sábado, 23 de abril de 2011
Sant Jordi 2011: Jorge y el dragón.
Hoy, día de Sant Jordi quiero cumplir con la tradición y regalaros a todos vosotros, lectores y seguidores, amigos todos, una rosa roja y, a falta de libro, os regalo un cuento. Mi particular versión de la leyenda de San Jorge y el dragón. Espero que os guste.
Jorge y el dragón.
Érase una vez, hace muchos años, una princesa algo especial. No era como las demás princesas, era una niña curiosa, rebelde, indómita y, todo hay que decirlo, algo cabezota. Su padre ya no sabía que hacer con ella. No entendía porque no era dulce, obediente y dócil como su hermana gemela. ¿Cómo podían ser tan diferentes? Una era amable, discreta y tranquila. Aplicada en las labores y tareas que toda dama de bien debe dominar. Pero la otra no. Odiaba todo lo que tuviera que ver con la aguja y el dedal. Sabía leer y escribir mejor que cualquier monje, y lo peor de todo es que había conseguido que el maestro de armas la instruyera en el manejo de la espada, a escondidas. El rey ya no sabía que hacer con su díscola hija. De nada servían los castigos ni los encierros. Siempre terminaba escapándose, y montada en su caballo, un animal tan arisco e indómito como ella, se perdía en los bosques. Porque ese era otro de sus grandes defectos. La princesa adoraba a todos los animales. Su habitación de palacio más parecía un arca de noe que el aposento de una princesa. Recogía a todo animalito perdido o herido que se encontraba. Algunos se marchaban al recuperarse, pues ella siempre los dejaba libres. Pero muchos volvían a su lado. Todos la adoraban y le eran absolutamente leales.
Fue en una de esas correrías por el bosque cuando la niña, atraída por unos desesperados lamentos de dolor, se encontró a una cría de dragón atrapada en un cepo de algún cazador furtivo y desalmado. Era la criatura más hermosa que había visto en su vida. Tenía el tamaño de un cachorrillo de mastín, seguramente hacia muy poco que había salido del huevo. Sus escamas parecía contener todos los colores del arco iris y tenían un brillo nacarado. No se lo pensó dos veces y con rapidez y maestría liberó la patita del asustado animal y examinó la herida, intentando evitar que el animal se la lamiera. El hueso no parecía estar roto, pero el pobre animal no podría caminar en un tiempo. No podía dejarla allí, se moriría de hambre. Acariciándola con ternura, la consoló y tranquilizó, mientras la cogía en sus brazos para llevársela al palacio. El dragón temblaba, asustado, pero la ternura de las caricias de la niña le habían convencido de que no era una amenaza, se dejó coger sin oponer resistencia. Una vez en palacio, en la seguridad de su habitación, le curó la herida y la alimento como si de un cachorrillo se tratase. A nadie le extrañó que la princesa llevara un animal al palacio, era tan habitual, que nadie prestó atención al fulgor que se escapaba del animalito.
Gracias a los cuidados de la niña, la herida cicatrizó muy rápidamente. Había llegado el momento de buscarle un nuevo hogar. Le encontró una gruta escondida en lo más profundo del bosque donde podría sobrevivir en libertad. Pero un vínculo muy especial se había creado entre ellos, y cada día acudía a ver a su dragón.
Y así, entre juegos los dos fueron creciendo. La niña se convirtió en una bellísima joven, tan indómita como siempre; y el dragón ya había alcanzado el tamaño de una colina mediana. Nunca rebeló su secreto, pero se estaba convirtiendo en algo difícil de mantener, dado el tamaño que estaba alcanzando el dragón. Sus necesidades alimentarias eran mayores cada día y cuando empezaron a desaparecer ovejas de los rebaños reales, las cosas empezaron a complicarse. Por desgracia, un pastor vio al animal en pleno vuelo. Se habló de una bestia sanguinaria e infernal que acabaría con el pueblo. El pánico cundió entre toda la población y el rey no tubo más remedio que organizar una batida para dar caza a la bestia. Cuando la princesa supo de la cacería, le rogó a su padre que no la hiciera, que el dragón no era malo ni peligroso, sólo joven y algo glotón. Que le gustaba mucho el buen cordero y que jamás se comería a un humano, éramos demasiado indigestos y de no muy agradable sabor. Pero su padre no se conmovió un ápice. Su pueblo estaba aterrado y él debía acabar con la amenaza como un buen gobernante.
La princesa se negó a abandonar a su suerte a su mejor amigo. Sabía que no atacaría a los cazadores, que estaría indefenso ante ellos. Decidida, se visitó una cota de malla y armada con su espada, abandonó el palacio para siempre, dispuesta a morir si fuera necesario.
La cacería fue un desastre. Todos huyeron despavoridos cuando vieron el tamaño del dragón y escucharon su rugido. Pero el rey no iba a darse por vencido. Mandó llamar a los mejores caballeros del reino y a todo aquel caballero andante que quisiera fortuna y gloria. Aprovechó la huida de la princesa para atribuírsela al dragón, acusándole de haberse llevado a la princesa. Prometió su mano a aquel que la liberara y diera muerte a la bestia. De esa forma se libraba también de su problemática hija.
Por aquellos días estaba en la región un joven caballero, valeroso, idealista y de corazón puro, llamado Jorge. Había consagrado su vida a defender la justicia y la virtud, liberar al oprimido y ayudar a todo aquel que estuviera en apuros. Al saber que una bestia sanguinaria había secuestrado a una pobre doncella, supo que debía liberarla.
Tras una exhaustiva búsqueda por todo el bosque, consiguió encontrar el rastro del dragón que con tanto empeño había ocultado la princesa. Y llegó a la entrada de la gruta donde se refugiaba el animal. Pero lo que vio le dejó sorprendido y perplejo. En lugar de encontrar una bestia feroz torturando a una aterrada princesa cautiva, se topó de bruces con la joven más hermosa que jamás había contemplado, pero también la más terrible. Ante él, vestida como si de un guerrero se tratase, la princesa empuñaba su espada directa a su corazón. Y la fiereza de su mirada era más mortal aún que el filo de su espada. Para Jorge no cabía ninguna duda, la joven no estaba ni cautiva, ni siquiera en apuros. Y a su lado, el dragón que lo miraba curioso y juguetón, era la criatura más maravillosa con la que se había encontrado. Algo dentro de su corazón le decía que no debía matar a esa majestuosa criatura.
Dejó caer su espada y su escudo a los pies de la dama, y desarmado se acercó a la criatura. Podía sentir una magia especial en el ambiente. Entendió porque la joven la protegía aún con su propia vida.
La princesa, sorprendida, también tiró su espada y corrió al lado de su fiel amigo. No entendía que pretendía el caballero, ahora fascinado contemplando al dragón. Pero le bastó una mirada a los ojos del joven, para convencerla de que no le haría daño. Y en ese momento, toda la tensión y el miedo de los días pasados cayó sobre ella y rompió a llorar como una niña, algo que nunca había hecho. Jorge la abrazó, conmovido por sus lágrimas. Le aseguró que nunca haría daño al dragón, jurándole que daría su vida para protegerlo si fuera necesario.
Juntos trazaron un plan para convencer al rey que había dado muerte al dragón. Debía llevarle alguna prueba con él. Además de llevar a la princesa, rescatada de las garras de la bestia. Ella no deseaba volver a palacio pero sabía que si no lo hacía, su padre no creería en la muerte del dragón y nunca estaría a salvo. Jorge conocía un lugar entre las montañas, deshabitado y tranquilo, donde el dragón podría vivir en libertad. Alli llevarían al dragón una vez hubieran convencido al rey de su muerte.
La princesa arrancó con delicadeza algunas escamas doradas de su cola, mientras Jorge se hacía unas heridas en los brazos, como si hubiera mantenido una titánica lucha. Y con la sangre de esas heridas, empapaba su capa y sus vestiduras.
Cuando unas gotas de sangre cayeron en el suelo, algo mágico ocurrió. Del lugar donde la sangre había empapado la tierra, brotaba un hermoso arbusto cuajado de la más bellas flores. Unas flores tan rojas como la sangre. Sin pensárselo dos veces, Jorge cortó con su espada la flor más hermosa y se la ofreció a la princesa, ofrenda de su sangre y su corazón. Ofrenda que ella aceptó ruborizada y confundida.
Al día siguiente entraron triunfalmente en la ciudad, entre los vítores del pueblo, feliz de verse libres de la amenaza del dragón y por la vuelta sana y salva de la princesa. A las puertas del palacio, el rey los recibió feliz, comprobando las escamas del dragón, señal su muerte. Y tomando la mano de su hija se la entregó a Jorge, como había prometido. Esa misma tarde, en la iglesia de palacio se celebró la ceremonia. La novia, feliz, no se separaba de una extraña flor roja, la única que quiso en su ramo de novia. Su hermana, celosa, le preguntó de donde la había sacado. Ella le contó que cuando Jorge mató al dragón, de su sangre había brotado un arbusto mágico, cubierto de flores.
Esa misma noche, los novios partieron hacia su nuevo hogar, volando a lomos del dragón. Los tres felices y libres para siempre.
Y cuenta la leyenda, que la gruta donde “murió” el dragón se convirtió en centro de peregrinación. Todos querían ver las mágicas flores, que alguien bautizó como rosas. Y entre los caballeros enamorados se instauró la costumbre de regalar una rosa roja a la dama de sus pensamientos como ofrenda simbólica de su corazón enamorado.
Feliz día de la rosa y del libro para todos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Muchas gracias por tu regalo y la bella leyenda
feliz dia del libro y de la rosa
un beso corazon
Gracias por la rosa y por el cuento. Buen día de San Jorge.
Como siempre muy buen cuento!
Por esta parte del mundo es desconocida esta fecha y su relación con las rosas pero por lo que pude interiorizarme en tu cuento transmitís toda la esencia de la fecha.
Feliz día
:)))))
Besines :)
Publicar un comentario