lunes, 25 de abril de 2011

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Acuarela (Toquinho)

En los mapas del cielo, el sol siempre es amarillo
y la lluvia o las nubes no pueden velar tanto brillo
ni los árboles nunca podrán ocultar el camino,
de la luz hacia el bosque profundo de nuestro destino.

Esa hierba tan verde, se ve como un manto lejano,
que no puede escapar, que se puede alcanzar, sólo con volar.

Siete mares he surcado, siete mares color azul,
yo soy nave, voy navegando, y mi vela eres tú...

Bajo el agua veo peces de colores,
van donde quieren, no los mandas tú...

Por el cielo, va cruzando, por el cielo color azul,
un avión que vuela alto, diez mil metros de altitud,
desde tierra lo saludan con las manos,
se va alejando, no se dónde va, no se dónde va...

Sobre un tramo de vía, cruzando un paisaje de ensueño,
en un tren que me lleva de nuevo a ser muy pequeño,
de una América a otra, tan sólo es cuestión de un segundo,
basta con desearlo y podrás recorrer todo el mundo...

Un muchacho que trepa, que trepa en lo alto de un muro,
si se siente seguro, verá su futuro con claridad...

Y el futuro, es una nave, que por el cielo volará,
a Saturno, después a Marte, nadie sabe dónde llegará,
si le ves venir, si te trae amores, no te los robes sin apurar.

Aprovecha, los mejores, que después no volverán.

La esperanza, jamás se pierde, los malos tiempos pasarán,
piensa que el futuro es una acuarela y tu vida un lienzo,
que colorear, que colorear...

En los mapas del cielo el sol siempre es amarillo
(tú lo pintarás)
y la lluvia o las nubes no pueden velar tanto brillo
(tú lo pintarás)
basta aún desearlo y podrá recorrer todo el mundo
(tú lo pintarás)

sábado, 23 de abril de 2011

Sant Jordi 2011: Jorge y el dragón.



Hoy, día de Sant Jordi quiero cumplir con la tradición y regalaros a todos vosotros, lectores y seguidores, amigos todos, una rosa roja y, a falta de libro, os regalo un cuento. Mi particular versión de la leyenda de San Jorge y el dragón. Espero que os guste.


Jorge y el dragón.

Érase una vez, hace muchos años, una princesa algo especial. No era como las demás princesas, era una niña curiosa, rebelde, indómita y, todo hay que decirlo, algo cabezota. Su padre ya no sabía que hacer con ella. No entendía porque no era dulce, obediente y dócil como su hermana gemela. ¿Cómo podían ser tan diferentes? Una era amable, discreta y tranquila. Aplicada en las labores y tareas que toda dama de bien debe dominar. Pero la otra no. Odiaba todo lo que tuviera que ver con la aguja y el dedal. Sabía leer y escribir mejor que cualquier monje, y lo peor de todo es que había conseguido que el maestro de armas la instruyera en el manejo de la espada, a escondidas. El rey ya no sabía que hacer con su díscola hija. De nada servían los castigos ni los encierros. Siempre terminaba escapándose, y montada en su caballo, un animal tan arisco e indómito como ella, se perdía en los bosques. Porque ese era otro de sus grandes defectos. La princesa adoraba a todos los animales. Su habitación de palacio más parecía un arca de noe que el aposento de una princesa. Recogía a todo animalito perdido o herido que se encontraba. Algunos se marchaban al recuperarse, pues ella siempre los dejaba libres. Pero muchos volvían a su lado. Todos la adoraban y le eran absolutamente leales.
Fue en una de esas correrías por el bosque cuando la niña, atraída por unos desesperados lamentos de dolor, se encontró a una cría de dragón atrapada en un cepo de algún cazador furtivo y desalmado. Era la criatura más hermosa que había visto en su vida. Tenía el tamaño de un cachorrillo de mastín, seguramente hacia muy poco que había salido del huevo. Sus escamas parecía contener todos los colores del arco iris y tenían un brillo nacarado. No se lo pensó dos veces y con rapidez y maestría liberó la patita del asustado animal y examinó la herida, intentando evitar que el animal se la lamiera. El hueso no parecía estar roto, pero el pobre animal no podría caminar en un tiempo. No podía dejarla allí, se moriría de hambre. Acariciándola con ternura, la consoló y tranquilizó, mientras la cogía en sus brazos para llevársela al palacio. El dragón temblaba, asustado, pero la ternura de las caricias de la niña le habían convencido de que no era una amenaza, se dejó coger sin oponer resistencia. Una vez en palacio, en la seguridad de su habitación, le curó la herida y la alimento como si de un cachorrillo se tratase. A nadie le extrañó que la princesa llevara un animal al palacio, era tan habitual, que nadie prestó atención al fulgor que se escapaba del animalito.
Gracias a los cuidados de la niña, la herida cicatrizó muy rápidamente. Había llegado el momento de buscarle un nuevo hogar. Le encontró una gruta escondida en lo más profundo del bosque donde podría sobrevivir en libertad. Pero un vínculo muy especial se había creado entre ellos, y cada día acudía a ver a su dragón.
Y así, entre juegos los dos fueron creciendo. La niña se convirtió en una bellísima joven, tan indómita como siempre; y el dragón ya había alcanzado el tamaño de una colina mediana. Nunca rebeló su secreto, pero se estaba convirtiendo en algo difícil de mantener, dado el tamaño que estaba alcanzando el dragón. Sus necesidades alimentarias eran mayores cada día y cuando empezaron a desaparecer ovejas de los rebaños reales, las cosas empezaron a complicarse. Por desgracia, un pastor vio al animal en pleno vuelo. Se habló de una bestia sanguinaria e infernal que acabaría con el pueblo. El pánico cundió entre toda la población y el rey no tubo más remedio que organizar una batida para dar caza a la bestia. Cuando la princesa supo de la cacería, le rogó a su padre que no la hiciera, que el dragón no era malo ni peligroso, sólo joven y algo glotón. Que le gustaba mucho el buen cordero y que jamás se comería a un humano, éramos demasiado indigestos y de no muy agradable sabor. Pero su padre no se conmovió un ápice. Su pueblo estaba aterrado y él debía acabar con la amenaza como un buen gobernante.
La princesa se negó a abandonar a su suerte a su mejor amigo. Sabía que no atacaría a los cazadores, que estaría indefenso ante ellos. Decidida, se visitó una cota de malla y armada con su espada, abandonó el palacio para siempre, dispuesta a morir si fuera necesario.
La cacería fue un desastre. Todos huyeron despavoridos cuando vieron el tamaño del dragón y escucharon su rugido. Pero el rey no iba a darse por vencido. Mandó llamar a los mejores caballeros del reino y a todo aquel caballero andante que quisiera fortuna y gloria. Aprovechó la huida de la princesa para atribuírsela al dragón, acusándole de haberse llevado a la princesa. Prometió su mano a aquel que la liberara y diera muerte a la bestia. De esa forma se libraba también de su problemática hija.
Por aquellos días estaba en la región un joven caballero, valeroso, idealista y de corazón puro, llamado Jorge. Había consagrado su vida a defender la justicia y la virtud, liberar al oprimido y ayudar a todo aquel que estuviera en apuros. Al saber que una bestia sanguinaria había secuestrado a una pobre doncella, supo que debía liberarla.
Tras una exhaustiva búsqueda por todo el bosque, consiguió encontrar el rastro del dragón que con tanto empeño había ocultado la princesa. Y llegó a la entrada de la gruta donde se refugiaba el animal. Pero lo que vio le dejó sorprendido y perplejo. En lugar de encontrar una bestia feroz torturando a una aterrada princesa cautiva, se topó de bruces con la joven más hermosa que jamás había contemplado, pero también la más terrible. Ante él, vestida como si de un guerrero se tratase, la princesa empuñaba su espada directa a su corazón. Y la fiereza de su mirada era más mortal aún que el filo de su espada. Para Jorge no cabía ninguna duda, la joven no estaba ni cautiva, ni siquiera en apuros. Y a su lado, el dragón que lo miraba curioso y juguetón, era la criatura más maravillosa con la que se había encontrado. Algo dentro de su corazón le decía que no debía matar a esa majestuosa criatura.
Dejó caer su espada y su escudo a los pies de la dama, y desarmado se acercó a la criatura. Podía sentir una magia especial en el ambiente. Entendió porque la joven la protegía aún con su propia vida.
La princesa, sorprendida, también tiró su espada y corrió al lado de su fiel amigo. No entendía que pretendía el caballero, ahora fascinado contemplando al dragón. Pero le bastó una mirada a los ojos del joven, para convencerla de que no le haría daño. Y en ese momento, toda la tensión y el miedo de los días pasados cayó sobre ella y rompió a llorar como una niña, algo que nunca había hecho. Jorge la abrazó, conmovido por sus lágrimas. Le aseguró que nunca haría daño al dragón, jurándole que daría su vida para protegerlo si fuera necesario.
Juntos trazaron un plan para convencer al rey que había dado muerte al dragón. Debía llevarle alguna prueba con él. Además de llevar a la princesa, rescatada de las garras de la bestia. Ella no deseaba volver a palacio pero sabía que si no lo hacía, su padre no creería en la muerte del dragón y nunca estaría a salvo. Jorge conocía un lugar entre las montañas, deshabitado y tranquilo, donde el dragón podría vivir en libertad. Alli llevarían al dragón una vez hubieran convencido al rey de su muerte.
La princesa arrancó con delicadeza algunas escamas doradas de su cola, mientras Jorge se hacía unas heridas en los brazos, como si hubiera mantenido una titánica lucha. Y con la sangre de esas heridas, empapaba su capa y sus vestiduras.
Cuando unas gotas de sangre cayeron en el suelo, algo mágico ocurrió. Del lugar donde la sangre había empapado la tierra, brotaba un hermoso arbusto cuajado de la más bellas flores. Unas flores tan rojas como la sangre. Sin pensárselo dos veces, Jorge cortó con su espada la flor más hermosa y se la ofreció a la princesa, ofrenda de su sangre y su corazón. Ofrenda que ella aceptó ruborizada y confundida.
Al día siguiente entraron triunfalmente en la ciudad, entre los vítores del pueblo, feliz de verse libres de la amenaza del dragón y por la vuelta sana y salva de la princesa. A las puertas del palacio, el rey los recibió feliz, comprobando las escamas del dragón, señal su muerte. Y tomando la mano de su hija se la entregó a Jorge, como había prometido. Esa misma tarde, en la iglesia de palacio se celebró la ceremonia. La novia, feliz, no se separaba de una extraña flor roja, la única que quiso en su ramo de novia. Su hermana, celosa, le preguntó de donde la había sacado. Ella le contó que cuando Jorge mató al dragón, de su sangre había brotado un arbusto mágico, cubierto de flores.
Esa misma noche, los novios partieron hacia su nuevo hogar, volando a lomos del dragón. Los tres felices y libres para siempre.
Y cuenta la leyenda, que la gruta donde “murió” el dragón se convirtió en centro de peregrinación. Todos querían ver las mágicas flores, que alguien bautizó como rosas. Y entre los caballeros enamorados se instauró la costumbre de regalar una rosa roja a la dama de sus pensamientos como ofrenda simbólica de su corazón enamorado.

Feliz día de la rosa y del libro para todos.

martes, 12 de abril de 2011

Concurso de relatos on line de Tmb.



Como cada año, TMB (la empresa de transporte público de mi ciudad) organiza un concurso de relatos on line, que se enmarca dentro de las actividades de la primavera cultural. Cada año digo que voy a participar y nunca lo hago.

Pero este año, por fin, venciendo el miedo y el pánico escénico, he presentado dos relatos.

Os dejo las direcciones para que podáis leerlos, valorarlos y opinar sobre ellos.

Summertime.

Próxima parada... la Felicidad.

No sé si ganaré o no, eso no es importante para mí... Lo que realmente me llena y me hace sentir orgullosa es el hecho de haber superado mis miedos y haber presentado los relatos.

lunes, 11 de abril de 2011

El tren.


El tren

Hoy parto.
Me voy lejos de aquí.
Hoy parto.
No sé qué rumbo seguir.
Ayer seguía estando en mi hogar,
hoy he de partir.
Ayer sabía en dónde iba a dormir,
hoy sólo sé que mi cabeza en mi almohada no habrá de reposar.
Hoy parto.
Momento es de seguir.
Hoy parto.
Las cosas han terminado aquí.
Mañana…
Hoy tomo un tren con destino incierto,
hoy tomo un tren sin saber porqué.
Hoy he despertado con un sueño,
con un nuevo anhelo:
viajar e irme lejos,
no sé porqué.
Hoy parto.
Me voy lejos de lo que conozco,
hacia un lugar que no sé si está ahí.
Dejo todo lo que he hecho hasta aquí,
me voy a un lugar del que no he oído jamás.
¿Cuánto el viaje dura?
¿Cuán dura será la partida?
No lo sé.
He pasado del panel con los destinos,
sólo he sacado un vulgar billete.
Y el vulgar billete se ha convertido en dorado pasaje,
llave misteriosa que abre la puerta oculta hacia el más allá.
Más allá no sé qué hay,
más allá no sé qué queda.
El billete mordido,
un pasaje a lo desconocido.
Las verdes praderas que dejo atrás lloran con mi partida,
mi alma llora al no saber si he de retornar a mis tierras queridas.
Ya nada es como ayer,
porque el hoy es el mañana.
mañana que iba a ser,
mañana que es.
Las blancas nubes de humo ocultan el tren,
así de oculto está lo que me aguarda después.
¿Adónde iré? ¿Qué es lo que haré?
No lo sé.
Quizá el tren se eleve en majestuoso vuelo,
quizá se oculte en los subterráneos túneles.
Quizá de las blancas nubes…
A partir de hoy mi vida es un “quizá”,
un “tal vez” que no cesará de repetirse
hasta que marchar decida de nuevo.
Los caminos me han llevado por muchos valles,
pero ahora debo abandonarlos para siempre.
El oficial de la máquina hace sonar la aguda bisagra.
Los vagones se estremecen ante los primeros pálpitos de vida.
El sol se oculta en el horizonte.
Lo saludo. Pues este sol no lo veré más.
Cuando despierte por la mañana, veré otro sol, distinto al que dejé de ver hoy.
A la nada parto.
Parto al “no sé”.
Parto a la incertidumbre.
Parto para no volver.
Una eterna despedida,
eso es la vida.
Una eterna incertidumbre,
eso es el peregrino.
Un eterno peregrinaje,
ese es mi camino.
Un bastón de caminante,
eso es lo que traigo conmigo.
La vida es el eterno andar errante,
el dejarse llevar por el viento.
Un “adiós” a lo que conozco,
un “hola”” a lo que viene luego.
Una última gota resbala,
una última vez veo hacia atrás.
Dobla el vagón una curva
y la montaña oculta el último prado verde que ya conozco.
Al fin el tren se pierde,
hacia la incertidumbre, hacia la aventura;
envuelto en una tenue nube de humo blanco,
Hacia la aventura, hacia la incertidumbre…

Nicolás Vásquez de Aragón


miércoles, 6 de abril de 2011

El regreso del hada.



Tras este largo parón, motivado sobretodo por una grave crisis creativa, regreso al hogar como el hijo pródigo. Pero lamentablemente, mi crisis creativa no está superada. Así que me temo que voy a tirar de "fondo de armario". Os presento el último cuento que he escrito en meses. Se titula Cupido enamorado y lo escribí para El salón del estudio con motivo del día de San Valentín. Espero que os guste.

Intentaré publicar semanalmente. No me gusta estar tanto tiempo alejada de todos vosotros, mis fieles amigos del ciberespacio, que tanto me habéis dado desde que empecé esta aventura. Pero me temo que necesitaba un tiempo alejada de todo. En silencio, que es donde realmente puedes escuchar tu propia voz. Todavía me falta algo de tiempo para volver a escribir, pero por lo menos, las ideas van llegando a mi cerebro. Sólo falta que maduren y que yo termine confiando en mis propias capacidades como narradora. Me temo que me siento muy insegura todavía con respecto a mi estilo. Empecé esta aventura literaria por casualidad. Para animar a una persona muy querida que estaba pasando un mal momento. Eso me hizo vencer el pánico y el bloqueo que me provocaba pensar en que alguien me leyera. Mis primeros intentos no fueron demasiado afortunados, pero seguí escribiendo porque por alguna extraña razón mis pequeños cuentos le gustaban y animaban. Y así fui aprendiendo, sobre la marcha. Pero en el fondo sigo sintiendo el pánico, agazapado en el fondo del estómago. Y en los momentos de bajón vuelve a bloquearme. Se que será una crisis pasajera, y que como siempre pasa, saldré fortalecida.

Y ahora sí... os dejo con el relato:

Cupido enamorado.
Cupido se siente triste y cansado. Cada día le cuesta más hacer su trabajo. Lleva toda su vida disparando las flechas del amor, uniendo corazones. Era sólo un niño cuando su madre le puso en la mano su primer arco y le colgó al hombro el carcaj lleno de flechas. Al principio le pareció muy divertido. Si algo faltaba en el mundo era más Amor, eso es lo que mamá siempre le decía. Le encantaba disparar a diestro y siniestro, sin pensar demasiado en las consecuencias. Se daban situaciones realmente disparatadas. Pero tía Atenea le hizo ver su error. Esas flechas tenían dentro uno de los mayores poderes. Un poder que no podía ser usado sin control. Le enseñó que todo poder conlleva una gran responsabilidad. Y descubrió que era verdad. Tenía un sentido especial para saber que corazones tenía que disparar. Y se aplicó a la tarea de unir corazones. Le encantaba observarlos antes y después de que su flecha los hubiera traspasado. Pero llegó un momento en que empezó a plantearse algunas cosas. Supuso que estaba creciendo, porque en lugar de sentirse feliz empezó a preguntarse como sería eso del amor. Sentía que le faltaba algo. Le preguntó a su madre porque él que tanto amor repartía, era incapaz de sentirlo. Su madre se encogía de hombros, eso eran cosas de mortales. Ellos eran dioses, estaban por encima de todo ello. Pero eso no le bastaba, se sentía algo perdido e incomprendido. Y se rebeló, decidió dimitir, colgar el arco y las flechas. No le encontraba sentido en provocar un sentimiento que ni entendía, ni podía sentir. Dejó el Olimpo y vagó por el mundo como un mortal más. Se estableció en una pequeña, tranquila y alejada isla. En una aldea de pescadores donde la gente era humilde pero feliz. El mar les daba todo lo que necesitaban para vivir. Así aprendió a navegar, a echar las redes, a vivir de sus manos. La isla estaba gobernada por un rey, viejo y sabio que vivía en el corazón de la isla. El rey tenía una única hija. Pero necesitaba un heredero. Se sentía viejo, cansado y enfermo. No quería dejar el reino en manos del único pariente masculino que le quedaba, su sobrino, un joven tirano y disoluto. La única solución era que su hija contrajera matrimonio. Pero nadie quería casarse con la princesa. Aún cuando el rey prometió el reino a quien la desposara. Cuando Cupido supo la noticia, se preguntó el porqué no había ningún pretendiente. Los pescadores le dijeron que era porque la princesa había sufrido un accidente cuando era una niña y que su cara quedó muy desfigurada, perdiendo toda su belleza. Nadie supo nunca explicar como había pasado, aunque algunos creían que había sido la nueva esposa del rey, celosa de la belleza de la niña. Pero nadie pudo demostrarlo, y la niña se ocultó de todo el mundo. Desde aquel día nadie la había visto. Por eso nadie se atrevía a pedir su mano. Temían encontrarse con alguien horrible y mostruoso. Al escuchar la triste historia de la joven princesa, Cupido sintió una pena tremenda en su corazón. Y por un instante deseo tener al hombro su arco y sus flechas. Pero como su tía le había enseñado, no podía utilizar su poder a la ligera. Decidió ir a la ciudad y conocer a la joven. Así, quizás, descubriría con qué corazón debía unirla.
Al anochecer abandonó la aldea de pescadores. Mientras se adentraba en el interior de la isla, camino del palacio real, en el aire llevaba una bella y triste melodía. No supo porqué, pero esa melodía le llenaba de emoción el corazón. Quizás porque hablaba de soledad e incomprensión. Cosas que él conocía muy bien. Y muy dentro de él nacía un deseo nuevo. Un sentimiento que nunca antes había conocido. Y supo que esa era la voz de la princesa, una voz tan dulce y embriagadora como ambrosía. Y volvió a ser él mismo, Cupido, el dios del Amor. Y como tal se presentó ante la princesa, que asombrada cesó su canto y corrió a esconderse. Se avergonzaba de su rostro quemado. Pero él había visto lo suficiente. La dulzura y bondad de su corazón, pero sobre todo su tristeza y soledad. Y eso le traspasó el corazón, y en ese momento supo que haría cualquier cosa por hacerla feliz. Y descubrió entonces que estaba enamorado. Se acercó a ella, y la tranquilizó. Le dijo que era la joven más bella que había conocido, y que de eso sabía mucho, no en vano su madre era la diosa de la Belleza. Y que si no se lo creía, podría demostrarlo. Mientras decía esto, sacó un espejo dorado y se lo acercó a la joven. Ella se miró con un poco de miedo, esperaba ver la fea quemadura de su rostro, pero no, allí no se reflejaba. Sólo veía a una hermosa joven que se parecía mucho a ella. Cupido le explicó que era un espejo mágico, y que reflejaba el verdadero aspecto de la gente. Y que así es como él la veía. Y le contó su historia. La habló de su soledad y su tristeza. Y ambos supieron que estaban hechos uno para el otro, unidos ya para siempre.
Cupido comprendió por fin lo importante que era su poder y su tarea. Pues sus flechas unían rápidamente a los corazones que estaban destinados a encontrarse y estar juntos. Corazones que sin él tardarían toda una vida en hacerlo. Y desde ese día jamás faltó a su trabajo. Y al volver a casa, cada noche, le esperaban los amantes brazos de su princesa.






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