sábado, 11 de septiembre de 2010
Violeta.
Violeta abrió su ventana, juraría que había visto algo brillante posarse en ella. Pero, seguramente era otro copo de nieve. "Quizás si que mamá tenga razón y las hadas no existen" pensó entristecida. Volvió a cerrarla antes de que el calor de la habitación se evaporara. Vivía en una pequeña buhardilla, junto a su madre. Su padre las había abandonado antes de que ella naciera, aunque su madre siempre decía que era viuda. No solían contratar a una madre soltera y ella necesitaba el trabajo para mantener a su hija. Su familia la había repudiado cuando se quedó embarazada. Ni siquiera habían querido conocer a la pequeña. No es que le importara. No se arrepentía de lo que había hecho. Le había amado con toda su alma. Él la había hecho más feliz de lo que había sido nunca. Pero le faltó valor para romper con lo establecido. No le juzgaba. Le había regalado algo maravilloso, su pequeña Violeta. Una niña traviesa y cariñosa que creía en los cuentos de hadas que le contaba su casera. La anciana dama vivía sola y se apiadó de ella, ofreciéndole ser su dama de compañía. Ella se había quedado viuda muy joven y comprendía por lo que estaba pasando. Por eso les ofreció la buhardilla como vivienda.
La anciana adoraba a la pequeña. Su hijo vivía en la India y apenas podía ver a sus nietos, Violeta era para ella como una nieta. La mimaba , le contaba fantásticas historias de lagos encantados y tesoros escondidos donde nace el arco iris. Pero las historias que más le gustaban eran las de hadas. Soñaba con ver uno de esos seres fantásticos. Le sonrió con cariño. Se desanimaba cuando creía que había visto una y resultaba no ser así. La consoló diciéndole que hacía mucho frío para que las hadas volaran. "El frío invierno de Londres no es bueno para ellas" le dijo.
Pero de repente, también ella creyó ver algo brillante junto al cristal. Algo que parpadeaba y que no podía ser un copo de nieve. Corrió a la ventana y la abrió con cuidado. Sí, allí había algo pequeño y brillante que temblaba de frío. Con mucho cuidado, lo cogió entre sus manos, y cerrando la ventana, lo depositó encima de la mesa.
-¡¿Es un hada?! -preguntó Violeta, esperzanzada.
Lo era. Y parecía muerta de frío. Sin perder tiempo, la cubrieron con una pequeña mantita de lana, y pusieron un tronco más en la estufa.
Poco a poco fue abriendo sus ojitos, dorados y brillantes. Una ligera sonrisa se dibujó en su boca y abrió sus preciosas alas transparentes y brillantes. Tras un pequeño vuelo por la habitación, mirando curiosa todos los objetos que había, se posó en la mesa y les agradeció su bondad con una graciosa reverencia, que hizo reír a su niña. El hada les contó divertidas historias de su país. Historias que Violeta escuchaba asombrada, hasta que el sueño la venció y se quedó dormida encima de la mesa. La llevo a su cama, y junto a ella también se acurrucó el hada.
A la mañana siguiente, al despertarse, vio la ventana abierta. Se había marchado, pero junto a su niña había dejado un pequeño objeto. Era una pequeña bolsa que brillaba como si contuviera la más pura luz. Al lado, una breve nota de despedida. Les daba las gracias y les dejaba un regalo, la llave a su mundo.
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6 comentarios:
Sin duda una narración llena de magia. Me generó melancolía y al mismo tiempo paz! Gusta! Buen final, continuará?
Un precioso cuento, sin duda...
Besines Jengibre, y felíz semana.
Hola Sr. Dáltanos.
Bienvenido a mi pequeño rincón. Pasa, ponte cómodo que estás en tu casa.
Hacía tiempo que no escribía ningún cuento de hadas, y me apetecía mucho escribir uno. ¿tendrá continuación? Es posible... todo depende de las musas...
Bienvenido de nuevo y besitos de jengibre.
Hola Rosscanaria.
Me alegra que te haya gustado. Estos cuentos son muy especiales para mí.
Buena semana y besitos de jengibre.
Me encanta cómo cuentas la historia de la madre de Violeta. Y me encanta la ilusión y la felicidad de Violeta. De ilusión también se vive xD
Hola Fantasmas.
Bueno, quizás estemos en el comienzo de mi próximo cuento de hadas.
De momento ya me han sugerido que continue la historia... todo depende de lo que me susurren las musas.
Y sí, creo que sin ilusión la vida no es vida. Nunca hay que perder la ilusión.
Besitos de jengibre.
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