lunes, 6 de septiembre de 2010

Rinconcito romántico VII.



RIMA LXXIII 

Cerraron sus ojos 
que aún tenía abiertos, 
taparon su cara 
con un blanco lienzo, 
y unos sollozando, 
otros en silencio, 
de la triste alcoba 
todos se salieron. 

La luz que en un vaso 
ardía en el suelo, 
al muro arrojaba 
la sombra del lecho; 
y entre aquella sombra 
veíase a intérvalos 
dibujarse rígida 
la forma del cuerpo. 

Despertaba el día, 
y, a su albor primero, 
con sus mil rüidos 
despertaba el pueblo. 
Ante aquel contraste 
de vida y misterio, 
de luz y tinieblas, 
yo pensé un momento: 

—¡Dios mío, qué solos 
se quedan los muertos! 

* 

De la casa, en hombros, 
lleváronla al templo 
y en una capilla 
dejaron el féretro. 
Allí rodearon 
sus pálidos restos 
de amarillas velas 
y de paños negros. 

Al dar de las Ánimas 
el toque postrero, 
acabó una vieja 
sus últimos rezos, 
cruzó la ancha nave, 
las puertas gimieron, 
y el santo recinto 
quedóse desierto. 

De un reloj se oía 
compasado el péndulo, 
y de algunos cirios 
el chisporroteo. 
Tan medroso y triste, 
tan oscuro y yerto 
todo se encontraba 
que pensé un momento: 

¡Dios mío, qué solos 
se quedan los muertos! 

* 

De la alta campana 
la lengua de hierro 
le dio volteando 
su adiós lastimero. 
El luto en las ropas, 
amigos y deudos 
cruzaron en fila 
formando el cortejo. 

Del último asilo, 
oscuro y estrecho, 
abrió la piqueta 
el nicho a un extremo. 
Allí la acostaron, 
tapiáronle luego, 
y con un saludo 
despidióse el duelo. 

La piqueta al hombro 
el sepulturero, 
cantando entre dientes, 
se perdió a lo lejos. 
La noche se entraba, 
el sol se había puesto: 
perdido en las sombras 
yo pensé un momento: 

¡Dios mío, qué solos 
se quedan los muertos! 

* 

En las largas noches 
del helado invierno, 
cuando las maderas 
crujir hace el viento 
y azota los vidrios 
el fuerte aguacero, 
de la pobre niña 
a veces me acuerdo. 

Allí cae la lluvia 
con un son eterno; 
allí la combate 
el soplo del cierzo. 
Del húmedo muro 
tendida en el hueco, 
¡acaso de frío 
se hielan sus huesos...! 

* 

¿Vuelve el polvo al polvo? 
¿Vuela el alma al cielo? 
¿Todo es sin espíritu, 
podredumbre y cieno? 
No sé; pero hay algo 
que explicar no puedo, 
algo que repugna 
aunque es fuerza hacerlo, 
el dejar tan tristes, 
tan solos los muertos.


Gustavo Adolfo Bécquer.












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4 comentarios:

Los Fantasmas del Paraíso dijo...

Sin duda, una interesante visión sobre los muertos y la manera que tenemos de enterrarlos y tal. Aunque no voy a mentir, se me antojan demasiado cortos los versos para transmitir lo que transmite. Eso sí, tampoco seré yo quien desmerezca a Bécquer, desde luego.

Un saludo.

Canoso dijo...

Después de leer esta maravillosa rima de Becquer me voy a la cama, Jengibre, con el adagio de Albinoni resonando en mis oidos.

un besote de nuenas noches.

Anónimo dijo...

Hola Fantasmas.

A mí me gusta mucho este poema porque expresa muy bien todo el ritual de la muerte. Los llantos, los lutos y al final, la imagen del sepulturero que se marcha cantando, indicando que la vida sigue, que la pena se pasa y se pierde el recuerdo. Y todo con el bello estilo de Bécquer. Un genio de la rima.

Besitos de jengibre.

Anónimo dijo...

Hola Canoso.


No sabría decirte que me gusta más, si el poema o la música. El Adagio de Albinoni me gusta muchísimo. Y creo que le venía muy bien al poema de hoy.

Besitos de jengibre.

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