sábado, 31 de octubre de 2009

Isolda (quinta parte)

Isolda no era muy feliz en el internado. Había intentado congeniar con las otras chicas, pero desde el primer momento éstas la trataron como una advenediza.

Y la cosa no era mucho mejor con las profesoras. Recordaba el primer día, cuando la directora la recibió en su despacho y saludó afectuosamente a su madre, de quien dijo que había sido una de sus mejores alumnas. Entonces era todas sonrisas y amabilidad. Que distinta era ahora, toda severidad, y su sonrisa había quedado reducida a un perpetuo rictus de desaprobación. Enseguida se dio cuenta de lo muy diferente que era de su madre. No es que no supiera comportarse como una señorita bien educada. Hablaba un inglés perfecto, incluso mejor que algunas de sus compañeras; dominaba el francés con una soltura impresionante para alguien de su edad; tocaba el piano con corrección. El problema era que no ponía el corazón en lo que hacía. Su mente siempre vagaba por mundos imaginarios.

Además no le gustaba jugar al criquet, en realidad a ningún deporte. Únicamente le gustaba montar a caballo. Daba largos paseos por los terrenos del colegio, pero siempre en solitario. Y era rebelde y conflictiva. La directora tuvo que reprenderla duramente por pelearse con una compañera. Precisamente con la joven más encantadora y dulce del colegio, Annabel, la hija de Lord Rockwell, la mejor y más educada. A la pobre le había dejado feos moratones en la cara. Esperaba que no le quedaran marcas, era la más bonita de todas sus pupilas. La directora pensaba que lo había hecho por envidia y celos.

Lo que ella no sabía era que la “dulce” niña era en realidad una arpía egoísta y mandona, que se creía la reina del lugar, las demás eran sus súbditas y hacían lo que ella decía. Pero Isolda era demasiado rebelde para pasar por aquello. Por ende Annabel no dejaba pasar la ocasión de ser desagradable con ella, pero claro, delante de las profesoras se hacía la niña buena que quería ayudar a la recién llegada. Isolda soportó muchas de las pesadas bromas que le hizo, pero cuando llegó al extremo de insultar a su padre, no pudo ni quiso evitar el enfrentamiento. Recordó las peleas de su infancia, y le dejó la cara como un mapa. Le costó muy caro, porque evidentemente la directora creyó en todo momento a su favorita, pero valió la pena, hizo resurgir a la auténtica Isolda. Dejó de preocuparse por ser aceptada y volvió a ser ella misma. Lo bueno fue que después de ese enfrentamiento, las niñas se mantenían apartadas, ya no se burlaban, le tenían mucho miedo.

Como castigo le prohibieron los paseos a caballo y le impusieron la tarea de ayudar a la Señorita Lemon, la bibliotecaria. Aceptó el castigo impasible, en parte porque no le importaba demasiado, y en parte para que nadie notara lo mucho que le gustaba la tarea. La biblioteca era el lugar menos frecuentado por sus compañeras del colegio; así que estar rodeada de libros y lejos de esas frívolas, superficiales y egoístas era más un premio que un castigo. Lo peor de todo fue que la directora escribió a su madre explicándole el incidente. Y su madre, que siempre la había ignorado, le escribió una carta (la primera que le enviaba en meses) para decirle lo muy decepcionada que estaba de su comportamiento. Por suerte, junto con esa carta, recibió una de Manuel ¡desde París! Eso la emocionó. Desde que había llegado a Londres no había recibido noticias de él, a pesar de que ella le había escrito cada día desde que se habían separado.

La vida de Manuel tampoco había sido fácil desde que Isolda se había marchado. Ese mismo día abandonó el palacete y regresó con su familia. Sus padres le recibieron con los brazos abiertos, pero para sus hermanos era sólo un extraño con el que tendrían que repartir la escasa comida que tenían. Además creían que debido a su salud tan delicada no podría trabajar en ningún sitio y sería una carga. El pobre chico se había resignado a dejar sus estudios ahora que su benefactor había muerto. Sentía nostalgia de su amiga, pero aunque le había escrito cada día, no tenía respuesta. Buscaría un trabajo, tenía que ganar dinero para cumplir su promesa. Costara lo que costara, iría a buscarla.

Pero no se imaginaba que equivocados estaban todos. Al abrir el testamento del padre de Isolda, este deparó algunas sorpresas. La principal beneficiaria de su patrimonio era, evidentemente, Isolda; sin embargo mientras fuera menor de edad sus abogados gestionarían el legado. Pero también dejaba una importante suma de dinero a Manuel. Dinero que sería administrado por sus procuradores y que garantizaría la educación del muchacho en cualquier colegio o universidadque él decidiera.

Sorprendido y emocionado por esta muestra de generosidad de aquel al que había querido casi como un padre, Manuel decidió honrar su memoria. Aprovecharía ese inesperado regalo y sería el mejor. Ahora debía decidir dónde estudiaría. Se le daban muy bien las matemáticas, pero lo que realmente le gustaba era crear cosas. Recordaba las tardes que se había pasado jugando con un Meccano que el padre de Isolda le había traído a ésta de Londres. Buscó el consejo de uno de sus profesores, con el que siempre había congeniado. Él había estudiado física en la Sorbona de París, por eso le recomendó que estudiara allí. Le habló de L’Ecole Polytecnique, cuna de los mejores ingenieros. Si conseguía entrar, pues tendría que superar un examen muy difícil.

Alentado por su profesor, decidió viajar a Francia y solicitar el ingreso en dicha escuela. Si no superaba la prueba, se matricularía en la facultad de Física. No sentía pena por dejar su ciudad, en realidad nada le ataba a ella. Había pasado demasiado tiempo lejos de su familia, y ahora eran como extraños, demasiado distantes ya. Y París era una ciudad llena de oportunidades.

Se instaló en una pequeña buhardilla cercana a la universidad. Gracias a Isolda no tenía problemas con el idioma, se había empeñado en enseñárselo, aunque lo suyo no eran las lenguas. Le había costado horrores, pero ahora se alegraba de que lo hubiera hecho. Pensar en ella le puso muy triste. La ausencia de noticias suyas le preocupaba. Le había prometido que le escribiría cada día, y la conocía suficientemente bien para saber que lo haría. Por eso estaba claro que alguien interceptaba las cartas que se enviaban. Por eso se le ocurrió una idea algo descabellada pero que creía que daría resultado. Cuando Elaine les enseñaba francés les hizo mucha gracia que su nombre en este idioma pasara a ser femenino al añadir una ele más. Por eso, en lugar de “Manuel” firmó la carta que le estaba escribiendo como “Emmanuelle”. Así esperaba que la persona que las interceptaba la dejara pasar, pensando que era una chica quien le escribía. ¿Qué estaría haciendo ella ahora? ¿Sería feliz en ese lugar al que la habían enviado?




lunes, 26 de octubre de 2009

Isolda (cuarta parte)

Ese verano fue el más triste de su corta vida. La ciudad era un auténtico polvorín, revueltas obreras, bombas, quema de fábricas. Sus abuelos decidieron dejar la ciudad y pasar el verano lejos de los disturbios. Y puesto que en Septiembre Isolda debía empezar en su nuevo colegio, decidieron pasar el verano en Londres. A su hija y a su nieta les vendría bien un cambio de aires para mitigar su dolor. Así, la pobre niña apenas tuvo tiempo para despedirse de sus antiguos compañeros de juegos, pero casi lo prefería, no le gustaban las despedidas, y esta era particularmente difícil. Sólo se despidió de Manuel. Esa última noche se escaparon y la pasaron en la playa, mirando al mar. La luna llena brillaba en lo alto, sembrando pequeños diamantes de luz en la tranquila quietud del mar. No hablaban, No necesitaban las palabras, que por otro lado se quedaban pequeñas para expresar la pena que ambos sentían. Así estuvieron hasta el amanecer, había llegado el momento de la temida despedida. Isolda sintió que las fuerzas le abandonaban, resultaba curioso ella que siempre había sido la fuerte, la que ayudara o defendiera a Manuel, era ahora incapaz incluso de mantenerse de pie. Él la abrazó y le prometió que pasara lo que pasara el iría a buscarla. Construiría el mejor barco y surcarían los siete mares, buscando aventuras como siempre habían soñado. Y atravesarían el arco iris y llegarían a una tierra donde nada ni nadie pudiera separarlos. Se agachó, y de la arena cogió una pequeña concha para ella, para que nunca se olvidara de esa noche ni de su promesa. Volvieron al palacete en silencio, y al llegar a la puerta, Isolda incapaz de retener las lágrimas que le quemaban en los ojos ni un segundo más, volvió a abrazarlo por última vez, le beso suavemente en la mejilla y se marchó corriendo a su habitación. Nada más cerrar la puerta se derrumbó llorando desconsoladamente sobre la cama.
Isolda apenas recordaba el largo viaje a su nuevo destino. Iba como uno de esos muñecos llamados autómatas, que tiempo atrás su padre le había llevado a ver. Se movía sin voluntad propia; pero al llegar a Londres algo en ella cambió. A pesar que era una mañana fría y lluviosa, más propia del otoño que del verano en el que se encontraban, la niña sintió de repente ganas de conocer todos los rincones de la ciudad. Siempre había deseado visitarla, Elaine siempre le hablaba de de ella, de la hermosa catedral de Westminster, del cambio de guardia en el palacio real y de su famoso Big Ben. Recordó las veces que le había pedido a su padre que la llevara con él cada vez que sus negocios le llevaban a la capital del imperio británico, y él siempre le decía que todavía era pequeña, que la llevaría cuando fuera una señorita, así podrían ir al teatro, la llevaría al Covent Garden para ver La Traviata, su ópera favorita. Ahora ella estaba allí, pero él ya no podría guiarla por las calles que tan bien conocía y amaba. Sintió una punzada en el corazón, pero no sabría explicar por qué, sabía que allí, en esa ciudad tan amada por su padre, ella sería feliz. Y esa idea le animó. No sabía que le esperaba a partir de ahora, sería una gran aventura… y ella siempre había querido vivir una.
Los días pasaban muy rápidos, había muchas cosas que hacer. Tenía que comprar el material para su nuevo colegio, y de paso renovar su vestuario con las últimas tendencias de París. También fueron a ver una obra de teatro que le gustó muchísimo, iba sobre un niño que no quería crecer y que vivía grandes aventuras en un país llamado Nunca Jamás.
Y así, casi sin darse cuenta llegó el momento de ir al internado. Su madre le había explicado que estaba situado en un lugar muy bonito de la costa de Cornualles, al lado del mar. Era una enorme mansión de estilo Tudor, con cuatro torreones de aspecto impresionante. Le aseguró que lo pasaría muy bien, porque además de las clases el colegio contaba con muchas actividades deportivas, podría jugar a cricket, montar a caballo o incluso a un moderno juego llamado tenis que estaba causando furor entre lo mejor de la sociedad. Ella asentía, daba igual lo que ella dijera, la decisión había sido tomada mucho tiempo antes y no serviría de nada decir que no deseaba ir allí, que prefería quedarse en Londres.
Al día siguiente la acompañaron al colegio. Tanto sus abuelos como su madre estaban rebosantes de alegría y orgullo, y ella se sentía esperanzada. "Quizás", se decía, "ella tenga razón y lo pase bien. Domino el idioma y Elaine fueuna maestra excepcional." Al llegar el aspecto del edificio le intimidó, realmente era impresionante. Se sintió pequeña y solitaria. A su lado otras niñas se despedían de sus familias, vestidas con el uniforme del colegio y esos sombreritos ridículos que llevaban. Se saludaban unas a otras, con alegría y se contaban sus aventuras veraniegas. Seguramente llevaban más tiempo en el colegio. Se sintió muy sola, algo que nunca había sentido, siempre con su inseparable compañero. Intentó acercarse a una de ellas, pero ésta la ignoró y siguió adelante, mirándola de reojo. Isolda sintió ganas de darle un buen puñetazo, pero pensó que empezar el primer día con una pelea no era la mejor manera de hacer amigos.

viernes, 2 de octubre de 2009

Un regalo muy especial..

Buenos días queridos seguidores y lectores.

He recibido un regalo muy especial. Un regalo que me ha emocionado y que quiero compartir con vosotros. Se trata de un poema, la opera prima de un gran amigo. Aquí os lo dejo para que lo disfrutéis.



De Nicolás Vásquez de Aragón
El Hada Jengibre



Bajo la tenue luz del sol de otoño
Con los últimos vientos estivales de verano
Con los primeros fríos de invierno,
Con el color dorado;

Nacen las hadas silvanas.

¡Hay! Hadas de los bosques
¡Ay! Hadas hermosas y risueñas

¡Ay! Bañadas están por la suave brisa otoñal
Por esos son calmas

¡Ay! Y están tocadas por los vientos estivales del verano pasado
Por eso son apasionadas y valientes

¡Ay! Están tocadas por los primeros fríos del invierno
Por eso, a pesar de su dulzura, también son de fácil cólera
Sobre todo, ante las injusticias y las ofensas.

¡Ay! Bellas hadas silvanas
¡Ay! Jóvenes hadas del otoño
¡Cuánta belleza y cuánta dulzura tienen para dar!

Siempre dispuestas a dar una sonrisa
Ayudar sin mirar a quien lo necesita
Siempre dispuestas a hacer el bien.

Amigas son de muchos mortales
Y con ellos pueden conversar
Son curiosas y alegres
¡Son hadas sin igual!

Hay entre todas ellas
Un hada particular
Por los mortales es conocida como una especia
Dulce y picante a la vez
Ella sola representa a su especie
¡Es un hada Silvana de la cabeza a los pies!

De afable sonrisa y festivo corazón.

Allí está aquella intrépida Hada Silvana
Que su tierra abandonó
Para explorar el mundo de los mortales
Y traer felicidad

¡Ay! Tiene luz arco iris para dar
No vacila un momento en ayudar
Siempre dispuesta a colaborar


Con su mágico polvo de Hada
Suerte nos dará
Es pura dulzura y creatividad

Todas las Hadas Silvanas
Un Unicornio tendrán que cuidar


Esta Hada de la que les hablo
Al venir a nuestro mundo
Tuvo que traer a su unicornio
Para cuidarlo aquí


Lunita, se llamaba,
Si la memoria no me engaña

Pues bello y blanco como la Luna era
Grácil y veloz sólo como él.

Sin embargo nuestro mundo no es apto
Ya que no hay suficiente magia
Para que una criatura tan pura y perfecta
Pueda seguir viviendo en él.

Renunció a su cuerno
Y en un caballo hermoso se transformó
Corre por el valle
Junto a su familia
Relinchando feliz


Esta Hada de la que les hablo es muy especial
Pues es una buena amiga
No tiene par.

Como ya he dicho, la conocemos por una especia
Dulce y picante a la vez
¿Qué puede ser?
¡Jengibre! Sólo eso

Pues ese es su nombre mortal
Jengibre se hace llamar

Recorre el mundo en busca de aventuras
Tiene amigos por todos lados
Y como regalo muchas historias nos cuenta

Es sublime narradora
Pues gran locuacidad posee
E infinitas aventuras conoce

Añora su país natal
Y poder entre los árboles del bosque jugar

Sin embargo le gusta el mundo mortal
Aquí ella puede explorar

De naturaleza curiosa y muy aguda
De vivos colores y alegre sonrisa

¡Ay! ¡Afortunado es quien pueda verla!
¡Ay! ¡Afortunado aquel al que ella regale con una sonrisa!

Pues puede combatir la tristeza
El dolor
Y la amargura

¡Ay!
¡Afortunado aquel que la vea!
¡Ay!
¿Afortunado aquel al que regale con una historia!

Pues sus palabras son hermosas
Su memoria asombrosa
Y tiene la gran capacidad
De decir mucho en poco

Es una luz brillante
Que corre por el mundo
Iluminando
Guiando
Y sonriendo

Es una luz brillante
La luz de las Hadas
Es una luz brillante
La luz que siempre resplandecerá

Eterna y luminosa,
Cual estrella fugaz
Sólo con verla
Podrás tener una noche de paz.

Y jamás se olvidará de ti
Te llevará en su corazón
En sus constantes viajes te recordará
Y nunca, nunca te abandonará

Que la luz de esta Hada brille en tu camino
Pues con eso basta para ser feliz.

Y allá va corriendo
A ayudar a más mortales
A conocer nuevas cosas
A contar nuevas historias

Y allá va corriendo
Una luz para el caminante.

¡Suerte en tu camino!
Hada de los bosques.
¡Suerte en tu camino!
Hada Silvana.

¡Suerte en tu camino!
¡Hada Jengibre!



Gracias Nicolas, de corazón.




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