martes, 19 de octubre de 2010

El lazo rosa.


Había empezado con un pequeño bulto, apenas perceptible, pero perfectamente palpable y duro al tacto. Algo que antes no estaba. No quise preocuparme antes de tiempo, pero llamé a mi doctora para pedirle cita. Tras las pruebas de rigor el temido diagnóstico. Allí, sentada en la consulta, como quien espera el veredicto de un juez. A mi lado mi chico, apretándome la mano. Tan nervioso como yo, pero manteniendo la calma por mí. "Nos preocuparemos cuando tengamos que preocuparnos" me había dicho, mientras me abrazaba y secaba mis lágrimas cuando le hablé del bulto. Juntos escuchamos a la doctora hablar de los pasos a seguir, de los tratamientos, de probabilidades. Y juntos sentimos como si un terremoto sacudiera nuestras vidas. Porque eso es lo que pasa cuando te dicen que tienes cáncer. Miles de preguntas se agolpan en tu mente. Apreté fuerte la mano de mi pareja para llenarme de su fuerza e hice la pregunta más importante, ¿cuando empezamos la lucha? La doctora y mi amor me miraron casi con desconcierto. No se esperaban esa reacción. Como decirles que no había otra, que estaba muerta de miedo, pero que esconder la cabeza y lamentarme de mi suerte no me ayudaría a vencer a la enfermedad. Sabía que sería duro. Sabía que los tratamientos eran muy agresivos, que tenían efectos secundarios devastadores. Sabía también que podía morir. Pero tenía muy claro que no se lo iba a poner fácil. Iba a luchar con todas mis fuerzas.
A la semana siguiente entraba en quirófano. Cuando entraba en él, dije: "tranquilos, que enseguida salgo." Mi niño me besó, conteniendo las lágrimas, y mi madre, que no había soltado mi mano desde que me ingresaron, me dejó ir con un ligero beso en la frente. Respiré hondo cuando la puerta se cerró. Atrás dejaba a las dos personas que más quería. Pero algo dentro de mí me decía que todo iría bien. La operación fue un éxito y bastó con cirugía conservativa. Lo que significaba que no fue necesario extirpar toda la mama. Luego los tratamientos, radioterapia y quimioterapia. Largas sesiones en el hospital, donde te das cuenta que no eres única, que hay mucha gente que está pasando o ha pasado por lo mismo que tú. Y que se hace las mismas preguntas. Y te sorprende gratamente el vínculo que se forma entre nosotros. Una camaradería increíble. Algo que no había sentido fuera. Cada pequeña mejoría, cada vez que alguien terminaba su tratamiento era celebrado por todos. Y que decir del trato del personal sanitario. Tanto médicos como enfermeras. Me sentía protegida y arropada. Nunca me sentí sola. Recuerdo que el primer día, esperando en la sala para que me dieran el tratamiento, con esa cara de novata y el aire de conejillo asustado, una de las señoras "veteranas" se sentó a nuestro lado y nos tranquilizó. Y recuerdo que cuando yo ya era una de las veteranas también hice lo propio con las recién llegadas.
No diré que fue fácil. Hubo días en que no tenía fuerzas ni para salir de la cama. Pero descubrí que si me dejaba llevar por el desánimo, todavía me encontraba mucho peor. Por eso, aún en los peores días me mantenía activa, con la mente ocupada. Manteniendo el miedo a raya.
Luego vinieron las revisiones periódicas. Los nervios en el estómago antes de las visitas. Y las buenas noticias. Porque aunque cuando al principio te dicen que tienes un cáncer y no crees que pueda haber buenas noticias, resulta que sí que las hay, que diagnosticado a tiempo el cáncer se cura. Que se puede vencer a la enfermedad, como lo he hecho yo. Y lo mejor de esta historia es que cada día somos más las que lo hacemos. Por eso es tan importante la autoexploración mamaria y las mamografías periódicas. Por que son los "príncipes azules" de este cuento, los que consiguen que tenga un final feliz.


Quiero dedicar este relato de hoy, día internacional contra el cáncer de mama, a todas esas mujeres estupendas, valientes y luchadoras que se han enfrentado, se enfrentan o se enfrentarán en el futuro a esa enfermedad. Con él quiero expresarles todo mi cariño y mi solidaridad. Porque su lucha es la de todos. También quiero hacerlo extensivo a todos aquellos que padecen cualquier tipo de cáncer. Una enfermedad que algunos todavía temen incluso nombrarla y que muchos todavía asocian con la muerte. Para demostrarles a todos que no hay que temer a una palabra y que los avances en los tratamientos y en la detección precoz han conseguido que los índices de supervivencia sean hoy por hoy muy elevados. Y de ello puedo dar fe.







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6 comentarios:

Fiaris dijo...

Gracias por compartir con tod@s tu experiencia,un abrazo.

Los Fantasmas del Paraíso dijo...

Sabes de esto mucho más que yo, así que no tengo mucho que decir. Ciertamente lo del cáncer es terrible, y en uno como el de mama, que se puede detectar a tiempo con las revisiones que te marcan, es realmente importante seguir las indicaciones. Realmente son momentos muy difíciles y apenas puedo imaginarlos.

Un saludo.

Canoso dijo...

Bello tributo, Jengibre, en un día tan importante para todos (no solo para ellas).

besotes y buen fin de semana

Anónimo dijo...

Hola Fiaris.

Sí, supongo que es inevitable que una parte de mis experiencias se hayan filtrado en el relato. Yo también luché contra el cáncer, pero no el de mama. Pero para mi relato me he inspirado en mis tías y en muchísimas mujeres que conocí cuando me estaban dando la radioterapia. Con ellas compartí muchos momentos de espera y muchas conversaciones. Conversaciones llenas de vida y de esperanza. Y todas ellas me enseñaron muchísimo. Y quería hacerles un pequeño homenaje.

Besitos de jengibre.

Anónimo dijo...

Hola Fantasmas.

Bueno, creo que en casi todas las familias hay algún caso de cáncer, así que es algo que nos toca a todos bastante de cerca. Pero sí, es muy importante la detección precoz y en este caso es bastante fácil hacerlo si se siguen esas pequeñas pautas.

Besitos de jengibre.

Anónimo dijo...

Hola Canoso.

Cierto, todos somos importantes en esa lucha. No hay nada que los enfermos necesitemos más que el cariño y el apoyo de nuestros seres queridos. Ese sentir que no estás sola, esa caricia, ese cogerte de la mano en los momentos más duros. Eso te da una fuerza tremenda para luchar contra todo y superar la enfermedad.

Buen domingo y besitos de jengibre.

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