domingo, 26 de junio de 2011

Kaya y el unicornio. (2 parte)



Cada día que pasa es una nueva aventura para Kaya. Montada a lomos del unicornio recorre todo ese extraño y fantástico mundo. Un lugar maravilloso dónde hasta sus más pequeños sueños parecen realizarse. Hay una cadena de enormes montañas, que desde lejos parecen agrestes y amenazadoras, con sus cumbres cubiertas de nieves perpetuas, pero que al acercarse descubres que están formadas por chocolate y que lo que desde lejos has tomado por nieve no es otra cosa que nata, deliciosa nata montada, cremosa y dulce. También hay ríos de jarabe de grosella y un estanque de natillas... ¡¡¡con mucha canela por encima!!! Todo parece ser comestible a su alrededor. Y ella que tanto hambre pasara en el orfanato, no puede evitar probarlo todo. En los pocos días que lleva allí, sus mejillas han perdido esa palidez cerúlea y enfermiza, ha ganado un poco de peso y ya no se aprecian las costillas.
Pero Kaya no olvida que en cualquier momento puede despertar de ese sueño. Cada noche, cuando cansada se estira en la suave y mullida hierba, junto a su amigo, teme que al despertarse vuelva a estar sobre la fría piedra del sótano del horrible orfanato. Por eso cada noche se abraza al cuello del unicornio, como si de esa manera alejara la dura realidad de su vida.
Empezó a tener pesadillas. Aunque en realidad no eran pesadillas, sólo recuerdos que su mente había olvidado para protegerla y que ahora volvían a su mente en forma de sueños. Y el unicornio, que cada noche vigilaba su sueño, se quedó horrorizado al descubrir por lo que esa pobre chiquilla había pasado. Supo que sólo había una manera de ayudarla y de ponerla a salvo. La magia de ese lugar era temporal y limitada. Una vez se desvaneciera, Kaya volvería a su lugar. Esa era la ley y ni siquiera él podía cambiarla. Sólo había un lugar que tal vez podría ayudarla. Pero era un lugar secreto, que nadie había visitado jamás y que ni siquiera el conocía. Sólo había una criatura que podría ayudarla, alguien tan viejo como el tiempo, pero a ella hacía siglos que había dejado de importarle lo que pasara a su alrededor.

Al despertar, Kaya sintió que algo era diferente. No sabría decir porqué, pero algo había cambiado. Después de desayunar un delicioso chocolate con bollitos, se subió a lomos del unicornio, dispuesta a vivir nuevas y emocionantes aventuras. Pero ese día el paisaje por el que se adentraban era algo diferente. Atravesaron un bosque bastante sombrío, con árboles de aspecto fiero y amenazador. No sentía miedo, sabía que mientras estuviera con el unicornio nada malo le pasaría, pero no entendía porque la llevaba por esas zonas.
En el bosque es difícil saber la hora, el sol apenas podía filtrarse entre el tupido ramaje. Pero debía ser media tarde cuando llegaron a una inmensa ciénaga. Y en medio de ésta una isla agreste y rocosa.
El lugar era desolador, hasta parecía haberse desvanecido el fulgor y la alegría de su amigo. Ella misma sentía una opresión en el pecho como hacía mucho tiempo que no había sentido. Pero estaba claro que ese era el lugar al que quería llevarla el unicornio, por como le empujaba a meterse en ese agua pantanosa. Así que, con un poco de aprensión metió un pie en la orilla. Respirando hondo, avanzó paso a paso. Y de repente algo sucedió. Lo que había tomado por un islote rocoso no era sino el caparazón de una gigantesca tortuga.

-¿Quién osa despertarme? -rugió enfadada la tortuga.

Kaya se presentó lo más educadamente que pudo. Incluso hizo una cortés reverencia, como si en lugar de esa monstruosa criatura se encontrara ante la reina Victoria. Le explicó de donde venía y como había ido a para allí.
La tortuga, que primero parecía realmente vieja y severa, se mostraba a hora cuanto menos curiosa. Y eso es decir mucho para una criatura que en sus 900 años de vida ha visto todo lo imaginable. Sus pequeños y perspicaces ojos escrutaron a la niña. Y entendió porque el unicornio la había llevado hasta allí. La pobre necesitaba urgentemente encontrar la gran cascada, el lugar más sagrado y secreto de ese universo. Y les reveló el secreto que jamás creyó que revelaría. Pero les advirtió que no sería fácil y que no tendría vuelta atrás. Las aguas le exigirían un sacrificio.

(continuará)

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