sábado, 23 de julio de 2011

El archivo del ladrón de la Quensingtong Road.


Hoy tengo el placer de presentaros un cuento escrito por un gran amigo y fanático de la novela negra. Nicolás es un honor, como siempre, que me permitas publicar por aquí este relato. Y muchas gracias por la dedicatoria... mis neuronas andan algo oxidadas y no creo ser una gran investigadora... pero te lo agradezco de corazón. Infinitas gracias!!!!

El archivo del ladrón de la Quensingtong Road

Para una de las más grandes investigadoras que he tenido el privilegio
de conocer. Porque no sólo es una piedra de afilar para el ingenio,
sino que además tengo el beneplácito de ser contado entre sus amigos.
Muchísimas gracias, querida Ginger.

-Tiene que convenir conmigo -dijo el inspector Michael Brown- en que a
veces nos encontramos con casos extraordinariamente complejos.
-Mientras más complejo sea un caso más fácil es su resolución -me
adelanté a decir yo, sabiendo que a mi amigo le agradaría mucho esa
observación.
El inspector de la Yard me dirigió una mirada extraña y luego
prosiguió su discurso.
-No me refiero a ese tipo de complejidad. Sino otro tipo de
complejidad. Hay casos, como aquel que le presenté del accidente
indemostrable o el del obrero caído, en que resulta verdaderamente
difícil demostrar quién dice la verdad y quién miente.
Mi amigo y yo nos miramos con complicidad. Los dos sabíamos bastante
del inspector Brown como para pensar lo mismo al mismo tiempo: un
nuevo archivo a la colección.
En este punto de la historia, debe recordar el atento lector que,
durante un par de semanas, habíamos recibido la visita del inspector
Brown a modo de entrevistas cordiales. No obstante, tras el periodo
reglamentario de protocolo y etiqueta (o bien el periodo necesario
para comprobar que Adam Evans no lo mordería), el inspector manifestó
abiertamente su intención de ofrecer a mi amigo casos que, en su
opinión, resultaban imposibles de resolver, a modo de reto para
conocer los límites de mi compañero. Adam Evans, contrariamente a lo
que podríamos pensar la mayoría de sus allegados, aceptó de buen grado
la proposición del inspector Brown, ya fuese por aburrimiento o para
demostrar sus portentosas capacidades en la investigación.
Fue el mismo Adam quien me propuso el escribir estos breves bocetos de
casos a modo de archivos literarios. Serían pequeños casos en que la
intervención de mi amigo, dada a la aparente falta de pruebas, era
casi nula.
Sabíamos que en el último mes el inspector Brown había llegado con dos
casos bastante intrincados y se había ido con la solución de los
mismos. Esto último lo supimos claramente al ver las noticias de las
resoluciones de esos casos en los periódicos. Era lógico, por lo
tanto, que el hombre retornara al departamento de Backer Street en
busca de ayuda. Por otra parte, el aspecto desalineado, las profundas
ojeras y la ropa de dos días indicaban que había estado trabajando en
un asunto que se le escapaba de sus manos.
Michael Brown, a pesar de ser un poco pedante, era una buena persona.
Al menos, a diferencia de lo que hacían el resto de policías de la
Yard, no se dedicaba a envidiar y despreciar el talento de mi amigo,
sino que sentía cierta fascinación y admiración por ellos. Sin
embargo, ante todo el inspector era un inspector oficial, por lo que
no dejaba de manifestar su disgusto cuando mi amigo sacaba a relucir
las falencias de las instituciones oficiales de la ley. Él se debía
primero a su reglamento y luego a lo demás. Esto había generado una
especie de camaradería que consistía en que mi amigo tuviera cierta
indulgencia con el inspector, permitiéndole consultarle cuando este lo
creyera conveniente.
Se habían dado las condiciones necesarias para propiciar una
simbiosis en la que el inspector proponía y el investigador amateur
resolvía sin dificultad y con mucha pericia. Eran casos sencillos y
difíciles. Casos en los que la investigación convencional no
funcionaba y se necesitaba aplicar tanto la creatividad como la
lógica. Y esto era lo que atrapaba más a mi amigo.
-De acuerdo, adelante –urgió el joven detective-. ¡Cuente de una vez
para que ha venido!
-Quizás hayan oído algo en los periódicos -dijo el inspector Brown
ante la insistencia por parte de Adam-. El hecho es bastante reciente.
El caso, en breves líneas, puede resumirse en lo siguiente. Dos
personas, el señor Peterson y el señor Cooper, eran amigos y venían de
los barrios bajos de Londres, cerca del puerto. Hace unos tres meses
se lanzaron a las andadas y comenzaron a cometer ciertos crímenes que
revestían cierta importancia. Nada demasiado grande, pero no tan
pequeño como para pasar desapercibidos. Como dije, durante el periodo
de tres meses al que he aludido habían cometido tres robos con
intervalos más o menos regulares. Siempre a casas en donde se podía
obtener un buen botín pero en donde no se debiera arriesgar mucho el
pellejo. Y sí que han sido escurridizos, porque no les cogimos el
rastro hasta el tercer robo, cuando hirieron de gravedad a un civil y
a un policía y mataron a otro civil, y no los hemos pillado hasta el
cuarto, que acaeció el jueves pasado. Todo sucedió en la Suthong &
Marxtong de Quensintong Road, que es una casa de estos cachivaches que
algunas personas encuentran de gran valor.
-Yo mismo, sin ir más lejos -precisó el detective para evitar que el
inspector metiera la pata.
-Es lo que yo digo, que mucha gente lo considera muy valioso. Pero en
fin. Aquí fue cuando sucedió la catástrofe. Mientras el acto delictivo
se llevaba a cabo el señor Cooper sacó el revólver de la banda y quiso
apuntar al cajero para que se apresurara en recoger todo el dinero. No
obstante, apuntó mal y apretó el gatillo del arma (que el creía
descargada), motivada esta acción por el hecho de oír a lo lejos una
sirena y creer que había llegado la policía. El disparo fue encaminado
a su compañero, Charles Peterson, de veinticinco años, y murió casi
instantáneamente, no se habría podido hacer nada por él. En ese
momento llegó la policía, detuvo a Cooper y lo llevaron a la
comisaría. Allí él declaró que no sabía que el arma estaba cargada,
que él la creía inofensiva. Cuando se le preguntó porqué había llevado
un arma si la creía descargada, el hombre respondió que él y su amigo
no eran ni asesinos ni animales, que no querían volver a causar un
daño a otras personas y que la habían llevado sólo para intimidar.
Dijo que la iban a sacar cuando las cosas se pusieran difíciles con
los retenidos, sólo para generar el truco de la violencia.
-Prosiga, me está pareciendo bastante interesante.
-Después de eso se procedió a analizar la escena del crimen y el arma
con la que fue cometido el crimen. Se comprobó absolutamente todo. El
arma tenía las huellas de Cooper, pero también se encontraron huellas
parciales de Peterson. Se indagó más a fondo. En el tambor del arma
había cinco cargas, y las cinco balas casaban con la que estaba en el
cadáver de Peterson. Las muescas, el calibre, todo coincidía a la
perfección. Se encontró un casquillo del arma al lado de la puerta
principal, cerca de donde estaba Peterson y en donde se encontró su
cuerpo. Investigamos más a fondo: habían comprado el arma poco antes
de comenzar la serie de robos. Se requisó la casa de ambos, no había
más. Esa era el arma con la que se había cometido el homicidio. Y esto
es todo lo que pudimos conseguir. Sabemos quién disparó y con qué lo
hizo, pero ignoramos por completo si lo que nos dice Cooper es verdad.
¿Quién nos da la seguridad de que está diciendo la verdad? Por robo a
mano armada podremos condenarlo, eso está claro, pero hay un
inconveniente jurídico...
-... Existe una diferencia notoria entre el asesinato y el homicidio
-intervine, pues tenía conocimiento del tema-. Depende de la
intencionalidad con la que se lleve a cabo el ilícito.
-Es eso mismo -confirmó el inspector Brown-. Si no hay
intencionalidad, el cargo por el que se lo acusa es otro, y si se lo
halla culpable de este cargo, en el mejor de los casos, le
correspondería una sentencia increíblemente leve a lo que sería de
haber sido intencional. No sabemos qué hacer. Podríamos procesar a un
inocente de un crimen que no cometió (juzgarlo por asesinato
intencionado), o podríamos dejar a un culpable sin su juicio merecido
(lo acusaríamos sólo de homicidio accidental). Esta es la cuestión que
me ha mantenido estos últimos días en estado de alerta y que me ha
hecho venir, en última instancia, a usted.
-Siempre soy la última corte de apelación, por decirlo de alguna
manera -puntualizó mi amigo.
-Aún así -observó Brown-, no confío mucho en sus capacidades esta vez,
señor Evans. Todos tenemos nuestros límites, y no veo forma de dar con
la solución...
-Es que no ha usado la creatividad de la mano con la lógica. Quiere
más pruebas y no se percata de que todas las pruebas están aquí. Por
ejemplo, ¿tiene las declaraciones del sospechoso?
-Por supuesto, ¿cree que soy un inspector ineficiente?
-¿Es conciente, por lo tanto, que ese testimonio puede ser usado en un
juicio, no es así?
-Sí, pero no veo a dónde...
-¿Tiene ahí una copia del informe del caso?
-Últimamente no salgo a ningún sitio sin ella, para ponerme a
estudiarla en todo momento, confiando que...
-... ¡Vamos, hombre, la copia! -urgió mi amigo con fastidio evidente-.
Aquí se encuentra uno de los principales puntos para desmontar toda
esta pantomima.
El inspector le tendió una copia del informe y mi amigo la tomó con
avidez al tiempo que se ponía de pie y se encaminaba hacia la mesita
que quedaba justo en frente de la ventana. Apartó algunos libros y
tomó asiento, iluminado por la escasa luz natural que moría poco a
poco en el ocaso. Con un bolígrafo, fue trazando líneas y subrayando
ciertas palabras y expresiones. Se quedó en silencio, sin hacer nada,
mirando hacia el vacío del horizonte y luego comenzó a caminar por el
departamento sin rumbo fijo. Acariciaba los libros de las estanterías,
hacía entrechocar los instrumentos de química, revolvía algunos
papeles y tamborileaba en las muchas mesas de trabajo que salpicaban
el estudio.
Finalmente se detuvo al lado del piano vertical, sitio en el que yo
solía pasarme largas horas interpretando las piezas que a él más le
gustaban, y tocó sin mucha elegancia tres corcheas y una negra en do
menor. Cuando acabó el golpeado sonido, mi amigo se volvió hacia
nosotros y tomó asiento en un butacón bastante amplio y mullido. Subió
las rodillas hasta la nariz y comenzó a hablar.
-Le seré sincero, inspector Brown, este es el caso más simple que me
ha traído hasta este momento. El gran peligro de esto es dar demasiada
información. El buen artista será poco explícito en su composición,
sabrá cuándo es el momento en que debe detenerse.
-¿Y bien? ¿Qué ha sucedido de verdad?
-Puedo decirle que nada de lo que ha dicho Cooper es cierto. Aquí le
hago entrega de un primer boceto de mis ideas y de una serie de puntos
que podrán ser los que desmonten toda esta pantomima, como dije antes.
Esto puede ser aceptado en un tribunal, y a menos que el detenido
quiera cambiar su historia después de la vista judicial, me temo que
tendrá a su hombre.
-Usted quiere decirme que esto ha sido un asesinato.
-En toda regla. Todo está en estos papelitos. Investigue los puntos
que faltan de nuestro estudio, que he señalado claramente en el
segundo papel, y luego avísenos cómo ha quedado todo el caso.
El inspector Brown tomó las dos cuartillas de papel y las leyó por
encima, abriendo los ojos como platos, y balbuceó algunas frases de
despedida mientras salía a toda velocidad del departamento.
-¿A dónde iba? -pregunté.
-A resolver el caso, ¿dónde más? -replicó mi amigo-. Eh bien, chere
amie, ya tienes un archivo más para añadir a la colección. Un bonito y
florido nombre sería "El archivo del ladrón de la Quensintong Road", o
algo por el estilo; no lo sé, no soy escritor profesional.
-¿Quieres decirme cómo ha terminado todo esto?
-Mañana por la mañana -repuso-, si mis cálculos son correctos, verás
en todos los periódicos de Londres la resolución del caso, y sólo
entonces te explicaré el razonamiento que me lleva a conocer tan
fervorosamente la verdad.
En efecto, a la mañana siguiente, en todos los diarios de Londres
apareció la siguiente noticia:

BRILLANTE TRIUNFO DE LAS FUERZAS OFICIALES

La semana anterior informábamos a nuestros lectores de la muerte de
Charles Peterson, reconocido ladrón, a manos de su compañero Ernest
Cooper, quien aseguraba había sido un accidente. Ante las dificultades
que la policía observaba en este caso, la actitud oficial sería la de
sentenciar a Cooper por robo a mano armada y por homicidio accidental.
No obstante, uno de los brillantes miembros de Scotland Yard, el
inspector Michael Brown, haciendo gala de su manifiesta inteligencia,
ató cabos y comprendió que el detenido mentía, demostrándose así que
el asesinato había sido intencionado. Cuando se interpeló al acusado
de esto, demostrando la postura con pruebas bien argumentadas, Cooper
terminó desmoronándose y aceptando la culpabilidad del crimen.
El señor Ernest Horace Cooper, de veintisiete años, confiesa haber
planificado la muerte de su compañero, en venganza por un motivo
personal que no ha querido dar a conocer. Fuentes ajenas y que han
preferido permanecer anónimas nos hacen saber que es muy probable que
la riña se haya producido por un escándalo de poca envergadura con la
hermana de Cooper y el mismo Peterson. No podemos dar más datos, pero
todo apunta a que la discusión que llevó a Cooper a asesinar a su
compañero estuvo propiciada por un asunto turbio con la señorita
Beatriz Cooper.
El juicio se llevará a cabo...

Al leer aquella noticia había quedado pasmada. Debía saber en ese
preciso instante cómo diantre había llegado Adam a esa conclusión.
Confieso aquí con toda humildad que le había dado vueltas al asunto
toda la noche, y sin embargo no conseguía llegar a un buen resultado.
-Adam Evans –llamé.
Al ver que no respondía, me volví para buscarlo con la mirada. Lo
encontré al lado de la heladera, con un vaso de cristal en su mano.
Volví a llamarlo para ver si reaccionaba y al fin pareció salir de su
ensimismamiento.
-¿Quieres leche? -me preguntó mientras me ofrecía un vaso.
-Ya he desayunado, muchas gracias. Quiero saber cómo lo hiciste.
-Abrí la heladera, saqué el cartón de leche y me serví un poco
-contestó con sorpresa-. Es una de las operaciones más sencillas que
los humanos llevamos a cabo.
-No eso, gran tonto. ¿Cómo resolviste el caso de Brown?
Pareció buscar el recuerdo en los mares de su memoria hasta
encontrarlo y soltar una pequeña exclamación.
-¡Lo recuerdo! Sí... caso interesante.
-Dime cómo lo resolviste, sabes que no es bueno hacer sufrir a los demás.
-De acuerdo. El caso se presentó bastante sencillo desde un primer
momento, creo que no habría que reportarnos ningún mérito al haber
encontrado la solución. Hay varios puntos en los que podría hacer
foco, pero empecemos desde el principio. Tú asistes a la universidad,
¿no? Supongamos que tú vas a tomar una clase y necesitas apuntar lo
que dice el profesor. ¿Llevarías un cuaderno, no es así? Pero antes de
llevarlo te cerciorarías de que el cuaderno tuviese hojas en blanco
para poder tomar los apuntes, de otro modo llevar el cuaderno sería
contraproducente.
-El razonamiento es válido, aunque ha habido ocasiones en que me he olvidado.
-Exacto. Pero piensa en lo siguiente. En su robo anterior, Charles
Peterson y Ernest Cooper habían hecho daño, habían herido a dos
personas y matado a otra más. Cooper dijo claramente que sólo la
habían llevado para intimidar en caso de que fuese necesario, no
querían volver a hacer daño a nadie. Estamos hablando de vidas
humanas, algo un tanto más importante que el tomar nota en una clase
magistral; esto sí debe ser tomado en serio. Si de verdad hubiesen ido
sin la intención de hacer daño se hubiesen cerciorado de que el
revólver estuviera descargado, ¿no te parece lógico? Si su intención
era la de no cometer el mismo error de la vez anterior, y considerando
que son vidas humanas, deberían haber actuado un poco más en
consecuencia que el sólo hecho de no revisar el arma con la idea de
que seguro no estaba cargada.
-Tienes razón, pero pudieron haberla revisado y se les pudo haber
quedado alguna bala. Se han dado casos en que muchas armas antiguas
aún tienen balas en sus tambores. Mi tío Joseph se disparó en el
glúteo derecho mientras limpiaba un viejo rifle.
-En eso mismo pensé yo. Pero luego Brown habló del arma. Eran cinco
balas las que los peritos de la policía encontraron, lo que, contando
la que fue descargada sobre Peterson, hacen un número de seis balas.
En una revisión y descarga se te puede escapar una bala, a lo sumo
dos, pero jamás puedes descargar un arma sin sacarle ni una mísera
bala.
-¡Es claro!
-Aún hay más. Esto sólo bastaba para sospechar y quizás demostrar que
las cosas no eran tan simples como parecían. Pero estaba el otro
factor. Brown nos dijo que esa era el arma de la banda, la única arma
que tenían ambos.
-¿Y eso para qué nos sirve?
-Para ligar con lo anterior. En su último atraco habían asesinado a
una persona y herido a otras dos. Si sabemos que sólo tenían un arma,
y si suponemos con la navaja de Ockham que la muerte y los heridos
fueron provocados por arma de fuego, entonces tenemos un mínimo de
tres balas descargadas.
-Lo que significa...
-... Que después esa arma fue vuelta a cargar. Tenemos un mínimo de
tres balas usadas, pudieron haber sido cuatro, cinco o todas. Pero en
el caso de que hubiesen sido tres, nos encontramos con lo siguiente.
Si esa arma no hubiese sido cargada ni revisada, los peritos, al
momento de analizar el tambor, debían haber hallado sólo dos balas de
plomo. Estirando un poco las cosas, podrían haber encontrado una. El
hecho es que alguien tocó el tambor del arma después del último
atraco.
-Convengamos que pudieron haber usado todas las balas en el último
robo -dije para contrariar a mi amigo.
-Con mayor razón entonces. Si el testimonio de Cooper es cierto, la
muerte no debería haberse producido. Nadie se cercioró del arma,
porque el arma estaba descargada. Ahora bien, si el arma tenía seis
cargas, quería decir que alguien había recargado el revólver para ser
usado.
-Tiene sentido -comenté.
-En tercer lugar, yo conozco la Suthong & Marxtong de la Quensingtong
Road, y sé cuál es la distribución espacial de esa tienda. Sé que la
caja registradora está sobre el mostrador, que está al fondo de la
tienda, bastante lejos de la entrada principal. Si damos por hecho que
es más probable que el cajero se encuentre atendiendo el mostrador y
que no se mueva de ahí (sobre todo en medio de un robo), sería difícil
visualizarnos al cajero cerca de la puerta principal, en donde se
encontró el casquillo de la bala. Y en cuarto lugar... algo ya sí
menos sólido es determinar el motivo del disparo accidental. El señor
Cooper dijo que fue una sirena lo que le hizo pensar que la policía
estaba sobre ellos, por lo que apretó el gatillo sin saber que hacía.
Ahora bien, ¿quién había llamado a la policía por ese robo? Obviamente
no podían ser los empleados de la tienda, no tenían la oportunidad
apropiada. Pudieron haber sido los vecinos, pero ¿cómo sabrían los
vecinos que se estaba llevando a cabo un robo? Es más probable suponer
que un vecino oyera el disparo y luego notificara a la policía. Claro
está, patrullas hay por toda Londres, por lo que el señor Cooper pudo
haber escuchado cualquier otra sirena de cualquier otra patrulla que
no fuese la destinada a atraparle a él. Pero corremos con algo a
nuestro favor: que tenemos testigos de ese momento. El cajero y los
dependientes pueden decirnos si antes del disparo ellos oyeron o no
alguna sirena de policía. Claro que esto ya es más endeble.
-¡Pero Adam, es brillante! Esto pasará definitivamente a los archivos
de la colección.
Esa misma tarde recibimos la visita de Brown, quien se apersonó en
nuestras oficinas para darle las gracias a mi amigo y aclararle puntos
oscuros del caso. Según los resultados de la investigación (los
testimonios del cajero, los dependientes y el vecino que llamó a la
policía), los ladrones habían ingresado a la tienda a las cuatro y
veinte. A las cuatro y media, Cooper había sacado el revólver y estaba
apuntando al cajero. Ni el cajero ni los dependientes recuerdan haber
oído nada de una sirena, ni de policía ni de otro tipo. A las cuatro y
treinta y dos minutos, lo sabe el cajero porque veía el reloj en ese
instante, oyó el disparo que Cooper efectuó sobre Peterson. El testigo
que llamó a la policía dice que habló a la Yard sólo después de haber
oído el disparo, y los registros de llamadas revelaron que la denuncia
había sido recibida a las cuatro y treinta y cinco. Satisfizo la
curiosidad de mi amigo y nos dijo que en el robo anterior al de
Suthong & Marxtong habían descargado cuatro balas, yendo una a
perderse en una vidriera rota.
Cuando se marchó el inspector, pregunté a mi amigo:
-Hay algo que no entiendo de todo esto.
-¿Qué es?
-Cooper pudo haber asesinado a Peterson en cualquier otro momento.
¿Por qué arriesgarse a tener muchos testigos presenciales y que se
supiera tan campantemente que había sido él?
-No lo sé, pero tengo una teoría. Creo que, más allá de los motivos
que impulsaron a Cooper a asesinar a Peterson, existía el factor
incertidumbre. Si él lo mataba en secreto, había más probabilidades de
pasar como el principal sospechoso y un criminal capaz de asesinar a
sangre fría. No obstante, matando allí a Peterson se garantizaba la
duda de intencionalidad. Se sabría que él lo habría matado, pero la
pena tenía probabilidades de acortarse más por decretarse una muerte
accidental. Él cumpliría una sentencia mínima en prisión, y cuando
saliera podría disfrutar del beneficio de lo robado durante estos
meses, que aún no ha sido encontrado.
-Pero planificó muy mal todas las cosas.
-Au contraire, chere amie. Las planificó bastante bien, sobre todo el
hecho de recargar el revólver por completo, por si fallaba un disparo.
Pero él planificó absolutamente todo pensando que serían
investigadores de la policía los que llevarían el caso. La jugada le
salió muy bien, pues hasta el momento en que yo tomé partido todo
estaba a su favor. Su error fue no contar con que yo me haría cargo
del caso.
Silencio. El silencio del no decir nada más.
-Dentro de un rato hay una secuencia de sinfonías de Beethoven -dijo
mi amigo con naturalidad-. ¿Quieres venir conmigo?
-No entiendo cómo puedes disfrutar la música después de ver todo lo
que has visto.
-Es muy sencillo, chere amie. Porque pienso que la música es una de
las pocas cosas que escapan a la mancillación de las cosas mundanas.
Vamos, mi querida Catherine, olvidemos por un rato crímenes y
estudios, y disfrutemos juntos de los más inspirados y dramáticos
acordes que Beethoven nos dejó.

Fin.

Nicolás Vásquez de Aragón

4 comentarios:

Nicolás dijo...

Muchas gracias a ti, mi querida Jengibre. Y sabes que es un placer poder escribir y salir publicado por este rinconcito, siempre.

Y aunque pudiera parecer que no... ¿sabes? La banda sonora de Eduardo Manostijeras (al menos esto es lo que escucho yo, puedo equivocarme) le va bastante bien a este par XD

De nuevo, ¡mil gracias!

¡Elen síla lumenn omentielvo!

P.S. ¿Qué has usado como imagen de la cabecera? Curiosidad tengo :D

Anónimo dijo...

Hola Nicolás.

Has acertado!!! Es la banda sonora de Eduardo Manos tijeras. He querido recuperar para el blog la música con la que lo inauguré. He querido una vuelta a los orígenes del blog. He probado con varios reproductores y varias melodías. Pero creo que voy a dejarlo así, tal y como lo creé.

La imagen de cabecera es una pila de archivos y un sombrero de esos típicos de detective... ¿que te parece?

Gracias a ti por permitirme publicar tus relatos. Y por escribir tan bien...

Buen domingo

AlesanNa dijo...

oye que bonito cuento espeo pases por mi blog me gusta mucho tu espacio los colores todo todo todo yo soy nueva en esto espero tener una guia para poder sacarle el jugo a esta herramienta ya qu no se muchoo

Felicidadess sigue asii¡¡¡¡


tu amiga alesitha

Anónimo dijo...

Hola Alesutha.

Bienvenida a mi pequeño mundo. MUchas gracias por tu comentario y me alegra que te guste. Me gusta variar mucho el diseño, aunque ahora haya optado por este diseño, muy similar al de los orígenes del blog.
El cuento lo ha escrito Nicolás, uno de mis mejores amigos y gran escritor en ciernes, y seguro que le alegrará saber que te ha gustado. A él le encanta las novelas policíacas y se le da muy bien el género.

Lo dicho, bienvenida!!!!

Besitos de jengibre.

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