domingo, 28 de junio de 2009
Lyra.
Esta es la historia de Lyra, mi hermana del alma y mi mejor amiga en el bosque donde nacimos. Abandonamos juntas nuestro país para visitar vuestro mundo. Una vez allí ella eligió un pequeño pueblecito situado en un hermoso valle alpino, un lugar muy pintoresco y acogedor. Le encantaba pasearse por sus callejuelas, observando a sus habitantes, siguiendo sus vidas. Así conoció a una pareja de ancianos, que vivían en una encantadora casita, toda cubierta de flores trepadoras. Le encantaba observarlos pues entre ellos se veía tanto amor y afecto en cada uno de sus gestos y sus miradas, que Lyra quedo fascinada por ellos. Sobretodo le encantaba verlos despertar, pues cada día él la despertaba de la misma manera, le decía "buenos días mi estrella" y la besaba con un amor, una ternura que desarmaba... Estaba tan emocionada con ellos que poco a poco fue acercándose más a la casita, descubriendo con sorpresa que los ancianos la podían ver, y además la invitaron a entrar en su casa y compartir su desayuno. Les contó su historia, les habló del bosque donde nació, de sus hermanas, de como sentía que le faltaba algo, que tenía como un vacío en su interior. Ellos se sonrieron, sabían perfectamente que es lo que el hada andaba buscando, porque ¿de qué sirve la inmortalidad si no tienes a alguien a quien amar? Le ofrecieron quedarse con ellos por un tiempo, y ella encantada se quedó.
Aprendió con ellos muchísimas cosas sobre los mortales y sus sentimientos, y con cada día que pasaba en la compañía de los ancianos, iba deseando, cada vez con más intensidad volverse mortal. Así llegó el otoño, la época dorada de todas las hadas silvanas, y llegó de visita al pueblo Kaspar, un joven escritor, sobrino de la pareja de ancianos. Atravesaba una crisis creativa, se sentía vacío y seco por dentro, por eso creía que pasar una temporada en el campo le serviría para recuperarse, físicamente al menos.
Kaspar era un joven tremendamente tímido y reservado, soñador empedernido, con el cabello del color del trigo y dulces ojos color miel. Adoraba a sus tíos, a los que consideraba como sus padres, pues estos habían muerto cuando apenas era un niño y el había vivido con ellos desde entonces; aunque tuvo que marcharse a una gran ciudad para estudiar y conseguir su sueño de ser escritor, siempre volvía a la que consideraba su casa, por lo menos una vez al año. Estaba un poco preocupado porque sus tíos se hacían muy mayores y estaban solos, pero aunque había intentado convencerlos de que se fueran a vivir con él a la ciudad, ellos se negaban en rotundo a dejar su casita y su valle. Por eso al conocer a Lyra, se sintió agradecido al ver la solicitud y el cariño con que trataba a sus seres queridos. En seguida se acostumbró a ver su sonrisa cada mañana, cuando bajaba a desayunar y la encontraba cantando y preparando alguna de las sabrosas tartas que tanto le gustaban. Se sorprendió deseando pasar más tiempo a su lado, él que se había refugiado en esa casa para alejarse de todo contacto humano, ahora ansiaba de su compañía, se sentía muy bien cuando estaban juntos, no sabía si era por la calidez de su sonrisa o por sus ojos dorados y brillantes que parecían dos pequeñas estrellas que inundaban todo con su luz, o la musicalidad de su voz, alegre y cantarina, o por su risa que siempre terminaba contagiándole y haciéndole reír como no lo había hecho en meses; pero gracias a todo eso cada noche, cuando volvía a su habitación, era capaz de plasmar en un papel nuevas historias que volvían a cobraban vida en su cabeza. Y que puedo decir de Lyra, que en cuanto conoció a Kaspar, tan triste y desvalido, hizo todo lo posible por ayudarlo, consolarlo y sobretodo inspirarlo, pues está en nuestra naturaleza de hada ayudar a todo el que lo necesita. Cada mañana se despertaba muy temprano, pensando que nuevas delicias cocinaría para él, al que tanto parecía gustarle sus dulces, recogía las últimas flores del otoño para adornar su habitación; sin apenas darse cuenta, aquel vacío que sentía en su corazón fue llenándose, se sentía feliz cuando por las noches después de cenar, cuando los ancianos se retiraban a descansar, se quedaban hablando y Kaspar le contaba mil anécdotas de su niñez en el valle que la hacían reír como hacía siglos que no lo hacía.
El otoño fue pasando, llegó el invierno y con las primeras nieves Lyra y Kaspar se veían obligados a pasar más tiempo juntos, pues el mal tiempo no dejaba a Kaspar realizar los largos paseos a los que tanto se había aficionado; pero no le importaba, estar con Lyra era fascinante. Le gustaba ayudarla en la cocina, intentaban amasar un nuevo dulce, pero terminaban llenos de harina y riéndose como niños. Los ancianos los miraban y se sonreían, les alegraba verlos tan felices, estaba claro que entre ellos había nacido un sentimiento muy profundo aunque ninguno de los dos quisiera reconocerlo.
Por eso la anciana decidió hablar con Lyra, y una mañana mientras Kaspar había ido a buscar leña para el hogar, le preguntó que sentía por su sobrino. Lyra, al principio se sintió muy extrañada por esa pregunta, no sabía que contestar. Le dijo que solo había tratado de ayudar a Kaspar, que le dio tanta pena cuando llegó, había tanta tristeza en sus ojos, que la había conmovido, pero en seguida fue consciente que había algo más, ¿Cuánto tiempo hacía que no había vuelto a pensar en su bosque, ni en volver al país de las hadas? En ese momento fue consciente que estaba profundamente enamorada del joven escritor, que no deseaba volver a su mundo, que quería pasar el resto de su vida junto a él. Así se lo confesó a la anciana entre lágrimas, pues en ese instante también sintió el temor y la incertidumbre de que él no sintiera lo mismo por ella. Justo en ese instante entró Kaspar, y al verla llorar fue corriendo hacia ella, abrazándola y consolándola como si de un bebé se tratara, preguntándole que le pasaba, extrañado pues nunca la había visto llorar y esa visión se le había clavado en el corazón. Ella apenas podía hablar, sólo sollozaba entre sus brazos y en ese momento decidió hacer lo que llevaba mucho tiempo deseando hacer, besó sus labios, tan suaves y bellos como alas de mariposa. Al separarse, Kaspar se encontró de frente los ojos de Lyra, más brillantes que nunca y una amplia sonrisa dibujada en su cara.
Esa primavera se casaron, y yo fui su dama de honor. Fue una boda sencilla y bonita, y debo decir que lloré durante toda la ceremonia, de emoción pero también un poco de pena. Lyra había renunciado a sus alas, a su inmortalidad por vivir una vida mortal junto al hombre que amaba, eso significaba que un día nos separaríamos definitivamente. Y así se lo dije la noche antes de su boda, la última noche que pasó en nuestro bosque natal, pero ella me aseguró que nunca estaríamos separadas, porque dentro del corazón de cada una vivía un trozo de la otra, y eso nadie podría quitárnoslo.
La última vez que los visité, eran unos ancianitos tan unidos y enamorados como aquella vez… pero ahora rodeados de toda una familia numerosa, cuatro hijos y diez nietos que esperan emocionados las visitas de su “madrina”
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