Y ese verano, en París, Manuel y ella se casaron. Eran muy jóvenes, de hecho ni siquiera eran mayores de edad, pero contaban con la bendición de su abuelo, convertido en su mayor benefactor. Vivían en una pequeña buhardilla en el barrio más bohemio de París. Algo muy modesto y sencillo, lejos del lujo al que había estado acostumbrada pero más feliz de lo que había sido nunca. Y fue allí donde comenzó a escribir sus pequeñas historias, esas que le explicaba a su padre cada mañana en sus desayunos. Tuvo un sueño muy extraño, soñó con su padre, y fue un sueño tan vívido que se despertó con la sensación que había sido real, que habían vuelto al palacete a aquellas mañanas maravillosas, cuando el dejaba su diario para escucharla divagar sobre el país de las hadas. Al despertar supo que estaba embarazada, y que escribiría todos aquellos cuentos.
Manuel completó sus estudios con las mejores clasificaciones, y feliz de poder dedicarse por fin a construir el mundo que le había prometido a su esposa cuando sólo eran dos niños. Pero el destino le tenía destinado otro fin. Tras el inesperado fallecimiento del abuelo de Isolda, la familia tuvo que regresar a Barcelona para hacerse cargo de los negocios, y que hasta entonces había gestionado su abuelo. Regresaron al palacete, donde nació su primer hijo, un varón al que pusieron por nombre Juan, como el padre de Isolda. Y convirtieron el antaño frío palacete, en un hogar cálido, acogedor y lleno de vida.
Pero eran tiempos revueltos en toda Europa. Cuando estalló la guerra civil toda esta felicidad y tranquilidad saltó por los aires. Pero cuando más dura era la situación, Isolda más escribía, creaba mundos más allá del arco iris, donde no había penas ni dolor. Cuentos que contaba a sus hijos, en los refugios mientas las bombas caían, y que todos los que estaban a su lado escuchaban para ahuyentar el miedo. Y al final… el exilio. Primero Londres, para terminar en Nueva York, donde Manuel encontró trabajo en una gran empresa de ingeniería. Isolda seguía escribiendo.
Durante su estancia en Londres, se habían reencontrado con Elaine, su antigua institutriz. Ella los había acogido en su casa cuando llegaron. Se había casado con un profesor de literatura al que le encantaron sus cuentos. Gracias a él se publicaron sus primeros cuentos.
Las cosas marchaban bien, después de la guerra había muchísimo trabajo, y gracias a su inteligencia y su pericia fue progresando y pronto montó su propia empresa, con grandes proyectos que le dieron fama y fortuna. La familia crecía, los hijos se iban casando y llegaron los nietos.
Casi sin darse cuenta se habían convertido en un par de ancianitos. Habían vivido muchas cosa, buenas y malas. Nunca habían sentido nostalgia por lo que habían dejado atrás. Pero un día de Octubre, sentados viendo la televisión sintieron que debían volver a “casa”, a la ciudad que habían tenido que dejar atrás hacía tanto tiempo. ¡¡¡Su ciudad iba a organizar una Olimpiada!!! ¡Qué mejor momento para volver!
Apenas reconocían su ciudad. Estaba tan cambiada y moderna, tantas cosas por descubrir. El palacete seguía en pie, de hecho estaba mejor que nunca. Era la sede social de una empresa multinacional que lo había restaurado (no en vano había sido construido por uno de los mejores arquitectos de su época), y lucía como en sus mejores tiempos. Quisieron visitarlo por dentro, pero el conserje no se lo permitió, los tomó por excéntricos turistas americanos, de esos que creen que son los amos del mundo, y los echó con malos modos. Manuel quiso enfrentarse a él, decirle que tenían todo el derecho de estar ahí, pero ella no le dejó hacerlo. No valía la pena.
Abandonaron el edificio, se miraron a los ojos y supieron que ambos pensaban lo mismo. ¡¡¡La playa!!! Visitarían su playa, esa en la que se habían despedido hacía ahora tantos años. Y allí, sentados en la arena, en silencio como entonces, con las manos unidas, se besaron como si aquel fuera su primer beso.
4 comentarios:
¡Fantástico! ¡El final es muy enternecedor, Jengibre!
Por si fueran pocos los escenarios de esta historia, tú agregas a la vieja Colonia Inglesa. XD ¡Al final Isolda sí tenía gran parte autobiográfica! XDDD
Me ha gustado mucho, sobre todo la descripción de cómo Isolda escribe cuentos para alegrar a sus seres queridos y a los que lo necesitan. Eso es muy conmovedor. ¡El reencuentro con Elaine era i imprecindible para completar la historia! Le da un tinte agridulce al final, y queda bastante bien.
Jengibre: Magnífico.
Y siempre lo he dicho, la unión tan tierna de un par de ancianitos es la máxima muestra del amor que existe en el mundo. Te ha quedado excepcional.
¿Y ahora... qué seguirá? ¿Qué nuevas aventuras e historias nos contarás? ¿Qué nuevos relatos y cuentos sacarás dle arcón mágico? ¿Volverán las Hadas a danzar por este pequeño rincón de luz? ¡Espero anhelante un nuevo soplo! ¡Un cuento nuevo! ¡Un nuevo cuento! ¡Espero anhelante una nueva historia, un nuevo relato! Y lo espero con anhelo, con anhelo lo espero, pues nada como un buen cuento.
¡Suerte en la entrega de premios de "Rayajos 2009"! ¡Toda la Suerte Élfica que te puedo enviar está contigo!
¡Elen sila lumenn omentielmpo!
Nicolás, un placer verte de nuevo por aquí.
¿cuando dices la colonia inglesa te refieres a EEUU? Pero ¡¡¡si hace siglos que se declararon indepedientes!!! Creo que paso algo con el té y terminaron firmando una declaración de la independencia, o algo por el estilo. XD
Pero de momento no se que seguirá. Piensa que esta historia me ha exigido mucho. Ahora no se que será lo próximo que se me ocurra. Pero me apetece hacer una historia breve (para variar).
Pues no sé qué decir. Bonito resumen de la vida posterior de Isolda, que cierra todos los resquicios de la historia, y en la que se nota que has dejado volar libre la imaginación para llegar a eso de escribir cuentos, las olimpiadas... xD Gran broche de oro, sí señor.
Celebro que te haya gustado.
Si algo tenía claro es que la historia tenía que terminar en Barcelona y que mejor momento que hacerlo en su "momento de gloria".
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