
-Te
lo mencioné en nuestro primer encuentro -principió Adam Evans-. El
Ciervo de Plata ha sido, durante muchos años, un punto de encuentro
para los nobles adinerados de toda Inglaterra y Gran Bretaña. Su
nombre, no obstante, no es muy conocido por el vulgo, dada su
selectividad y el carácter exclusivo que tienen sus miembros. De
hecho, muy pocos son los nobles que pueden ingresar a las filas de
este club de caballeros. Hay pocas formas de entrar, por otro lado:
teniendo mucho dinero encima y un título nobiliario de importancia,
siendo hijo o descendiente directo de un miembro anterior u ocupando
la plaza que deja un miembro al morir. Lord Brenstein, un caballero
aristocrático, miembro de la Cámara de los Lores en el Parlamento,
un cuarentón muy adinerado y también muy solitario.
Sólo
el hecho de un crimen podía obligar a los representantes del Ciervo
de Plata a violar la estricta confidencialidad. Y eso fue lo que
ocurrió. Se le dio mucho renombre al suicidio de Lord Brenstein.
-¿Suicidio?
-Suicidio
-confirmó mi amigo-. El caso apareció en todos los periódicos, y
por algún sitio conservo una relación detallada del suceso que
organicé basándome en los artículos más completos.
El
señor Evans rebuscó entre unas viejas carpetas atestadas de papeles
y sacó varios folios de plástico.
-No
imaginas -me dijo al estudiarlos detenidamente- la gran cantidad de
material que el estudioso del crimen podría hallar si se dedicara a
profundizar en estos papeles. Casos tan importantes como el de
Aberdeen, el de la finca de Cornualles, el temible amaestrador de
lagartos, el látigo rojo, el misterioso caso de Margaret Holdacre...
Todas son perlas criminales que muchos quisieran poder tener. En
muchos de ellos has estado tú, en otros he tenido que intervenir en
solitario... Y por fin, aquí encontramos lo que nosotros más
anhelamos. El archivo del Ciervo de Plata.
-Amas
tu trabajo.
-En
absoluto -discrepó él-. Amo mi vida. Y mi vida no es trabajar, mi
vida es pensar. He sido constituido una máquina pensante para operar
de forma sistemática. Y mi operación es la siguiente: cazar
criminales. Pasaré a leerte la relación de hechos más completa que
pude elaborar.
“La
mañana de aquel sábado, cuando la camarera entró a la biblioteca
para abrir ventanas, sacudir un poco el polvo y ver si hacía falta
tinta o papel, encontraron a Lord Brenstein. Al principio, en
palabras de la camarera, al ver que estaba apoyado sobre el respaldar
de la silla y con el mentón sobre el pecho, pensó que estaría
durmiendo... hasta que vio la sangre.
”De
inmediato se alertó al director del Ciervo de Plata y se llamó a la
policía. Los primeros resultados arrojaron una clara evidencia:
suicidio. El cadáver había sido encontrado solo, en la biblioteca,
sin señales de lucha o agresión, con un abrecartas en sus manos
derecha y un profundo tajo en las venas de la muñeca izquierda. No
había nada sospechoso o que indicase la presencia de una segunda
persona a su alrededor.
”El
análisis más detallado y minucioso fue aún más concluyente. El
cadáver había muerto por desangramiento, y el análisis forense no
reveló nada extraño: Lord Brenstein no solía tomar medicación
alguna (se le preguntó a su médico de cabecera y se revisó la
cajonera de su hogar y el botiquín de su baño), y en la sangre sólo
se encontraron restos del alcohol, pertenecientes, sin duda, a dos
copas de vino y una copita de cremme de cacao que había bebido
durante la cena y después de esta. No tenía signos de violencia,
agresión o cosa por el estilo. No obstante, tenía una fuerte
contusión en la sien izquierda; según el examen forense, no era lo
suficientemente fuerte como para matarlo, pero sí lo habría dejado
inconciente. El golpe, decía el informe presentado a la prensa,
debería haberse cometido con un objeto fuerte y muy sólido.
”Al
estudiar los bolsillos de la víctima, no se halló nada fuera de lo
común. Tenía su billetera, con algunas identificaciones, papelitos
sin importancia y algunas libras. Un sobre con billetes por valor de
quinientas libras. Un cortaplumas con sus iniciales grabadas (un
regalo del club cuando un miembro lleva cinco años en el mismo), las
llaves de su casa y una pitillera de plata con las iniciales del
hombre y unos cigarrillos dentro (regalo que los miembros reciben al
cumplir diez años de permanencia en el Ciervo de Plata).
”La
noche anterior sólo había quince personas aparte de Lord Brenstein,
sin contar al personal de servicio. Salvando al director, había
catorce miembros regulares del club. Todos cenaron a eso de las siete
y media de la tarde, terminando la cena a las ocho y media. Luego
tomaron el café y finalmente el licor y los cigarrillos. A estas
alturas, cuando ya eran las nueve y diez de la noche, todos
comenzaron a dispersarse. Muchos se retiraron al salón de juegos,
para charlar y jugar al póker. Cinco o seis dijeron que irían a sus
habitaciones, entre ellos, Lord Brenstein. Los diez o nueve que se
quedaron en el salón de juegos pueden dar coartadas para los demás,
al menos hasta cierto momento. Pero las pocas veces que uno de ellos
abandonó el salón de juegos lo hizo en compañía de otra persona,
por lo que ya hay cierta seguridad... Claro que podrían haberse
complotado y estarse encubriendo el uno al otro; pero como la policía
manejaba la idea del suicidio, no se les ocurrió seguir haciendo
leña del árbol caído.
”La
versión oficial fue que Lord Brenstein había ido a la biblioteca a
pesar de decir que iría a su habitación. En cierto momento, decide
suicidarse. Toma el abrecartas del escritorio, se hace un tajo en las
venas con la mano correspondiente (se demostró que Lord Brenstein
era diestro), y perdió el conocimiento. Al perder el sentido, se
cayó sobre alguna superficie dura y se golpeó la sien. A causa del
golpe y la pérdida de sangre, murió sin recobrar el conocimiento.
El motivo del suicidio no fue tema de conversación, más que nada
porque parecía una hipótesis del todo creíble.
”Así
fue hasta que tomé contacto directo con el caso. No tengo que
relatar cómo llegué al Departamento de Investigación de Scotland
Yard aquel día, cuando habían pasado pocos días del hecho, y pedí
hablar con el inspector Suamson, quien dirigía la investigación.
Bastaron cinco minutos para que me echaran a patadas”.
-¿Qué
ocurrió luego?
-Después
de eso, querida amiga -explicó con una sonrisa irónica bailando en
sus ojos-, tuve que recurrir a los métodos extraordinarios. ¿Es
delito convocar a las fuerzas mayores para urgencias mayores?
-No
te sigo.
-Tres
palabras, mi querida amiga: Elizabeth Eleonor EVans.
Se
hizo un profundo silencio, sólo roto por el chisporroteante fuego
del hogar. Al final yo también había comenzado a esbozar una
sonrisa bastante insolente.
-Así
que la condesa de Delacroix sí ha ayudado en algo al joven detective
británico -comenté mientras soltaba una carcajada.
-Digamos
que, en atención a tantas burlas hechas durante mi pobre y triste
infancia, la condesa, mi prima, aceptó escribir una carta con cierto
tenor... Aquí está, para que lo entiendas.
Procedió
a dar lectura a la carta que adjunto aquí:
Al
inspector jefe Suamson de Scotland Yard:
Dejará
que Adam Evans investigue todo lo que quiera y mueva el cielo y la
tierra si le apetece. No lo hago por beneplácito a él, sino en
atención a mi pobre cordura, que se ve amenazada por la insistencia
de mi primo en convertirse en detective.
Mi
marido, que en paz descanse, tenía muchas y muy buenas relaciones
con la Corona Inglesa en vida y yo quiero seguir conservándolas.
Véalo de este modo: atentar contra los intereses de mi primo es
atentar contra mis intereses (poder descansar tranquila), y atentar
contra mis intereses es atentar contra sus propios intereses. La
Corona Inglesa sigue teniendo en alta estima a la joven viuda del
conde, que, por otra parte, resulta ser una ilustre ciudadana
londinense que estará siempre a favor de la Casa Real.
No
considere esto una amenaza, mas sí una advertencia amistosa.
Suya
afectísima,
Condesa
de Delacroix.
-Tu
prima me encanta -dijo mientras reía-. Me figuro que esto cambió
los ánimos de Scotland Yard, ¿no?
-Muy
a regañadientes -explicó mi amigo-, dejaron que me quedara a ayudar
con la investigación, y fue entonces cuando comencé a hacer notar
las dificultades del caso. A estas alturas, yo ya sabía que todo
había sido un asesinato.
-No
entiendo cómo -confesé, sabedora de que no sería capaz de
resolverlo.
-Es
algo verdaderamente simple, si nos ponemos a fijar nuestra atención
en el hecho y no nos desviamos. Había algo que contradecía
absolutamente todo lo que la policía pensaba.
-¿Qué
cosa?
No
lo sé, la verdad es que no lo sé.
-¿No
se te ocurre nada?
-Lo
siento, la verdad es que no.
-El
golpe, querida amiga -exclamó con fervor-. El golpe era la clave
todo el tiempo.
-No
lo veo tan concluyente -argumenté.
-No
veas el golpe solo, velo en su conjunto... -Permanecí en silencio-.
¡La posición del cadáver! Según los datos que teníamos, la
mucama había encontrado el cadáver sentado y con el mentón sobre
el pecho. -Simuló la posición que describía-. Prácticamente
estaba sentado.
-Entonces
no se pudo haber golpeado después de cortarse las venas -dije-. Si
el golpe lo noqueaba...
-Pero
por sobre todo -explicó-, la hipótesis del golpe necesitaba que el
cadáver estuviera caído en algún sitio. Podían haber pasado dos
cosas: o bien alguien había movido el cadáver de lugar, o bien Lord
Brenstein se levantó de la inconciencia y decidió morir sentado y
dignamente.
¡Alguien
tuvo que haberle asestado el golpe en la cabeza!
-Exacto
-convino mi amigo-. Alguien había noqueado a Lord Brenstein antes, y
alguien había simulado su suicidio. ¿La intención? En ese momento
la desconocía y no podía formularla. Lo que sí sabía era que era
conveniente disfrazar el asesinato en suicidio, de esa forma se
evitaban las investigaciones que podrían dejar expuesto al verdadero
asesino. Y así se lo hice saber al inspector a cargo del caso, quien
se quedó un rato pensativo y finalmente asintió. Esta fue, más o
menos, la charla que tuvimos aquella tarde.
“-No
voy a negar, joven Evans -me dijo-, que su razonamiento nos deja en
una muy mala posición.
”-En
peor posición quedarían -le recordé yo- si decidieran cerrar un
caso de buenas a primeras, exponiendo a que el nombre de Lord
Brenstein se vea velado por las sombras del suicidio y que el
verdadero asesino quede impune.
”-La
pista que usted me da, sin embargo, a pesar de ser bastante
determinante, no creo que sea concluyente. Esta demuestra, a lo sumo,
que nuestra teoría no estaba tan acertada.
”-Quizás
le suene raro, inspector Suamsong, pero he desarrollado la hipótesis
de que, si un asesino comete un error, no es demasiado difícil
encontrar nuevos errores. Basta un pequeño asidero, y luego todo
queda cerrado al fin.
”-¿Ha
encontrado algún asidero?”.
En
ese momento se quedó mirándome muy fijamente, intentando escrutarme
a profundidad. Le sostuve la mirada por unos instantes; al final él
cedió.
“-Tengo
algunas ideas -le dije-. Si usted estuviera interesado, yo podría...
colaborar.
”-¿Colaborar?
-La palabra parecía saberle mal en la boca-. ¿En qué sentido desea
usted colaborar?
”-Deseo
aplicar el recurso de colaboración ciudadana -expliqué con calma-.
No quiero que mi nombre sea publicado en ningún sitio, sólo
pretendo poder servir a la investigación desde un punto extraoficial
y apartado de las fuerzas de la ley. Ser un asesor externo de la
policía, si le convence esa explicación.
”-Haremos
algo -dijo el inspector mientras se ponía en pie-. Usted resuelva
este misterio, el misterio del Ciervo de Plata, o dénos al menos
alguna pista para reabrir el caso y declararlo asesinato. Luego
veremos cómo seguimos”.
Mi
amigo inspiró hondo e interrumpió su narración. Al final me vi
exasperada e insistí, pidiendo que se explayara más sobre aquel
particular.
-De
acuerdo -me dijo, reanudando su relato y juntando las yemas de los
dedos-. Desde ese momento tuve acceso a las huellas más jugosas del
caso, a aquello que en los medios de comunicación no se exhibe y no
se dice por temor al tumulto, a las habladurías o incluso al peligro
de que el criminal advierta que la policía se acerca a él.
-¿Y
bien?
-Pude
examinar con mayor atención el cadáver. Y lo que encontré fue la
gota que colmó el vaso. -Me tendió una fotografía bastante
deslucida de un antebrazo delgado y pálido. Admito que me tomó
bastante por sorpresa-. Esa fotografía es la que muestra la herida
en las venas de la muñeca izquierda -me comentó-. Tú sabes que he
hecho una especialización en heridas de arma blanca que ha servido
para muchos casos. Has de saber que este no fue la excepción. Cada
arma blanca tiene una forma específica que también guarda profunda
relación con la forma de herida que produce. Obviamente, el ángulo
de entrada, la intensidad, entre otros factores, altera en cierta
medida esa marca característica, pero el estudioso se aplica a
conocer todo lo posible esas diferencias que no alteran las
identidades. Y al ver ese antebrazo algo me llamó la atención. No
era la herida que un abrecartas podría inflingir, todo lo contrario.
Era la herida de una navaja.
-¿Pudiste
saber eso?
Mi
pregunta había sido en tono de broma, pero mi amigo me miró con
mucha seriedad al asentir. Los ojos fijos en el techo, prosiguió su
relato.
-Cuando
lo noté... entonces comprendí que ahí había habido algo muy
extraño. Sobre la procedencia de esa herida no había la menor duda,
era una navaja o cortaplumas, pero el porqué había sido todo un
misterio. No obstante, había una prueba final que se podía realizar
al abrecartas con el que, en teoría, se había cometido el crimen.
Es natural que si untas un cuchillo en mermelada el cuchillo tendrá
restos de mermelada. Ahora bien, si la mermelada está en el pan, y
cortas con un cuchillo ese pan con mermelada...
-...
quedarán restos de pan y mermelada en el cuchillo.
-Eso
mismo. Si el abrecartas había sido utilizado para infringir esa
herida, cortando las venas, la piel y el músculo, en el abrecartas
debían quedar restos de tejido muscular y epidermis. En efecto, un
análisis a la hoja del abrecartas demostró que sólo había sangre.
-Entonces
¿esa no fue el arma homicida? ¡El caso se ponía cada vez más
negro!
-Por
el contrario, cada vez más claro. Cuando leí el primer informe que
te pasé, una duda me había asaltado. ¿Teniendo una navaja en el
bolsillo, va y toma un abrecartas del escritorio? No era muy lógico.
-Aunque
no es concluyente -señalé.
-En
efecto, no lo era, pero fue esa la excusa para investigar la herida y
el abrecartas. Luego tuvimos oportunidad de estudiar la navaja del
occiso, que se correspondía con la herida pero no tenía restos
epiteliales ni sanguíneos... Llegado a este punto yo ya sabía, más
o menos, qué había ocurrido. El asesino se había manejado con un
alto grado de imprecisión, el asesinato no había sido planeado en
modo alguno. Primero ambos hombres habían estado en la biblioteca.
En el cenicero del escritorio en el que se encontró a Lord Brenstein
había dos colillas de cigarrillo. En esa época era joven e
inexperto, pero aún así podía reconocer las marcas de cigarros y
cigarrillos por las colillas. Una de esas colillas, de Dunhill, se
correspondía con los cigarrillos que tenía Lord Brenstein en la
pitillera. Pero el otro... la otra colilla era de un cigarro Blends,
notoriamente distinto al anterior, lo que me indicó que había
estado acompañado durante un rato, el suficiente para fumar un
cigarrillo. Por un motivo desconocido, el otro hombre golpea a
Brenstein en la sien con un objeto sólido, semejante a un
pisapapeles, y lo deja inconciente. Se da cuenta de que su situación
es peligrosa, por lo que decide que todo parezca un suicidio. Aquí
las cosas se terminan complicando notoriamente, principalmente por la
falta de premeditación del asesinato. Créeme, ma chere
mademoicelle, si yo hubiese estado en ese lugar...
-...
El mundo tiene mucha suerte de que la sangre criminal que corre por
tus venas se aboque a la resolución de crímenes y no a la
perpetración de los mismos.
-Yo
también me alegro, sobre todo pensando que mis tatarabuelos se
mataron mutuamente, un tío abuelo lejano murió apuñalado por una
banda de mafiosos, tengo un tío en prisión y la hermana de mi
abuela decidió abrir un prostíbulo hace años. Aún no lo he podido
encontrar.
Le
miré con picardía.
-¡Eh!
-protestó-. ¿Qué diantre estás pensando? ¡Quiero cerrar ese
lugar!
-Quería
ver cómo reaccionabas -me excusé-. Continúa.
-Espero
que haya sido sólo eso. De acuerdo. Si yo hubiese estado allí,
habría tomado directamente el abrecartas del escritorio y cortaría
las venas con ese instrumento.
-¿Por
qué no con la misma navaja de Brenstein?
-¿Cómo
podría saber yo que Brenstein tenía allí su navaja?
-Lo
pudiste haber revisado.
-En
efecto, pero en esta ocasión no fue así. Todo apuntaba a que el
asesino quiso disfrazar el crimen, pero lo hizo de forma inconexa y
sin premeditación. Tras noquear a Lord Brenstein, toma su propio
cortaplumas, semejante al que llevaba Lord Brenstein, y le corta las
venas de la muñeca izquierda. Luego se encuentra con la primera gran
dificultad del asunto: si quiere que se vea como un suicidio debe
dejar algún arma cortante que el mismo Brenstein haya tenido que
usar para quitarse la vida. El asesino no sabe que en el bolsillo de
Lord Brenstein hay un cortaplumas, por lo tanto toma lo primero que
tiene a su alcance, un abrecartas. Lo empapa en la sangre que sigue
manando y lo deja cerca de la herida.
-¿Y
a estas alturas?
-La
contradicción entre la herida y el arma blanca ya fueron suficientes
para hacerles sospechar. Ahí había habido una tercera arma, sin
contar la de Lord Brenstein y el abrecartas. Una vez demostrado el
asesinato, tuve una nueva entrevista con el inspector Suamson.
“-Creo
que debería haber confiado más en usted, joven EVans -me dijo ni
bien hube tomado asiento en frente de su escritorio-. Pero el
problema que se nos presenta ahora es el siguiente: ¿quién fue el
asesino?
”-¿De
verdad se ha convencido de que no ha sido suicidio?
”-La
teoría del suicidio no se sostiene con facilidad, así que sí, por
el momento, la versión oficial de la policía es que alguien ha
asesinado a Lord Brenstein. La misión de la policía, en
consecuencia, es encontrar al asesino de Lord Brenstein.
”-Y
creo que les tengo allanado el camino -dije con un carraspeo-. Claro
está -precisé-, sólo si se me permite seguir en la investigación”.
-El
inspector me miró de forma escrutadora y luego respondió:
“-No
creo que sea perjudicial para nadie. Puede seguir trabajando con
nosotros. Ahora bien...
”-Por
supuesto. El asesino de Lord Brenstein. Según la cronología, a las
siete y treinta cenaron, a las ocho y treinta consumieron café,
llegando a las nueve comenzaron a fumar y a sacar el licor. Por esa
misma hora, todos se desbandaron en dos grupos considerables, ¿no es
así? Había dieciséis personas aquella noche, sólo contando a los
nobles que son miembros del Ciervo de Plata. Trabajemos primero con
la hipótesis de que Lord Brenstein fue asesinado por una sola
persona, es decir, que no hay alianzas ni nada por el estilo entre
los nobles. Visto de este modo, las diez personas que se quedaron en
el salón de juegos tienen una coartada sólida para la hora en que
se cometió el crimen (aproximadamente, nueve y cuarto o nueve y
veinte). Sabemos que en algún momento alguien salió del salón de
juegos, pero siempre con alguien más, así que dejemos de lado a
estas diez personas.
”-Eso,
eso, que sigan jugando -dijo el inspector a modo de broma, cosa que
me hizo mirarlo con mucha extrañeza y cohibirlo en cierta medida.
”-Ahora
bien -proseguí después de dar un suspiro-, de las otras seis
personas que no tienen una coartada tan sólida, una de ellas es la
víctima, por lo que quedan cinco principales sospechosos. Si bien
esto es impreciso por el momento, debido a que la hipótesis con que
trabajamos puede no ser correcta, esto nos servirá para descartar
estas posibilidades y volver de cero.
”-Si
eso llegara a ocurrir -carraspeó el inspector-... Quiero decir, si
esas hipótesis que usted está manejando ahora no fueran
correctas...
”-Deberíamos
revisar los otros dos campos que ahora estamos descartando -expliqué
con sencillez-. Primer campo: alguno de los diez nobles que estaban
en la sala de juegos es el asesino. Segundo campo: algún miembro de
la servidumbre es el asesino. Por lo que, como puede comprobar, no
nos quedaremos tan en ascuas.
”-De
acuerdo -convino el inspector-. Siempre es bueno tener algún plan b
en la manga, ¿no le parece?
”-Le
sugiero que sigamos con el plan a por el momento -respondí-. Cinco
principales sospechosos. El perfil de nuestro hombre es el siguiente:
tiene que llevar a lo menos cinco años en el club el Ciervo de
Plata, tiene que fumar Blends, su navaja tiene que tener restos de
sangre de Lord Brenstein (coincidente en tipo y género), y debe de
haber tenido motivos para querer asesinar a Lord Brenstein.
”-No
entiendo algunos detalles -dijo el inspector.
”-Son
inferencias muy sencillas y poco arriesgadas, monsieur Suamson -dije
con parcimonia-. Usemos las leyes de sencillez y supongamos que el
asesino tenía una navaja como la de Lord Brenstein y la mayoría de
miembros del club, descartando así la posibilidad de que la haya
pedido prestada, robado o falsificado. La única forma que tiene de
conseguirla es perteneciendo al club, por lo menos, durante cinco
años. Luego está las cenizas y la colilla del cenicero. Sabemos que
Lord Brenstein fumaba Dunhill, su acompañante debía fumar, por lo
tanto, Blends.
”-De
acuerdo, es válido. Y además usted dice que la navaja del asesino
debe tener la sangre de Brenstein, esto también es aceptable. Pero
no sabemos de ningún motivo razonable por el que hayan querido
asesinar a Brenstein.
”-He
ahí la cuestión -comenté-. El que nosotros no lo sepamos no indica
que eso no exista. Por otra parte, es evidente que un motivo de peso
había, de lo contrario no explicamos porqué Lord Brenstein fue
asesinado”.
-¿Luego
qué ocurrió?
A
medida que avanzaba el relato, iba yo completando las páginas de mi
cuaderno de forma presurosa.
-¿Chocolate?
-preguntó mi amigo.
-Si
continúas tu historia acepto.
Me
dio un trozo bastante grande y prosiguió así su narración:
-Ocurrió
lo que debía suceder -dijo con un aire filosófico-. Buscamos
primero al más joven de esos cinco que no tenían coartada alguna,
sólo que había ido a dormir temprano. Sir Charles Nichols.
Veinticinco años, bastante adinerado y de buena posición. Un nene
mimado, podríamos decir en toda regla. Bastante tendencioso,
conocido jugador y algo sacado. Llevaba dos años en el club, por lo
que era improbable que tuviera un cortaplumas.
-¿No
es sospechoso? -dije yo-. Una persona a la que le gusta la juerga y
que tiene menos de treinta años, ¿no preferiría quedarse jugando
al póker en lugar de ir a dormir?
-Había
una razón de peso para no hacerlo -comentó Adam Evans con una
risita-. El hombre se había excedido un poco, el eufemismo del
siglo, con la bebida en medio de la cena. Gran parte de los
comensales lo atestiguan, que bebió no menos de tres botellas de
vino y una de güisqui.
-Podía
fingir la borrachera -aventuré.
-Pero
no el beberse todo ese alcohol -apostilló mi amigo-. Quedaban
cuatro. Dos de ellos, Lord Carmichael de sesenta años y Sir Burthon
de sesenta y ocho, no fumaban Blends, sólo cigarros puros, por lo
que quedaban descartados. Y nuestra lista quedó reducida a dos
sospechosos: Sir David Rosthon, de cincuenta años, y Lord Edgard
Digory, un treintañero que había entrado en el club hacía siete
años, al morir su padre.
Mi
amigo se desperezó, haciendo crujir sus huesos y bostezando
largamente. Después siguió:
-Se
llevaron a cabo los análisis de las respectivas navajas y fueron
positivos. Sólo en una de ellas había sido hallada la sangre del
tipo y del género correspondientes a Lord Brenstein. En la otra
también había sangre, pero...
-¿Qué?
-Era
sangre de pollo. Por lo visto, para el Cumpleaños de...
-...
por favor, no me lo digas, prefiero evitar esa imagen mental.
-De
acuerdo, de acuerdo. La sangre se encontró en el cortaplumas de Lord
Digory.
-Un
momento -reclamé-. ¿Qué hace un noble desplumando a una gallina?
Los
dos nos echamos a reír a más no poder. Cuando nuestras cajas
toráxicos no resistieron más, nos detuvimos entre jadeos y
sollozos.
-Cuando
se lo pregunté -recordó mi amigo-, Sir Rosthon comentó que le
había dado la navaja a su cocinero para la cena de Cumpleaños de su
esposa.
-Está
bien, ¿qué ocurrió con Lord Digory?
-Algo
que comprobará la genialidad de la mente humana. Sabes que nunca he
dejado de indagar todos los elementos del caso antes de formarme una
opinión del mismo, y ese no sería la excepción. Un detalle me
parecía curioso... el sobre con quinientas libras. Algo ahí me
escamaba, l llamémoslo intuición, y seguí indagando. El sobre no
tenía matasellos ni estampilla, por lo que no había sido enviado a
través del correo postal. Quedaban dos opciones: la primera, que
Lord Brenstein hubiera puesto ahí esas quinientas libras, para no
perder el dinero o cualquier otro motivo; la segunda, que Lord
Brenstein hubiese recibido el dinero en ese sobre. El hallazgo fue
interesantísimo. En la parte interna del sobre había escritas unas
palabras: “Espero que esto garantice el silencio de nuestros
secretos”. Apliqué mis habilidades de grafólogo profesional.
Conseguí una muestra de escritura de Lord Brenstein y supe de
inmediato que esa no era su letra. La de Brenstein era elegante y
estilizada, de formas curvilíneas y alargadas, en tanto que la del
sobre era pequeña y un tanto apretada, aunque legible y pulcra. Las
diferencias en los trazos, las intensidades, las formas de las
letras... todo difería. -Hizo una pausa-. DE la letra de Lord
Brenstein, pero no de otra letra.
-La
de Lord Digory -medio afirmé medio inquirí.
-La
de Lord Digory -confirmó mi amigo mientras asentía-. Al final, ante
el peso de las evidencias, terminó cayendo y confesó. Recuerdo
aquella tarde en especial, pues me dejaron intervenir en el arresto
en atención a mi contribución a la investigación.
“Tras
presentarle las pruebas que hablaban de su culpabilidad, el hombre
nos miró uno a uno, como queriendo guardar en su memoria nuestros
rostros, y luego habló con una voz quebrada por el dolor.
”-Yo
no quería matarlo -nos dijo-. Pero él quería interponerse. Él
quería destruirme.
”-¿Cómo
quería destruirle? -pregunté con cierto titubeo en la voz.
”No
puedo decirlo -escupió de forma nerviosa.
”-Hablaremos
muy claramente, Lord Digory. No tiene mucho que perder, por lo que,
si dice la verdad, quizá termine ganando algo más de lo que lo
haría si persistiera en la mentira.
”-Creo
que es cierto, y de todos modos, no tardarán mucho en descubrirlo,
si investigan un poco más. Veréis... Desde hace unos años, tres o
cuatro, me he dedicado a ciertas actividades ilícitas que exponen a
grandes riesgos a las personas que participan en esta actividad.
”-Usted
distribuye droga -sentencié.
”-¡Al
principio todo comenzó como un inocente juego! -exclamó el
asesino-. Era sólo entre mis amigos más cercanos, que forman parte
de la alta sociedad... Pero después, yo también comencé a sentir
lo mismo que ellos, que necesitaba cada vez más y más. Comencé a
vender a otras personas, de forma subrepticia y muy discreta, siempre
de mi círculo social. Todo el mundo recordaba a mi pobre padre,
confiaban en él y también confiaban en mí. Podía vender, y
conseguía más dinero, podía comprar más y consumir más... Llegué
a estar enfermo, aún hoy lo estoy. Y entonces él lo descubrió.
”-¿Lord
Brenstein supo de sus actividades?
”-Me
pescó consumiendo droga en una ocasión, cosa que no fue nada
anormal, pues muchas veces coincidíamos. Lord Brenstein había sido
amigo de mi padre cuando él aún vivía y me estimaba como a su
propio hijo. Al principio sólo quiso ayudarme, intentar que dejara
el hábito. Incluso me propuso visitar a un especialista en el
extranjero, pero yo siempre le contestaba con largos y lo dejaba para
más adelante. Hasta que finalmente supo que yo estaba vendiendo.
Entonces su actitud pasó a ser, de un padre amoroso que intenta
salvar a su hijo, a la de...
”-...
un hombre responsable que intenta hacer lo correcto.
”-Usted
lo ve así -me acusó el noble-. Pero yo lo veía de una forma
distinta. Me convino a dejarlo todo o a sufrir la indignación y la
condena pública. Le estaba arruinando la vida a muchos de mis
amigos, todo eso debía detenerse. Me presionaba cada vez que nos
veíamos. Y hace un mes me advirtió que estaba a un paso de avisarle
a la policía. ¡La policía! Eso no podía, no debía ser. Le dije
que intentaría dejarlo todo, ver cómo me las arreglaba, pero no
pude...
”-No
quiso -precisé.
”-Lo
intenté -suspiró el noble. Sus ojos comenzaban a estar anegados en
lágrimas-. Entonces pensé en sobornarlo, en darle algo para que se
quedara quieto. El día anterior, metí lo primero que encontré en
un sobre y se lo dejé en la puerta de su habitación del club...
Pensaba que con eso se aplacaría; de hecho, si quería más no me
habría molestado dárselo.
”-Pero
las cosas no fueron así. Al día siguiente, Lord Brenstein quiso
hablar con usted, ¿no es así?
”-Quedamos
en la biblioteca después de la cena -corroboró mi interlocutor.
”Allí
estuvieron charlando entre cinco y diez minutos, si los cigarrillos
no engañan. Lord Brenstein le debió haber dicho a usted que no
funcionaría el soborno, que no quería su dinero y que avisaría de
forma inmediata a las fuerzas legales.
”-Se
me vino el alma a los pies en ese instante -dijo el joven-. Quería
devolverme el dinero, quería denunciarme... ¡Por Dios! ¡Yo no soy
un asesino! Pero le pegué con el pisapapeles, y luego vi que estaba
desmayado, pero que aún respiraba... NO quería, pero debía
asesinarlo. Entonces se me ocurrió que todos creyesen que él mismo
se había quitado la vida. Le corté las venas con mi navaja.
”-Su
primer error -le hice notar-. La mayoría de los suicidios con ese
modus operandi presentan no menos de dos cortes en esa zona. Por otro
lado, luego tuvo que percatarse de que no podía dejar su navaja
allí, por lo que decidió dejar el abrecartas, que untó con la
sangre de Lord Brenstein. Y se fue, dejándolo morir...
”-No
podía hacer otra cosa.
”-Retractarse
y rectificar -le dije.
”No
soy un asesino, por Dios.
”-¿NO
lo es? Señor Digory, piense cuántas vidas ha estado a punto de
aniquilar por sus acciones, y hasta dónde llegó su desmedida
ambición. La vida... ¡Mon Dieu! ¡La vida! Que cosa tan frágil y
delicada, y con cuánta audacia muchos hombres creen que pueden
dominarla o tazarla a su antojo... No lo juzgo, pero creo que debería
arrepentirse y dolerse. Atraviese con dignidad el trance que le
aguarda, y confíe en la misericordia. Demasiadas tragedias tiene ya
este mundo como para añadirle una más”.
-Después
de la captura -siguió mi amigo-, recibí una carta del inspector
Suamson en estos términos:
“Muy
señor mío:
”Hemos
de agradecer la colaboración prestada en la investigación del caso
policial. Sus métodos, aunque un tanto atípicos, nos han servido
para evitar dejar sin resolver un crimen, determinando el homicidio y
al homicida.
”Si
en algún momento desea nuestra ayuda, o incluso volver a tomar
partido en una investigación policial, sepa que será bienvenido con
agrado. Mis más sinceras felicitaciones.
”Suyo
afectísimo:
”Inspector
Jefe Suamson,
Departamento
de Investigación de Scotland Yard”.
-Y
no hay nada más que decir sobre el caso del Ciervo de Plata. Ahora
bien, ya es un poco tarde, el tiempo vuela entre anécdotas, ¿no? Yo
iré a dormir. Aquí te queda el dossier con todos los documentos de
esta investigación, copias de cartas, muestras de escrituras,
análisis de sangre y fotografías.
-¿Y
el detalle más macabro de todo esto?
-Au
contraire, chere amie... ¿Nunca te has fijado en las letras?
Señaló
con su mano en dirección hacia la chimenea. Entre las fotografías,
casi en una posición relegada, brillaba tenuemente a la luz del
fuego un cortaplumas de plata.
Me
incorporé y caminé hacia allí para observarla mejor, y al fijarme
en ella descifré las letras. En la plata había dos iniciales: A.E.
-Un
momento -susurré.
No
recibí ninguna respuesta y sentí cierto silencio a mis espaldas. Al
volverme encontré la salita vacía, y oí que la llave daba dos
vueltas en la cerradura de la puerta del cuarto de mi amigo.
Entonces
fue cuando reí.
-La
plaza más inútilmente ocupada del mundo -dije en voz alta, hablando
más bien hacia la nada-. ¿Si no fuma ni bebe, y la interacción
social le causa repulsa, y odia a la clase alta, para qué?
Me
quedé un rato más en la sala, meditando sobre las estupideces que
cometen a veces los hombres.
Fin.
Nicolás Vásquez de Aragón
9 comentarios:
¿Lo digo otra vez? ¡Feliz Cumpleaños!
Y como siempre, gracias por publicarlo por aquí. Es un inmenso honor ver algo tan modesto en un sitio tan privilegiado.
P.S. Se siente bien retornar a los principios, ¿no? ¿Cuesta creer que estos blogs comenzaron hace casi dos años y medio, verdad?
Hola Nicolás!!!
Gracias a ti por tan generoso regalo.
Y ya sabes que me encantan las aventuras de esta singular pareja...
¡¡¡ya estoy ansiosa por saber que más misterios les deparará el destino!!!
Se siente muy bien retornar a casa, la verdad. No sé por cuanto tiempo, este año no está siendo nada fácil para mi. Pero no quiero volver a dejar esto desatendido.
Gracias de nuevo, y como siempre es un placer ser escaparate para tu obra...
Besitos de jengibre.
Por cierto... al final he optado por la sonata Claro de Luna de Beethoven. Me gustaba mucho la composición de Bach que me sugeriste, pero al final creo que esta es mas la atmósfera que creo que habría en el estudio de Adan Evans. Además, me imagino a Cath tocándola al piano...
Espero que no te importe...
hola Ginger,me dejas llamarte así?me gusta,pasé a saludarte,beso.
Sabes que confío plenamente en tus (ya podríamos decirlo, sin lugar a dudas, porque te lo has ganado a pulso) clásicas musicalizaciones (¿no pensaste nunca en ser DJ? vale lo mismo ser compositora de bandas sonoras). Por otro lado, no lo noté, a causa de que el flash player es la espinita clavada del Jaws, y lo seguirá siendo por los siglos de los siglos xD
Y ya... hay un par en la recámara, y algunas otras aventuras un poco más grandes. Pero esa es otra historia, y merece ser contada en otra ocasión ;)
Por cierto, esto de la ventana emergente sí que facilita las cosas, comentar se torna más fácil. ¡Gracias por modificarlo!
Hola Fiaris.
Por supuesto que puedes llamarme Ginger!!!
Nicolás es un estupendo escritor de policial. algo que me encanta y que a mi se me da fatal.
Besitos de jengibre.
Nicolás, siento mucho que no puedas escuchar la canción... Si eso ya te enviaré el enlace a youtube para que la escuches...
Esperaré impaciente las novedades de esa pareja que tanto me gusta...
Besitos de jengibre.
Y por cierto, no es necesario que me des las gracias... quiero que este lugar sea lo más accesible posible para vosotros así que son mas que bienvenidos vuestros comentarios y vuestras opiniones.
Besitos de jengibre.
Publicar un comentario