martes, 19 de enero de 2010

La promesa

Hace muchos, muchos años, en la ciudad de Toledo vivía un médico judío, el mejor de toda la ciudad, su fama era tanta que había llegado hasta el sultán. Cuando uno de sus hijos enfermó de una extraña dolencia fue requerido para que examinara al pequeño príncipe. Ninguno de sus “insignes” médicos reales, que decían haber estudiado en Ispahán con el gran Avicena, era capaz de diagnosticar que mal padecía el pequeño. El buen doctor consiguió determinar la dolencia que le aquejaba y tratarlo para que en unos pocos días estuviera curado. El sultán agradecido le nombró su médico personal, y le quiso recompensar concediéndole su mayor deseo... El pobre doctor se quedó pensativo, no quería agraviar al sultán, pero creía imposible que pudiera concederle su mayor deseo, pues era algo que no estaba en manos de ningún mortal. Su mayor deseo, y el de Rebeca, su amada esposa, era tener un hijo... pero Dios no les había bendecido con uno. Y aunque gran parte de su familia le aconsejaba que repudiara a su esposa y se volviera a casar con alguna joven doncella, y poder asegurarse una descendencia, el no podía ni siquiera pensar en dejar a Rebeca, de la que seguía tan enamorado como cuando la vio por primera vez, cuando eran niños.
El médico todavía guardaba en su memoria ese mágico momento. Había estado jugando con otros niños a la orilla del río, y como tantas veces, habían terminado en una pelea, en la que él había terminado con la nariz sangrando y bastantes magulladuras... Estaba bastante preocupado, sabía que se ganaría una buena regañina de su padre, cuando se fijó en una niña solitaria que estaba cogiendo flores silvestres. La niña, al verle sangrar, acudió corriendo a socorrerlo. Entonces él la reconoció, se trataba de Rebeca, la hija de Miriam la partera de la Aljama, una niña extraña y solitaria. Rebeca le cortó la hemorragia nasal, y le limpió algunas de las magulladuras. Y él se sorprendió a darse cuenta que los ojos de Rebeca eran del color de la miel, y había en ellos una dulzura, que hacía olvidar el resto de su aspecto, bastante descuidado y vulgar. Desde ese día se hicieron amigos, él le contaba historias de lejanos lugares y de aventuras, y ella le hablaba de las plantas y de sus propiedades...

Así fueron creciendo, y llegó un momento que los demás no veían con buenos ojos el que estuvieran siempre juntos, según ellos no era apropiado, y quisieron separarlos....."

El joven doctor tuvo que enfrentarse a su familia, que se oponían a su
amor por considerarla poco apropiada por su carácter rebelde y
extraño, además de poco agraciada. Incluso le habían concertado un
matrimonio con una bellísima doncella con muchas virtudes, la esposa
perfecta.
El joven doctor se opuso a los designios de su familia, y tras una
violenta discusión con su padre, este le expulso de casa,
desheredándolo y prohibiendo incluso la mención de su nombre.
El pobre joven abandonó el que hasta entonces había sido su hogar, tan
solo llevaba una pequeña bolsa con las escasas pertenencias que le
dejaron llevarse. Tenía la intención de ir a la ciudad de Córdoba,
donde quería estudiar medicina, algo que siempre había deseado pero a
lo que siempre se habían opuesto su familia. Pero antes de marchar
quería decirle a Rebeca que cuando se hubiera labrado un futuro para
los dos, volvería para casarse con ella, y ya nada ni nadie los
separaría jamás. Pero cuando llego a su casa, la encontró esperándole,
con una bolsa preparada y despidiéndose de su madre, que lloraba
desconsolada.
Al ver su cara de sorpresa, Rebeca le explico que si él se marchaba,
ella no quería seguir allí. Además, le dijo, ella tenía parientes en
Córdoba, que les acogerían.
La voz del sultán lo sacó de sus recuerdos. Le urgía a que le revelara su deseo. “Soy el sultán de los creyentes, mi palabra es la ley, tu pide y serás recompensado”. Ante estas palabras el buen doctor no tuvo más que confiarle su deseo, asustado ante la reacción del soberano. Era obvio que no podría recompensarlo y temía su furia y su castigo. Para su sorpresa, el mandatario no se enfadó, reconoció que eso sólo estaba en manos de Alá el grande y misericordioso, pero que por lo menos aceptara su hospitalidad, al menos por un día. Celebraría una gran fiesta en su honor. Pensó en Rebeca, que lo esperaría impaciente en casa; pero el sultán le aseguró que su esposa sería informada convenientemente del gran honor que se le dispensaba, así que no le quedó más remedio que aceptar. No era sensato enemistarse con tan poderoso señor.
El sultán dispuso que fuera tratado con los más altos honores. Fue conducido por dos sirvientes hasta los baños, donde disfrutó de las delicias de un baño aromático y de un masaje relajante que le hizo sentir mucho más joven. Los aromas de los aceites le transportaron a su juventud, a aquellos primeros días en Córdoba; se habían alojado con los tíos de Rebeca, que eran mercaderes de especias y aceites. ¡Cómo le hubiera gustado tener a su lado a la que tanto amaba!
Pero aunque el sultán no demostró su cólera ante el médico, no por eso dejaba de estar furioso. Él, el más poderoso había sido humillado por un simple medicucho y además judío. Eso era intolerable. Por eso mientras el doctor estaba disfrutando de las delicias de sus baños, él maquinaba la manera de que tuviera su deseo. Había dado su palabra y la cumpliría, costara lo que costara. Decidió que durante la fiesta le ofrecería el mejor vino especiado de todo el reino, y además le añadiría un potente alucinógeno. Mandó llamar a su hija mayor, la princesa más hermosa de la tierra y todavía doncella. Le ordenó que esa noche se vistiera con sus mejores galas pues debía pasar la noche con su invitado. Eso sí, no debería decir ni una palabra y marcharse antes del alba. La princesa, acostumbrada a obedecer a su padre y señor, se limitó a asentir con la cabeza aunque le extrañaba muchísimo la petición, siempre había vivido protegida, nunca había salido de palacio y había pena de muerte para aquel que se acercara a ella o la mirara si quiera. Se guardó sus dudas y miedos y se dispuso a cumplir la voluntad de su señor.
La fiesta fue digna de un rey. Los mejores músicos y las bailarinas más insinuantes. Un placer para los sentidos. El médico bebió el vino que le ofrecía el sultán. Sabía dulce y nada más beberlo embotó sus sentidos y confundió su mente. Se sentía eufórico y feliz. Al terminar se dirigió a los aposentos que le había asignado el soberano. Sólo pensaba en Rebeca, en lo mucho que desearía tenerla a su lado. Al entrar en la alcoba vio a una joven esperándole en ella. El negro pelo, suave y sedoso y sus ojos de miel le hicieron creer que era su esposa. La abrazó y la besó como si le fuera la vida en ello.
A la mañana siguiente se despertó con la vaga sensación que había tenido un sueño muy bello. Había soñado con Rebeca y aquella primera noche juntos. Pensó que el vino del sultán era realmente fuerte y que ya no estaba para esas fiestas de la corte. Se aseó y se preparó para volver a su casa. Al llegar, le recibió su esposa, le había preparado el desayuno como hacía cada mañana antes de que atendiera su consultorio. Mientras desayunaban le relató lo que le había pasado en palacio, pero omitió lo del sueño. No sabía porque lo había hecho, nunca le había ocultado nada, pero desechó este pensamiento, sólo era un sueño y tenía pacientes que atender.
La vida seguía su curso. Aquel incidente quedó olvidado rápidamente. El invierno trajo consigo una epidemia y el médico no daba abasto. Pasó el invierno y llegó una primavera cálida y muy soleada. La tranquilidad había vuelto a sus vidas.
Pero una mañana, nueve meses después de aquella fiesta en palacio, el doctor fue requerido urgentemente por el sultán. Pero esta vez requerían también a su esposa. Extrañados, acudieron a palacio lo más rápido posible. Les recibió el mismo sultán en persona. La princesa Noor estaba de parto y la cosa no iba bien, la vida de la joven peligraba. El soberano, con los ojos anegados de lágrimas le suplicaba que salvaran a su hija, que todo era culpa suya y que era demasiado joven para morir. Rebeca echó de la habitación a todas las mujeres que atendían a la princesa, que más que ayudar estaban estorbando, una vez solos examinaron a la paciente. Rebeca era una excelente partera, como lo había sido su madre. En seguida vio que el niño venía de nalgas y que la joven no dilataba. El doctor no se lo pensó, tenía que hacerle una incisión o morirían los dos. Miró a los ojos a la princesa para tranquilizarla y en ese momento recordó esa mirada y el sueño de aquella noche. Y tuvo un presentimiento, supo que aquello no había sido un sueño.
Ayudado por su esposa, practicó la cesárea a la joven y sacó al bebé. Era un varón que rompió a llorar con fuerza en cuanto Rebeca lo tomó en sus brazos. El doctor respiró, el bebe estaba a salvo, ahora debía salvar a la madre. Suturo la incisión en el vientre de la joven y la vendó cuidadosamente. Sí no había fiebre era posible que sobreviviera. Rebeca se quedó a su lado para cuidarla y su marido salió con el bebé a dárselo a su abuelo.
El sultán, al verlo se arrodilló en el suelo para agradecer a su dios que los hubiera salvado, que no le hubiera castigado por su arrogancia. Luego, sin querer coger al niño en brazos le confesó la verdad. Que ese niño era su hijo. Que lleno de ira por su osadía de pedirle algo que no pudiera conceder se juró que cumpliría su promesa. Le contó cómo le dio un alucinógeno con el vino y como ordenó a su hija que introdujera en su habitación y pasara la noche con él. Que ahora se arrepentía de su absurda decisión, que había cumplido con su promesa pero casi había perdido a su hija, su favorita, la más amada de todos sus hijos.
El médico no contestó, entregó el niño a una nodriza para que lo alimentara y volvió a la habitación. La madre dormía y parecía tranquila. Eso era bueno, no parecía tener fiebre, por lo que era posible que se salvara. Rebeca estaba a su lado, acariciándole el pelo y cantándole una canción de cuna. La miró a los ojos, debía explicarle la verdad. Temía romperle el corazón, sabía que la noticia le dolería y era posible que eso matara el amor que ella sentía; pero sería sincero, ella no se merecía una mentira. Pero no hicieron falta las palabras, de alguna manera ella lo sabía. Y en sus ojos vio que no estaba enfadada, vio la misma dulzura de siempre. Y vio que amaba a ese niño con todo su corazón.
Pero la princesa, a pesar de los cuidados de Rebeca, no pudo superar el postparto y murió a la noche siguiente. El sultán estaba destrozado por la muerte de su hija, pero sobre todo por saberse el culpable de su muerte. Le suplicó al doctor que se llevara al niño con ellos, y le pidió que lo perdonara por su orgullo y su insensatez. Y besando la frente del bebé lo entregó a Rebeca. Sabía que estaría bien cuidado, que sería muy querido y que crecería feliz… que estaría bien alejado de alguien que había sacrificado lo que más quería por una absurda promesa.

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19 comentarios:

Nicolás dijo...

¡Excelente cuento, Jengibre!

El final me ha parecido agridulce, y eso me ha encantado, puedes creerlo. En mi opinión profesional (risas del público) creo que has sabido llevar muy bien el conflicto de la historia, y eso, en un cuento, es fundamental. El argumento es sólido y tiene un buen fundamento. Los personajes están bien construidos, y la transformación del Sultán -que pasa de hombre vengativo, a persona arrepentida por sus acciones- me ha parecido bastante bien llevada.
Como ya he dicho en otras ocasiones, no soy muy partidario de los FF (Finales Felices XD), y este cuento me ha cautivado porque el final, si bien tiene un elemento de felicidad, está teñido por otro de amargura y con un poco de tristeza. Hay algunos detalles (cosas secundarias y carentes de importancia) que también he notado, pero eso se resuelve con facilidad y no vienen mucho al caso.
¡Excelente historia! Me ha gustado mucho.

Los Fantasmas del Paraíso dijo...

Realmente tiene un aire como... no sé... me sugiere algo oriental, o antiguo, o algo así (y no sólo por el "hace muchos años" xD; no sé por qué). Debe de ser el ambiente que creas, o algo así.

Coincido contigo, Nicolás, en lo del final. Muchas veces se fuerza un final feliz, y acaba siendo casi inverosímil. Muy bien llevado.

Y me quedo con algunos detalles que creo que hacen que el cuento esté muy bien construido, como lo de la profesión de los tíos y alguna cosa así. También lo de las analepsis en medio del discurso, remitiendo a la huida de los amantes, está muy bien pensado.

Y por decir algo negativo... no sé, veo algo difícil lo de que un sultán desvirgue a su hija con el primero que se lo pide. Pero bueno, todo puede ser, peores cosas hicieron los reyes con sus hijas.

Anónimo dijo...

Muchas gracias Nicolás.

Me alegro que te haya gustado. Después de Isolda me apetecía hacer algo diferente. Y esta era una idea que llevaba guardada mucho tiempo. Era el momento de sacarla.

Sí, supongo que por culpa de Disney tenemos la idea que los cuentos tienen que tener un final feliz, y eso no es cierto. La mayoría de los cuentos de Andersen tienen finales agridulces (La sirenita, la pequeña vendedora de cerillas...) y no por ello son menos bellos.

Anónimo dijo...

Fantasmas, bienvenido de nuevo.

Bueno, está ambientado en Toledo en la época de la reconquista. Una época que siempre me gustó, tiene algo de romántico (supongo que es influencia de las leyendas de Becquer).

Bueno, piensa que el sultán vio puesto en entredicho su poder por un simple médico, tenía que demostrarle cuan grande era su voluntad. Supongo que podría haberle enviado una exclava o alguna de las mujeres de su harén... pero ¿cómo estaría seguro que era hijo del médico? Era un hombre acostumbrado a que sus deseos fueran órdenes que o se cumplían o se pagaba con la vida, no pensó en las consecuencias.

Y sí, la historia esta llena de barbaridades...

Me alegro de que te haya gustado, significa mucho para mí. Después de Isolda me quedé un poco vacía.

Nel Morán dijo...

Hola Jengibre, yo soy un pelín agrio y me gusta que las historias sorprendan y a la vez que jueguen con los personajes, no dejándoles que se cumplan sus deseos. Tú historia está a medio camino. Yo jugaría más con esos personajes, de tal manera que el amor no fuera tan puro, el sultan fuera más perverso y quizás su hija fuera un poco putón verbenero. Pero ésa es mi forma. Me satistace tú historia, aunque me gustaría que le hicieras una versión más ácida y la removieras entera, es un buen juego de creación. Saludos y ánimo.

Anónimo dijo...

Hola Adivín Serafín.

Me temo que todos los personajes me han quedado demasiado tópicos, demasiado planos.
Gracias por tu sugerencia, me gusta la idea de darle una vuelta de tuerca a la historia, a ver que sale. Tengo mucho que aprender todavía.

Un abrazo.

Los Fantasmas del Paraíso dijo...

Las leyendas de Bécquer! Hace dos cursos tuve que leer algunas (ya casi no me acuerdo, recuerdo vagamente la de Maese Pérez el organista y una titulada Ojos verdes o algo así). También tuve que leer las Rimas en 4º de la ESO.

Y estoy de acuerdo con Adivín Serafín en lo de la hija del sultán: hubiera sido interesante verla en plan putón berbenero xD (aunque claro, luego cómo se sabe que el hijo es del médico?). Lo de la versión ácida podría estar bien. Es más, estaría bien hacer varias variaciones sobre la historia: ácida, con final feliz completo, con un médico ambicioso y ególatra, con un sultán cruel, con un médico astuto... "Variaciones sobre la promesa". Podía ser un buen ejercicio de construcción de personajes xD.

Anónimo dijo...

bueno, bueno, que no soy J.K.Rowling... Sí ya me cuesta escribir un cuento normal, uno con finales alternativos... XD

Acepto las sugerencias pero no os prometo que salga bien la cosa. Pero bueno, de los errores se aprende.

Pero lo de la princesa "ligera de cascos" es un poco difícil porque no sería creíble. Estamos en la época de la reconquista, la pobre estaría confinada en el harén, custodiada por guardas eunucos. Pensáis que podía irse de ligue así como así...

Eso sí, finales alternativos hay varios:
a- El medico se queda con la princesa y su hijo y repudia a la esposa.
b- la esposa despechada mata a su rival, al marido y se suicida.
c- la princesa resulta ser lesbiana y está enamorada de una esclava cristiana.
y d- el final feliz: el sultán se encariña con su nieto y lo nombra heredero, el médico por fin deja embarazada a su esposa y tiene gemelos cual Ana Rosa Quintana, y la princesa se casa con el sultán de Brunei y lleva una vida de lujo y derroche. Y todos felices y comiendo perdices.

Os toca elegir uno e intentaré desarrollar la opción ganadora. No lo he hecho nunca y no garantizo el resultado...

Los Fantasmas del Paraíso dijo...

Bueno, es cierto, la verdad en esa época las princesas no tenían mucha libertad (y porque no estaba en la parte cristiana, que si no acababa en un convento).

Y me quedo con la opción b xD. Creo que el principal escollo es que no quede demasiado forzado, pero confío en ti! xD

Anónimo dijo...

Un voto para la opción b...

Gracias por la confianza... ya veremos que sale. Pero esperaré una semana a ver si hay más votos para desarrollar el final elegido.

Canoso dijo...

Genial relato, jengibre, me ha cautivado hasta el final, me gusta, felicitaciones.

Nicolás dijo...

Hm... yo no veo poco creíble que el Sultán haya entregado a su hija para la maquinación del plan... Después de leer cómo un rey dejaba confinadas a sus cuarenta hijas (todas de madres diferentes) en un castillo para que le sirvieran en todo a todos los visitantes que llegaran... la verdad es que estoy curado de espanto. XD Oh, lo olvidaba, el objetivo del Sultán que encierra a sus cuarenta hijas es dejar tuerto a todos los que por allí pasen... así que creo que persigue un fin vengativo.

¿Finales alternativos? Hum... bueno, la verdad es que soy de esos que piensan que uno crea a un personaje, lo deja suelto, y él decide cómo será el cuento. Es decir, que no se guía siguiendo su propio impulso, sino, dejando ser al personaje. Así que creo que esta ha sido la historia del médico judío. No obstante, sí me parece una buena forma de practicar la estructuración de personajes, como Fantasmas dice más arriba.
La opción del Final Feliz (FF) no me gusta demasiado; principalmente por ser muy empalagosa y ser demasiado, demasiado, demasiado Disney.
La opción A, ahora que la veo mejor, me parece una buena tentación, y la verdad es que me gustaría ver a un médico ambicioso y siniestro, ungiendo intrigas y planes para dejar fuera de lugar a su esposa. Pero hay otra que me resulta mucho más apetecible.
La C generaría disturbios y muchos conflictos de intereses, pero veríamos principalmente una confrontación entre los deseos del Sultán y los de la princesa.
La B es realmente muy tentadora, demasiado, diría yo. Tiene un aire trágico, triste y profundamente siniestro. ¡Magnífico! No me mal entiendan, es que estoy demasiado harto de los FF. Además, tiene toda la pinta de ser una telenovela brasileña. Y, claro está, en la realidad acaecen miles de situaciones similares casi todos los días. Así que podrás extraer mucho material para desarrollarlo, y estoy plenamente convencido de que tienes las capacidades literarias y narrativas requeridas para desarrollar ese final. Siendo, además, una admiradora de La Dama del Misterio, creo que te resultará un ambiente bastante familiar. Como sugerencia, sería interesante que pusieras a un antepasado de Hércules Poirot investigando el crimen (nada demasiado profundo) al final del cuento. Algo como: “Y así, los cortesanos del Sultán, tremendamente angustiados por la desdicha que había infortunado sus vidas, llamaron a un portentoso investigador belga que había adquirido mucho renombre en países orientales”… ¡El cuento podría llamarse “Herencia de sangre”! XD Bueno, todo esto último de Hércules Poirot ya son divagaciones mías, pero lo cierto es que me gustaría ver desarrollado el final correspondiente a la opción B.

Anónimo dijo...

Hola Canoso, sé bienvenido.

Me alegro que te haya gustado. Vuestra opinión es muy importante para mí, porque así voy aprendiendo.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Nicolas, perdóname, no vi tu comentario...

Otro punto más para la B...
Pero una cosita... ¿no crees que sería muy obvio quién es la asesina? Y la investigación mejor se lo dejo al gran Jack Ryder que domina la técnica mejor que yo..

¿Nadie elige la C? Esa sería una versión transgresora. ¿Os imaagináis la cara del sultán cuando le confiese que tras tantos años confinada entre mujeres, se a enamorado perdidamente de una esclava del harén y que pasa de "hacerle el trabajito" al médico que además no es precisamente joven ni guapo?

Los Fantasmas del Paraíso dijo...

A mí es que me parece que la C ya se escapa un poco de la historia del médico, ¿no? Sería para hacer ya un relato totalmente distinto, lo cual tampoco estaría mal.

Por cierto, me he fijado en lo de Nicolás de las "telenovelas brasileñas", y es que me ha hecho gracia porque aquí nomalmente las llamamos colombianas, o puede que mexicanas xD.

Anónimo dijo...

No, si al final esto va a termianr como La historia Interminable, que de una historia salen cien. Pero me temo que yo no soy Michael Ende. Así que esa "es otra historia y merece ser contada en otra ocasión..."

Bueno, yo las llamó "culebrones venezolanos" desde que veía La dama de Rosa (el único serial de esa clase que he seguido y más que nada porque la veía mi madre y sólo teníamos una tele..)

Los Fantasmas del Paraíso dijo...

Cierto, cierto. De hecho, venía a comentar expresamente porque se me había olvidado lo de culebrón venezolano en la entrada anterior xD

Anónimo dijo...

Cielos, espero que no me quede tan lacrimógeno como esas series. No me imagino a la esposa despechada cuchillo en mano y diciéndole al marido: "Victor Augusto Carlos me traisionaste, te acostaste con esta perdida y ahora pagarás por ello. Cómo pudiste hacerme esto a mí, que te he dado mis mejores años..."

Los Fantasmas del Paraíso dijo...

xDDDDD jamás te llevarás la hasienda xDDD gente que muere y luego no, hijos inesperados, hermanos secretos, "ambición y poder", secretos de familia xDD

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