miércoles, 19 de enero de 2011
Sale el sol.
Se había jurado que no lloraría. Que cuando llegara el final, se marcharía sin más. Metería su vida en una maleta y volaría. Sin una lágrima ni un reproche. ¡Qué fácil pensar eso en los momentos felices! Cuando sus brazos eran su refugio; sus labios, su paraíso y su corazón, su hogar. Un puerto seguro, lejos de la tormenta. Pero la tormenta había llegado, devastadora como un tornado y letal como un tsunami que arrasaba toda su vida. Había llorado, sintiendo su alma romperse en mil pedazos. Pero una mañana, sentada frente al mar, volvió a sentir el calor del sol en su cara, secando sus lágrimas y calentado su helado y roto corazón. Y sintió ganas de volver a vivir. De dejar atrás el pasado y la pena. Una tímida sonrisa se dibujó en sus labios, un nuevo amanecer se abría en su vida.
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