Se sentía frágil y vulnerable. Y
perdida. Nunca antes se había sentido así. Ella que se había ganado a
pulso sus negras alas. La más fría y despiadada de todas las huestes de
la oscuridad.
Su misión era sencilla, otro arcángel
más que corromper, un nuevo ángel caído para sus filas... ¡y tantos
habían caído!. No entendía porque esta vez había sido diferente.
Sólo era un arcángel más, y ni siquiera
de los hermosos de las huestes celestiales... esos habían sido presa
fácil para ella. Sólo un joven sencillo, algo tímido y retraído. De
rostro dulce y ojos llenos de ternura. Ese fue su error. Nunca debió
mirarse en sus ojos. En ellos vio reflejada su alma negra y comprendió
que el veía su verdadero aspecto y aún así ponía su vida y su alma en
sus manos. Y algo se rompió dentro de ella. Quizás fueran las rejas que
aprisionaban su corazón. Pero lo cierto es que sintió un dolor lacerante
en el pecho y no pudo condenar a aquel espíritu puro. Se alejó de él
tan rápida como le permitieron sus alas, buscando un lugar donde
esconderse y pensar. Sabía que estaba condenada, la oscuridad no
toleraba los fracasos. Pero eso no le importaba, su ángel estaba a
salvo. Encontró un escondite en un antiguo mausoleo semi derruído.
Rodeada de ángeles de granito rompió a llorar recordando la ternura que
siempre le había brindado, la dulzura con la que siempre la había
tratado aún cuando él sabía quien era. Deseó con todas sus fuerzas que
él estuviera allí, junto a ella. Que la abrazará y la protegiera. Por
primera vez entendió lo que era el Amor y tuvo la seguridad de que le
había perdido. Ella no se merecía su amor. Se dejó caer en el frío suelo
de mármol, llorando sin consuelo hasta que agotada se quedó dormida.