lunes, 30 de agosto de 2010

Rinconcito poético X.






Yo no te pido. (Mario Benedetti)


Yo no te pido que me bajes
una estrella azul
sólo te pido que mi espacio
llenes con tu luz.

Yo no te pido que me firmes
diez papeles grises para amar
sólo te pido que tú quieras
las palomas que suelo mirar.

De lo pasado no lo voy a negar
el futuro algún día llegará
y del presente
qué le importa a la gente
si es que siempre van a hablar.

Sigue llenando este minuto
de razones para respirar
no me complazcas no te niegues
no hables por hablar.

Yo no te pido que me bajes
una estrella azul
sólo te pido que mi espacio
llenes con tu luz.




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domingo, 29 de agosto de 2010

Nessun Dorma.



Una y otra vez sonaban las notas del Nesun dorma. Siempre la misma canción como si de un bucle eterno se tratara. El anciano, sentado en su pequeña butaca miraba hacia la ventana. La mirada perdida en el horizonte. Perdida como su memoria. Pero a veces, al escuchar las notas de esa canción de la que hacía tiempo ya no recordaba el nombre, de esa voz mágica, su mente se llena de destellos. Imágenes de un teatro iluminado y un clamor de aplausos y vítores. Entonces su mirada se ilumina por unos minutos, se levanta y hace una reverencia antes de volver a las sombras del olvido. A su lado, su esposa aplaude mientras silenciosas lágrimas ruedan por su mejilla. Y vuelve a poner el disco, buscando ese momento único en que su propia voz le hace recordar quien fue.



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jueves, 26 de agosto de 2010

El próximo 8 de octubre la CONVIVENCIA llenará la blogosfera


Visitando el Blog de Canoso he conocido una iniciativa que se está fraguando en la blogosfera. La iniciativa parte de los blogs de Angel Cabrera y J. Senovilla. Nos proponen que el 8 de octubre de 2010 llenemos la blogosfera de Convivencia. Nos piden que hablemos de ella en nuestros blogs. Os dejo las normas, para que los que queráis y podáis os apuntéis.

El día 8 de Octubre deseamos que todos ustedes hablen de CONVIVENCIA en sus rincones, lo hagan abiertamente, sin censuras, con libertad y sinceridad, de nuevo tenemos un tema muy candente en el seno de nuestra sociedad que dará mucho juego de opiniones en los artículos que ustedes redacten.

Reglas de la iniciativa, pocas y concisas, hablar de CONVIVENCIA el día 8 de Octubre.


¿Quién puede participar? Todos los que tengan una bitácora para publicar su artículo y los que no la tengan podrán enviarnos a Ángel o a mí su artículo para publicarlo en nuestros rincones, más fácil imposible.

¿Dónde apuntarse? No es necesario hacerlo, no obstante y como siempre, nos gusta sorprenderles con algún guiño blogosférico, podrán apuntarse en los comentarios de este post o en los comentarios del artículo que ha publicado con la iniciativa Ángel.


Temática y Título del Post : Convivencia, pero ustedes lo pueden titular como quieran, lo importante es que en su artículo nos cuenten algo sobre esta temática.

Y nada más, son reglas bien sencillas, sin exigencias ni complicaciones para nadie, sólo deseamos que participen con alegría, expongan un criterio y opinión sobre la CONVIVENCIA en el marco que ustedes deseen.

El blog de Ángel Artecar24 y desde este rincón, les estamos ya por adelantado muy agradecidos de que se animen a preparar su artículo y lo publiquen el día 8 DE OCTUBRE.

¿Merecerá la Pena participar?, en mi humide opinión, creo que sí, las razones pueden ser muchas, unir un día a la blogosfera para hablar de un tema concreto siempre es interesante y se observan la diferentes formas de ver una palabra que usamos muy a menudo en nuestra sociedad.

Yo personalmente pienso que es una iniciativa magnífica y que ojalá ese día toda la blogosfera sea un lugar para convivir todos en armonía y libertad.



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miércoles, 25 de agosto de 2010

Rinconcito romántico VI.

Despierta tiemblo al mirarte,
dormida me atrevo a verte;
por eso, alma de mi alma,
yo velo mientras tú duermes.

Despierta ríes y al reír tus labios
inquietos me parecen
relámpagos de grana que serpean
sobre un cielo de nieve.

Dormida, los extremos de tu boca
pliega sonrisa leve,
suave como el rastro luminoso
que deja un sol que muere.

¡Duerme!

Despierta miras y al mirar, tus ojos
húmedos resplandecen,
como la onda azul en cuya cresta
chispeando el sol hiere.

Al través de tus párpados dormida,
tranquilo fulgor vierten,
cual derrama de luz templado rayo
lámpara transparente.

¡Duerme!

Despierta hablas y al hablar, vibrantes
tus palabras parecen
lluvia de perlas que en dorada copa
se derrama a torrentes.

Dormida en el murmullo de tu aliento
acompasado y tenue
escucho yo un poema que mi alma
enamorada entiende.

¡Duerme!


Sobre el corazón la mano
me he puesto porque no suene
su latido y de la noche
turbe la calma solemne.

De tu balcón las persianas
cerré ya porque no entre
el resplandor enojoso
de la aurora y te despierte.

¡Duerme!

Gustavo Adolfo Bécquer.






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lunes, 23 de agosto de 2010

Singing in the rain.


Hoy os traigo un minirelato que improvisé en un comentario para el blog de Adivín, en su entrada Lienzo escrito 4. Esto fue lo que me dio la inspiración para esta serie de relatos.

Bailar y bailar, bajo la incesante lluvia. Igual que aquella tarde mágica. Tú, maravillosa con aquel vestido de seda y yo ofreciéndote el cobijo de mi paraguas negro. Te acompañé a tu portal y allí el tiempo se paró en aquel beso. Pero la vida no para y te marchaste. Me quedé solo bajo la lluvia, bailando feliz, con el recuerdo de tus labios, suaves y dulces como gotas de lluvia. Por eso sigo bailando cada día, en un baile eterno. Porque cada gota es un beso de sus labios.


domingo, 22 de agosto de 2010

Feliz cumpleaños Sr. Bradbury.


Hoy cumple 90 años uno de los mejores escritores americanos del siglo XX, Ray Bradbury. Personalmente creo que es el mejor. Pionero del género de Ciencia-ficción y el escritor que mejor domina el relato breve. Al que considero mi maestro y mi inspiración.
Creo que la mejor manera de celebrarlo es con uno de sus cuentos. Uno que me gusta particularmente. Se titula La Sirena, perteneciente al libre Las Doradas manzanas del sol.

La Sirena. (Ray Bradbury)

Allá afuera en el agua helada, lejos de la costa, esperábamos todas las noches la llegada de la niebla, y la niebla llegaba, y aceitábamos la maquinaria de bronce, y encendíamos los faros de niebla en lo alto de la torre. Como dos pájaros en el cielo gris, McDunn y yo lanzábamos el rayo de luz, rojo, luego blanco, luego rojo otra vez, que miraba los barcos solitarios. Y si ellos no veían nuestra luz, oían siempre nuestra voz, el grito alto y profundo de la sirena, que temblaba entre jirones de neblina y sobresaltaba y alejaba a las gaviotas como mazos de naipes arrojados al aire, y hacía crecer las olas y las cubría de espuma.

-Es una vida solitaria, pero uno se acostumbra, ¿no es cierto? -preguntó McDunn.

-Sí -dije-. Afortunadamente, es usted un buen conversador.

-Bueno, mañana irás a tierra -agregó McDunn sonriendo- a bailar con las muchachas y tomar ginebra.

-¿En qué piensa usted, McDunn, cuando lo dejo solo?

-En los misterios del mar.

McDunn encendió su pipa. Eran las siete y cuarto de una helada tarde de noviembre. La luz movía su cola en doscientas direcciones, y la sirena zumbaba en la alta garganta del faro. En ciento cincuenta kilómetros de costa no había poblaciones; sólo un camino solitario que atravesaba los campos desiertos hasta el mar, un estrecho de tres kilómetros de frías aguas, y unos pocos barcos.

-Los misterios del mar -dijo McDunn pensativamente-. ¿Pensaste alguna vez que el mar es como un enorme copo de nieve? Se mueve y crece con mil formas y colores, siempre distintos. Es raro. Una noche, hace años, todos los peces del mar salieron ahí a la superficie. Algo los hizo subir y quedarse flotando en las aguas, como temblando y mirando la luz del faro que caía sobre ellos, roja, blanca, roja, blanca, de modo que yo podía verles los ojitos. Me quedé helado. Eran como una gran cola de pavo real, y se quedaron ahí hasta la medianoche. Luego, casi sin ruido, desaparecieron. Un millón de peces desapareció. Imaginé que quizás, de algún modo, vinieron en peregrinación. Raro, pero piensa qué debe parecerles una torre que se alza veinte metros sobre las aguas, y el dios-luz que sale del faro, y la torre que se anuncia a sí misma con una voz de monstruo. Nunca volvieron aquellos peces, ¿pero no se te ocurre que creyeron ver a Dios?

Me estremecí. Miré las grandes y grises praderas del mar que se extendían hacia ninguna parte, hacia la nada.

-Oh, hay tantas cosas en el mar. -McDunn chupó su pipa nerviosamente, parpadeando. Estuvo nervioso durante todo el día y nunca dijo la causa-. A pesar de nuestras máquinas y los llamados submarinos, pasarán diez mil siglos antes de que pisemos realmente las tierras sumergidas, sus fabulosos reinos, y sintamos realmente miedo. Piénsalo, allá abajo es todavía el año 300,000 antes de Cristo. Cuando nos paseábamos con trompetas arrancándonos países y cabezas, ellos vivían ya bajo las aguas, a dieciocho kilómetros de profundidad, helados en un tiempo tan antiguo como la cola de un cometa.

-Sí, es un mundo viejo.

-Ven. Te reservé algo especial.

Subimos con lentitud los ochenta escalones, hablando. Arriba, McDunn apagó las luces del cuarto para que no hubiese reflejos en las paredes de vidrio. El gran ojo de luz zumbaba y giraba con suavidad sobre sus cojinetes aceitados. La sirena llamaba regularmente cada quince segundos.

-Es como la voz de un animal, ¿no es cierto? -McDunn se asintió a sí mismo con un movimiento de cabeza-. Un gigantesco y solitario animal que grita en la noche. Echado aquí, al borde de diez billones de años, y llamando hacia los abismos. Estoy aquí, estoy aquí, estoy aquí. Y los abismos le responden, sí, le responden. Ya llevas aquí tres meses, Johnny, y es hora que lo sepas. En esta época del año -dijo McDunn estudiando la oscuridad y la niebla-, algo viene a visitar el faro.

-¿Los cardúmenes de peces?

-No, otra cosa. No te lo dije antes porque me creerías loco, pero no puedo callar más. Si mi calendario no se equivoca, esta noche es la noche. No diré mucho, lo verás tú mismo. Siéntate aquí. Mañana, si quieres, empaquetas tus cosas y tomas la lancha y sacas el coche desde el galpón del muelle, y escapas hasta algún pueblito del mediterráneo y vives allí sin apagar nunca las luces de noche. No te acusaré. Ha ocurrido en los últimos tres años y sólo esta vez hay alguien conmigo. Espera y mira.

Pasó media hora y sólo murmuramos unas pocas frases. Cuando nos cansamos de esperar, McDunn me explicó algunas de sus ideas sobre la sirena.

-Un día, hace muchos años, vino un hombre y escuchó el sonido del océano en la costa fría y sin sol, y dijo: "Necesitamos una voz que llame sobre las aguas, que advierta a los barcos; haré esa voz. Haré una voz que será como todo el tiempo y toda la niebla; una voz como una cama vacía junto a ti toda la noche, y como una casa vacía cuando abres la puerta, y como otoñales árboles desnudos. Un sonido de pájaros que vuelan hacia el sur, gritando, y un sonido de viento de noviembre y el mar en la costa dura y fría. Haré un sonido tan desolado que alcanzará a todos y al oírlo gemirán las almas, y los hogares parecerán más tibios, y en las distantes ciudades todos pensarán que es bueno estar en casa. Haré un sonido y un aparato y lo llamarán la sirena, y quienes lo oigan conocerán la tristeza de la eternidad y la brevedad de la vida".

La sirena llamó.

-Imaginé esta historia -dijo McDunn en voz baja- para explicar por qué esta criatura visita el faro todos los años. La sirena la llama, pienso, y ella viene...

-Pero... -interrumpí.

-Chist... -ordenó McDunn-. ¡Allí!

-Señaló los abismos.

-Algo se acercaba al faro, nadando.

Era una noche helada, como ya dije. El frío entraba en el faro, la luz iba y venía, y la sirena llamaba y llamaba entre los hilos de la niebla. Uno no podía ver muy lejos, ni muy claro, pero allí estaba el mar profundo moviéndose alrededor de la tierra nocturna, aplastado y mudo, gris como barro, y aquí estábamos nosotros dos, solos en la torre, y allá, lejos al principio, se elevó una onda, y luego una ola, una burbuja, una raya de espuma. Y en seguida, desde la superficie del mar frío salió una cabeza, una cabeza grande, oscura, de ojos inmensos, y luego un cuello. Y luego... no un cuerpo, sino más cuello, y más. La cabeza se alzó doce metros por encima del agua sobre un delgado y hermoso cuello oscuro. Sólo entonces, como una islita de coral negro y moluscos y cangrejos, surgió el cuerpo desde los abismos. La cola se sacudió sobre las aguas. Me pareció que el monstruo tenía unos veinte o treinta metros de largo.

No sé qué dije entonces, pero algo dije.

-Calma, muchacho, calma -murmuró McDunn.

-¡Es imposible! -exclamé.

-No, Johnny, nosotros somos imposibles. Él es lo que era hace diez millones de años. No ha cambiado. Nosotros y la Tierra cambiamos, nos hicimos imposibles. Nosotros.

El monstruo nadó lentamente y con una gran y oscura majestad en las aguas frías. La niebla iba y venía a su alrededor, borrando por instantes su forma. Uno de los ojos del monstruo reflejó nuestra inmensa luz, roja, blanca, roja, blanca, y fue como un disco que en lo alto de una mano enviase un mensaje en un código primitivo. El silencio del monstruo era como el silencio de la niebla.

Yo me agaché, sosteniéndome en la barandilla de la escalera.

-¡Parece un dinosaurio!

-Sí, uno de la tribu.

-¡Pero murieron todos!

-No, se ocultaron en los abismos del mar. Muy, muy abajo en los más abismales de los abismos. Es ésta una verdadera palabra ahora, Johnny, una palabra real; dice tanto: los abismos. Una palabra con toda frialdad y la oscuridad y las profundidades del mundo.

-¿Qué haremos?

-¿Qué podemos hacer? Es nuestro trabajo. Además, estamos aquí más seguros que en cualquier bote que pudiera llevarnos a la costa. El monstruo es tan grande como un destructor, y casi tan rápido.

-¿Pero por qué viene aquí?

En seguida tuve la respuesta.

La sirena llamó.

Y el monstruo respondió.

Un grito que atravesó un millón de años, nieblas y agua. Un grito tan angustioso y solitario que tembló dentro de mi cuerpo y de mi cabeza. El monstruo le gritó a la torre. La sirena llamó. El monstruo rugió otra vez. La sirena llamó. El monstruo abrió su enorme boca dentada, y de la boca salió un sonido que era el llamado de la sirena. Solitario, vasto y lejano. Un sonido de soledad, mares invisibles, noches frías. Eso era el sonido.

-¿Entiendes ahora -susurró McDunn- por qué viene aquí?

Asentí con un movimiento de cabeza.

-Todo el año, Johnny, ese monstruo estuvo allá, mil kilómetros mar adentro, y a treinta kilómetros bajo las aguas, soportando el paso del tiempo. Quizás esta solitaria criatura tiene un millón de años. Piénsalo, esperar un millón de años. ¿Esperarías tanto? Quizás es el último de su especie. Yo así lo creo. De todos modos, hace cinco años vinieron aquí unos hombres y construyeron este faro. E instalaron la sirena, y la sirena llamó y llamó y su voz llegó hasta donde tú estabas, hundido en el sueño y en recuerdos de un mundo donde había miles como tú. Pero ahora estás solo, enteramente solo en un mundo que no te pertenece, un mundo del que debes huir. El sonido de la sirena llega entonces, y se va, y llega y se va otra vez, y te mueves en el barroso fondo de los abismos, y abres los ojos como los lentes de una cámara de cincuenta milímetros, y te mueves lentamente, lentamente, pues tienes todo el peso del océano sobre los hombros. Pero la sirena atraviesa mil kilómetros de agua, débil y familiar, y en el horno de tu vientre arde otra vez el juego, y te incorporas lentamente, lentamente. Te alimentas de grandes cardúmenes de bacalaos y de ríos de medusas, y subes lentamente por los meses de otoño, y septiembre cuando nacen las nieblas, y octubre con más niebla, y la sirena todavía llama, y luego, en los últimos días de noviembre, luego de ascender día a día, unos pocos metros por hora, estás cerca de la superficie, y todavía vivo. Tienes que subir lentamente: si te apresuras; estallas. Así que tardas tres meses en llegar a la superficie, y luego unos días más para nadar por las frías aguas hasta el faro. Y ahí estás, ahí, en la noche, Johnny, el mayor de los monstruos creados. Y aquí está el faro, que te llama, con un cuello largo como el tuyo que emerge del mar, y un cuerpo como el tuyo, y, sobre todo, con una voz como la tuya. ¿Entiendes ahora, Johnny, entiendes?

La sirena llamó.

El monstruo respondió.

Lo vi todo..., lo supe todo. En solitario un millón de años, esperando a alguien que nunca volvería. El millón de años de soledad en el fondo del mar, la locura del tiempo allí, mientras los cielos se limpiaban de pájaros reptiles, los pantanos se secaban en los continentes, los perezosos y dientes de sable se zambullían en pozos de alquitrán, y los hombres corrían como hormigas blancas por las lomas.

La sirena llamó.

-El año pasado -dijo McDunn-, esta criatura nadó alrededor y alrededor, alrededor y alrededor, toda la noche. Sin acercarse mucho, sorprendida, diría yo. Temerosa, quizás. Pero al otro día, inesperadamente, se levantó la niebla, brilló el sol, y el cielo era tan azul como en un cuadro. Y el monstruo huyó del calor, y el silencio, y no regresó. Imagino que estuvo pensándolo todo el año, pensándolo de todas las formas posibles.

El monstruo estaba ahora a no más de cien metros, y él y la sirena se gritaban en forma alternada. Cuando la luz caía sobre ellos, los ojos del monstruo eran fuego y hielo.

-Así es la vida -dijo McDunn-. Siempre alguien espera que regrese algún otro que nunca vuelve. Siempre alguien que quiere a algún otro que no lo quiere. Y al fin uno busca destruir a ese otro, quienquiera que sea, para que no nos lastime más.

El monstruo se acercaba al faro.

La sirena llamó.

-Veamos qué ocurre -dijo McDunn.

Apagó la sirena.

El minuto siguiente fue de un silencio tan intenso que podíamos oír nuestros corazones que golpeaban en el cuarto de vidrio, y el lento y lubricado girar de la luz.

El monstruo se detuvo. Sus grandes ojos de linterna parpadearon. Abrió la boca. Emitió una especie de ruido sordo, como un volcán. Movió la cabeza de un lado a otro como buscando los sonidos que ahora se perdían en la niebla. Miró el faro. Algo retumbó otra vez en su interior. Y se le encendieron los ojos. Se incorporó, azotando el agua, y se acercó a la torre con ojos furiosos y atormentados.

-¡McDunn! -grité-. ¡La sirena!

McDunn buscó a tientas el obturador. Pero antes de que la sirena sonase otra vez, el monstruo ya se había incorporado. Vislumbré un momento sus garras gigantescas, con una brillante piel correosa entre los dedos, que se alzaban contra la torre. El gran ojo derecho de su angustiada cabeza brilló ante mí como un caldero en el que podía caer, gritando. La torre se sacudió. La sirena gritó; el monstruo gritó. Abrazó el faro y arañó los vidrios, que cayeron hechos trizas sobre nosotros.

McDunn me tomó por el brazo.

-¡Abajo! -gritó.

La torre se balanceaba, tambaleaba, y comenzaba a ceder. La sirena y el monstruo rugían. Trastabillamos y casi caímos por la escalera.

-¡Rápido!

Llegamos abajo cuando la torre ya se doblaba sobre nosotros. Nos metimos bajo las escaleras en el pequeño sótano de piedra. Las piedras llovieron en un millar de golpes. La sirena calló bruscamente. El monstruo cayó sobre la torre, y la torre se derrumbó. Arrodillados, McDunn y yo nos abrazamos mientras el mundo estallaba.

Todo terminó de pronto, y no hubo más que oscuridad y el golpear de las olas contra los escalones de piedra.

Eso y el otro sonido.

-Escucha -dijo McDunn en voz baja-. Escucha.

Esperamos un momento. Y entonces comencé a escucharlo. Al principio fue como una gran succión de aire, y luego el lamento, el asombro, la soledad del enorme monstruo doblado sobre nosotros, de modo que el nauseabundo hedor de su cuerpo llenaba el sótano. El monstruo jadeó y gritó. La torre había desaparecido. La luz había desaparecido. La criatura que llamó a través de un millón de años había desaparecido. Y el monstruo abría la boca y llamaba. Eran los llamados de la sirena, una y otra vez. Y los barcos en alta mar, no descubriendo la luz, no viendo nada, pero oyendo el sonido debían de pensar: ahí está, el sonido solitario, la sirena de la bahía Solitaria. Todo está bien. Hemos doblado el cabo.

Y así pasamos aquella noche.

A la tarde siguiente, cuando la patrulla de rescate vino a sacarnos del sótano, sepultados bajo los escombros de la torre, el sol era tibio y amarillo.

-Se vino abajo, eso es todo -dijo McDunn gravemente-. Nos golpearon con violencia las olas y se derrumbó.

Me pellizcó el brazo.

No había nada que ver. El mar estaba sereno, el cielo era azul. La materia verde que cubría las piedras caídas y las rocas de la isla olían a algas. Las moscas zumbaban alrededor. Las aguas desiertas golpeaban la costa.

Al año siguiente construyeron un nuevo faro, pero en aquel entonces yo había conseguido trabajo en un pueblito, y me había casado, y vivía en una acogedora casita de ventanas amarillas en las noches de otoño, de puertas cerradas y chimenea humeante. En cuanto a McDunn, era el encargado del nuevo faro, de cemento y reforzado con acero.

-Por si acaso -dijo McDunn.

Terminaron el nuevo faro en noviembre. Una tarde llegué hasta allí y detuve el coche y miré las aguas grises y escuché la nueva sirena que sonaba una, dos, tres, cuatro veces por minuto, allá en el mar, sola.

¿El monstruo?

No volvió.

-Se fue -dijo McDunn-. Se ha ido a los abismos. Comprendió que en este mundo no se puede amar demasiado. Se fue a los más abismales de los abismos a esperar otro millón de años. Ah, ¡pobre criatura! Esperando allá, esperando y esperando mientras el hombre viene y va por este lastimoso y mínimo planeta. Esperando y esperando.

Sentado en mi coche, no podía ver el faro o la luz que barría la bahía Solitaria. Sólo oía la sirena, la sirena, la sirena, y sonaba como el llamado del monstruo.

Me quedé así, inmóvil, deseando poder decir algo.

FIN



¡¡¡¡¡Feliz Cumpleaños, maestro!!!!!! Gracias por tantas y tantas páginas que me han hecho soñar y, sobretodo, amar la literatura.

viernes, 20 de agosto de 2010

Rinconcito poético IX.



El país del sol. (Rubén Darío)


Junto al negro palacio del rey de la isla de Hierro ?(¡Oh, cruel, horrible, destierro!)? ¿Cómo es que 
tú, hermana armoniosa, haces cantar al cielo gris, tu pajarera de ruiseñores, tu formidable caja musical? 
¿No te entristece recordar la primavera en que oíste a un pájaro divino y tornasol 

en el país del sol? 

En el jardín del rey de la isla de Oro ?(¡oh, mi ensueño que adoro!)? fuera mejor que tú, armoniosa 
hermana, amaestrases tus aladas flautas, tus sonoras arpas; tú que nacistes donde más lindos nacen el clavel de sangre y la rosa de arrebol, 

en el país del sol! 

O en el alcázar de la reina de la isla de Plata ?(Schubert, solloza la Serenata...)? pudieras también, hermana 
armoniosa, hacer que las místicas aves de tu alma alabasen, dulce, dulcemente, el claro de luna, los vírgenes lirios, la monja paloma y el cisne marqués. La mejor plata se funde en un ardiente crisol, 

en el país del sol! 

Vuelve, pues a tu barca, que tiene lista la vela ?(resuena, lira, Céfiro, vuela)? y parte, armoniosa 
hermana, a donde un príncipe bello, a la orilla del mar, pide liras, y versos y rosas, y acaricia sus rizos de 
oro bajo un regio y azul parasol, 

en el país del sol!






jueves, 19 de agosto de 2010

Jengibres's world. Bienvenidos a mi nuevo mundo.


Hoy quiero invitaros a todos al nacimiento de mi "nuevo" mundo. Jengibre's world, mi nuevo blog. Un mundo diferente pero complementario a éste. En él podréis encontrar todo lo que me guste, me emocione o simplemente, me llame la atención. Pero con un predominio de la imagen y el sonido sobre la palabra. Es decir, no habrá cuentos, ni poesía... nada que tenga que ver con la literatura. Eso seguirá llenando este pequeño rincón de fantasía.
Supongo que os preguntaréis porqué me he embarcado en un nuevo proyecto cuando apenas tengo tiempo que actualizar aquí. Buena pregunta. La verdad es que tenía ganas de hacer algo nuevo. Algo diferente. Soy una persona a la que no le gusta la monotonía. Por necesito cambiar. Probar nuevos caminos, nuevas sensaciones. Eso no significa que vaya a dejar este blog. Nada más lejos de mi propósito. Me siento tremendamente creativa, como ya iréis comprobando.

Espero que os guste.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Smoke gets in your eyes.



Esta semana voy a empezar una nueva sección. Voy a publicar una serie de minirelatos cada uno de ellos inspirado por una canción. Sí, es un método algo raro para inspirarse. Pero los he visto de peores... como por ejemplo, comerse un caramelo de menta. Es mi primera incursión en este tipo de relato. Al final Adivín me ha convencido para que pruebe. Espero que no me haya salido del todo mal. Os dejo con el primero:

Smoke gets in your eyes.

Sentada en esa mesa, sola, me preguntaba porque narices me había vuelto a dejar convencer. Cansada de la misma insípida soda y de ver bailar a los demás. Sintiéndome ridícula, un patito feo rodeada de cisnes. Y entraste tú. Con ese tupé imposible y esos tejanos desgastados. Todas suspiraron. Te acercaste a mí y tomando mi mano me llevaste hasta la pista. Sin ni siquiera preguntarme si quería bailar. Me cogiste de la cintura, acercándome tanto a ti que podía sentir tu respiración en mi cuello. Cerré los ojos, aspirando tu aroma a cuero y tabaco. Flotando entre los acordes del Smoke gets in your eyes.


lunes, 16 de agosto de 2010

Las aventuras de Dana II: ¡¡¡Vacaciones!!!



Hola a todos de nuevo.
Estoy muy emocionada, ¡¡¡estamos de vacaciones!!! Y son mis primeras vacaciones "en familia". La verdad es que ya nos hacían falta. Sam lleva unas semanas muy estresado. Es el jefe de contabilidad de una importante empresa de logísitica, y como va a estar todo el mes de vacaciones quería dejarse todo listo y preparado antes de irse. Por eso las últimas semanas llegaba tarde a casa, y tan cansado y desmejorado que apenas comía algo y se quedaba frito en el sillón. Elsa y yo nos los mirábamos con cara de preocupación, ella me hacía un guiño y yo le despertaba con un lengüetazo cariñoso. Así Elsa podía enviarlo a la cama antes de que la mala postura le causara males mayores. Luego nos mirábamos cómplices... tenemos que cuidar a nuestro "chico".
Pero por fin llegó el viernes, su último día en la oficina. La noche anterior lo preparamos todo para que ese mediodía, en cuanto Elsa volviera de su trabajo (ella es directora de recursos humanos en una pequeña editorial y en verano hace jornada intensiva), pudiera cargar las maletas en el coche, recoger a Sam en su oficina y salir en dirección a nuestro destino. Ayudar a Elsa a preparar las maletas fue muy divertido hasta que me tocó a mí elegir cuales de entre mis muy numerosos juguetes me llevaría. Tras una negociación durísima en la que de nada me sirvieron mis caritas más lastimeras, decidí que me llevaría mi pelota nueva, un par de muñecos de goma y sobretodo a "Pequeña A-tuin", mi tortuga de peluche. Mi favorita, el primer regalo que me hicieron las dos personas que más quiero. No pensaba ir a ningún sitio sin ella.

El viaje no fue muy largo (unas dos horas), pero como todo lo que veía era nuevo para mí, todavía se me hizo mucho más corto. No podía dejar de mirar por la ventanilla, no quería perderme nada. Y fue muy divertido, nada más subirse en el coche, Elsa puso el reproductor de música con Anastasia sonando a toda potencia y ella y Sam cantaban a duo todas las canciones. Yo intentaba acompañarlos... pero no me las sabía, así que intentaba seguir el ritmo. Supongo que los demás conductores debían pensar que estábamos un poco locos. Pero era maravilloso volver a escuchar a Sam reir, tras las duras jornadas pasadas.

Y ahora aquí estoy, en un pequeño pueblo del pirineo. Rodeado de bosques y lagos. Y montañas tan altas que asustan sólo con mirarlas. Estamos en una casita de piedra y madera llamada masía, y es tan antigua como el tiempo. Si las piedras hablaran me contarían un montón de historias emocionantes. Historias de monjes y guerreros, de hadas y princesas, de duendes y trasgos. Pero como las piedras no hablan me he tenido que buscar algún nativo que me las quisiera contar, así que el primer día decidí salir de exploración, para conocer el lugar y a sus habitantes. Así conocí a Cobi, un gos d'atura blanco. Trabaja con el pastor del pueblo, y se da unos aires de importancia sólo porque con un ladrido pone firmes a las ovejas... ¡¡¡Cómo si eso fuera tan difícil!!!. Yo vi en la tele que eso podían hacerlo hasta los cerdos. Además me miraba por encima del hombro por ser un perro de ciudad, que según dice son unos snobs. Pero cuando vio que me revolcaba en el primer charco que encontramos, cambió de idea sobre mí. Y ahora somos amigos. Cada tarde, cuando baja de la montaña y encierra a las ovejas, viene a verme y charlamos. Me cuenta historias fantásticas y alguna de miedo. Y me explica que toda su familia se ha dedicado de siempre al pastoreo, su madre hasta ganó un importante torneo comarcal. Me ha invitado a subir un día a la montaña con él... pero no se si aceptaré. Todas las mañanas voy de excursión con Sam y Elsa. Ayer visitamos un lago enorme y precioso. Y disfrutamos de un divertido baño. ¡¡¡¡¡Aunque el agua estaba helada!!!. Me lo pasé genial salpicándoles de agua.

Y he conocido a muchos animales. A Flavio, un cerdito muy gruñón... ¡¡¡ni siquiera me permite revolcarme en "su" barro!!!! ¡¡¡menudo egoísta!!! Vale, sí, ya se que no debería hacer eso, pero es que me encanta. Y sí, Elsa siempre me regaña por hacerlo... pero ¡¡¡es tan divertido cuando nos bañamos los tres juntos!!!Terminamos los tres empapados, llenos de espuma pero riendo absolutamente felices.
También hay un gallo muy madrugador, que despierta a todo el pueblo. Y al que Sam odia y desea ver en una cazuela. No, no penséis que es por maldad. Sam es incapaz de hacer daño a una mosca. Pero el pobre madruga mucho durante el año, así que en vacaciones le gusta dormir hasta tarde, y el "maldito gallo" no le deja dormir a gusto.
Y no quisiera olvidarme de Lucrecia, una gatita atigrada medio asilvestrada que vive en la casa de al lado. Suele vagabundear por todo el pueblo y sólo acude a casa a la hora de comer y para dormir. Dice que no hay nada como sentirse libre y ser la dueña de su propio destino. Que no soporta que nadie le diga lo que tiene de hacer. Su "dueña"(es un decir) es una ancianita muy dulce, amable y divertida. Vive sola en su casa, pese a que ha cumplido ya los 90 años. Pero no quiere irse a la ciudad con su hija. Dice que eso la mataría en dos días. Creo que ya se de donde ha sacado Lucrecia esas ideas. Lucrecia se ha convertido en mi mejor amiga aquí. Y eso de que los perros y los gatos se llevan mal no es cierto. Juntas lo pasamos muy bien.

Y me temo que esto es todo por hoy. Elsa viene hacia aquí con cara de querer recuperar su notebook y preguntándose "¿qué demonios hace una perrita bien educada enganchada a la red?"

¡¡¡Guau guau, guau!!! (hasta pronto, amigos)



jueves, 12 de agosto de 2010

Los 10 mandamientos de un perro.




Los 10 mandamientos de un perro

Dale gracias a la vida por tus mascotas, disfrútalos y cuídalos. La vida sería una experiencia un poco triste sin estos animalitos de Dios, Comparte este mensaje No tenemos que esperar a llegar al paraíso para estar rodeados de amor, esperanza y felicidad. ¡Están aquí en la tierra y tienen Cuatro Patas!



1.- No te enfades conmigo por mucho tiempo,ya que mi vida solo dura más o menos de 10 a 15 años.



2.- Dame cariño y afecto, que lo necesito mas que nada.y dame tiempo para averiguar que quieres de mi.



3.- Tú tienes tu trabajo, tus amigos, te entretienes y yo solo te tengo a ti.



4.- Hablame, aunque no entienda tus palabras, entiendo el tono de tu voz cuando me hablas. Se consciente en tu forma de tratarme puesto que nunca la olvidaré.



5.- Antes de golpearme o lastimarme, recuerda que también puedo lastimarte con un mordisco pero no lo hago porque te quiero y nunca te haría daño.



6.- Antes de regañarme por ser perezoso y desobediente, pregúntate si algo me molesta, tal vez no me estas alimentando correctamente, he estado mucho tiempo bajo el sol o mi corazón esta envejeciendo o debilitándose.



7.- No me dejes nunca en la calle: no quiero morir en la perrera municipal ni bajo las ruedas de un auto; cierra tu propiedad con una buena reja y no dejes abierta la puerta (acuérdate que también hay ladrones)



8.- Por favor cuídame cuando envejezca ya que tú también envejecerás algún día.



9.- No me abandones jamás: sé tan leal conmigo como yo lo soy contigo; si algún motivo insuperable te obliga a separarte de mí, prefiero que me des en adopcion antes de echarme a la calle.



10.- En mi último viaje no me dejes solo, quédate conmigo y nunca digas que no soportas mirarme. No me dejes enfrentar esto sin ti. Todo es más fácil para mi si tu estas a mi lado por que siempre te amaré.



Un perro no busca grandes coches, casas lujosas o ropa de diseñadores, Con agua y comida estará bien, No les importa si eres pobre o rico, Listo o tonto Inteligente o estupido, dale un pedacito de tu corazón y el te dará el suyo



______________________________________________________________________________________________
las mascotas no son jueguetes tienes que ser muy responsable si quieres adoptar uno, si tienes uno quierelo, amalo por siempre y el estara eternamente agradecido



espero que te hayan gustado los 10 mandamientos de un perro


(Extraído de Facebook

miércoles, 11 de agosto de 2010

Mi cuento favorito.


El sábado estuve de compras con mi sobrina de 5 años. Una mañana sólo "para chicas". Me acompañó a una tienda de ropa y actuó como una verdadera "personal shopper", aconsejándome sobre lo que me quedaba mejor o los colores que me favorecían. Terminada la renovación de mi fondo de armario, salimos de la tienda con la intención de tomar un pequeño refrigerio en una cafetería cercana. Pero justo al lado de la tienda de ropa había un librería en la que siempre me gusta entrar para ver las últimas novedades. Así que entramos y como a mi sobrina le gustan muchos los cuentos, nos dirigimos a la sección infantil. Allí, a la niña le llamó la atención unos cuentecitos troquelados, con preciosos dibujos. ¡¡¡¡Yo había crecido con esos cuentos!!! La mayoría ilustrados por María Pascual, con unos dibujos preciosos y llenos de ternura. Dejé a la niña que eligiera el cuento que quisiera, y nos os podéis imaginar mi sorpresa y alegría cuando vi el que había elegido: ¡¡¡¡El príncipe feliz!!! NO me lo podía creer, ¡¡¡¡es mi cuento favorito!!!. Uno de los primeros que me contó mi abuelo, y el que más me emociona siempre. Por supuesto que le compré el cuento, y se lo leí mientras desayunábamos en la cafetería. Y a ella le gustó tanto como a mí.
Y he pensado ¿porqué no compartirlo con vosotros? Aquí os lo dejo, espero que lo disfrutéis, en verdad es precioso.




EL PRÍNCIPE FELIZ (OSCAR WILDE)


En la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.

Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.

Por todo lo cual era muy admirada.

-Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte-. Ahora, que no es tan útil -añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco práctico.

Y realmente no lo era.

-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? -preguntaba una madre cariñosa a su hijito, que pedía la luna-. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.

-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.

-Verdaderamente parece un ángel -decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.

-¿En qué lo conocéis -replicaba el profesor de matemáticas- si no habéis visto uno nunca?

-¡Oh! Los hemos visto en sueños -respondieron los niños.

Y el profesor de matemáticas fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.

Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad.

Seis semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás.

Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.

-¿Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.

Y el Junco le hizo un profundo saludo.

Entonces la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata.

Era su manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el verano.

-Es un enamoramiento ridículo -gorjeaban las otras golondrinas-. Ese Junco es un pobretón y tiene realmente demasiada familia.

Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.

Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo.

Una vez que se fueron sus amigas, sintióse muy sola y empezó a cansarse de su amante.

-No sabe hablar -decía ella-. Y además temo que sea inconstante porque coquetea sin cesar con la brisa.

Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco multiplicaba sus más graciosas reverencias.

-Veo que es muy casero -murmuraba la Golondrina-. A mí me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.

-¿Quieres seguirme? -preguntó por último la Golondrina al Junco.

Pero el Junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.

-¡Te has burlado de mí! -le gritó la Golondrina-. Me marcho a las Pirámides. ¡Adiós!

Y la Golondrina se fue.

Voló durante todo el día y al caer la noche llegó a la ciudad.

-¿Dónde buscaré un abrigo? -se dijo-. Supongo que la ciudad habrá hecho preparativos para recibirme.

Entonces divisó la estatua sobre la columnita.

-Voy a cobijarme allí -gritó- El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco.

Y se dejó caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.

-Tengo una habitación dorada -se dijo quedamente, después de mirar en torno suyo.

Y se dispuso a dormir.

Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua.

-¡Qué curioso! -exclamó-. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas están claras y brillantes, ¡y sin embargo llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extraño. Al Junco le gustaba la lluvia; pero en él era puro egoísmo.

Entonces cayó una nueva gota.

-¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo la Golondrina-. Voy a buscar un buen copete de chimenea.

Y se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una tercera gota.

La Golondrina miró hacia arriba y vio... ¡Ah, lo que vio!

Los ojos del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro.

Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita sintióse llena de piedad.

-¿Quién sois? -dijo.

-Soy el Príncipe Feliz.

-Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina-. Me habéis empapado casi.

-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.

«¡Cómo! ¿No es de oro de buena ley?», pensó la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre las personas.

-Allí abajo -continuó la estatua con su voz baja y musical-, allí abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa. Su rostro está enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no quieres llevarle el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.

-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mis amigas revolotean de aquí para allá sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. Pronto irán a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey está allí en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de jade verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita - dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la madre!

-No creo que me agraden los niños -contestó la Golondrina-. El invierno último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos mal educados, los hijos del molinero, no paraban un momento en tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras las golondrinas volamos demasiado bien para eso y además yo pertenezco a una familia célebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta de respeto.

Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se quedó apenada.

-Mucho frío hace aquí -le dijo-; pero me quedaré una noche con vos y seré vuestra mensajera.

-Gracias, Golondrinita -respondió el Príncipe.

Entonces la Golondrinita arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y, llevándolo en el pico, voló sobre los tejados de la ciudad.

Pasó sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles esculpidos en mármol blanco.

Pasó sobre el palacio real y oyó la música de baile.

Una bella muchacha apareció en el balcón con su novio.

-¡Qué hermosas son las estrellas -la dijo- y qué poderosa es la fuerza del amor!

-Querría que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial -respondió ella-. He mandado bordar en él unas pasionarias ¡pero son tan perezosas las costureras!

Pasó sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el gueto y vio a los judíos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.

Al fin llegó a la pobre vivienda y echó un vistazo dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camita y su madre habíase quedado dormida de cansancio.

La Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.

-¡Qué fresco más dulce siento! -murmuró el niño-. Debo estar mejor.

Y cayó en un delicioso sueño.

Entonces la Golondrina se dirigió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.

-Es curioso -observa ella-, pero ahora casi siento calor, y sin embargo, hace mucho frío.

Y la Golondrinita empezó a reflexionar y entonces se durmió. Cuantas veces reflexionaba se dormía.

Al despuntar el alba voló hacia el río y tomó un baño.

-¡Notable fenómeno! -exclamó el profesor de ornitología que pasaba por el puente-. ¡Una golondrina en invierno!

Y escribió sobre aquel tema una larga carta a un periódico local.

Todo el mundo la citó. ¡Estaba plagada de palabras que no se podían comprender!...

-Esta noche parto para Egipto -se decía la Golondrina.

Y sólo de pensarlo se ponía muy alegre.

Visitó todos los monumentos públicos y descansó un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia.

Por todas parte adonde iba piaban los gorriones, diciéndose unos a otros:

-¡Qué extranjera más distinguida!

Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz.

-¿Tenéis algún encargo para Egipto? -le gritó-. Voy a emprender la marcha.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás otra noche conmigo?

-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mañana mis amigas volarán hacia la segunda catarata. Allí el hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnón se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegría y luego calla. A mediodía, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos más atronadores que los rugidos de la catarata.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizoso y sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del teatro, pero siente demasiado frío para escribir más. No hay fuego ninguno en el aposento y el hambre le ha rendido.

-Me quedaré otra noche con vos -dijo la Golondrina, que tenía realmente buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?

-¡Ay! No tengo más rubíes -dijo el Príncipe-. Mis ojos es lo único que me queda. Son unos zafiros extraordinarios traídos de la India hace un millar de años. Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, se comprará alimento y combustible y concluirá su obra.

-Amado Príncipe -dijo la Golondrina-, no puedo hacer eso.

Y se puso a llorar.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te pido.

Entonces la Golondrina arrancó el ojo del Príncipe y voló hacia la buhardilla del estudiante. Era fácil penetrar en ella porque había un agujero en el techo. La Golondrina entró por él como una flecha y se encontró en la habitación.

El joven tenía la cabeza hundida en las manos. No oyó el aleteo del pájaro y cuando levantó la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las violetas marchitas.

-Empiezo a ser estimado -exclamó-. Esto proviene de algún rico admirador. Ahora ya puedo terminar la obra.

Y parecía completamente feliz.

Al día siguiente la Golondrina voló hacia el puerto.

Descansó sobre el mástil de un gran navío y contempló a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.

-¡Ah, iza! -gritaban a cada caja que llegaba al puente.

-¡Me voy a Egipto! -les gritó la Golondrina.

Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.

-He venido para deciros adiós -le dijo.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclamó el Príncipe-. ¿No te quedarás conmigo una noche más?

-Es invierno -replicó la Golondrina- y pronto estará aquí la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los árboles, a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros, pero no os olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de allá dos bellas piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rubí será más rojo que una rosa roja y el zafiro será tan azul como el océano.

-Allá abajo, en la plazoleta -contestó el Príncipe Feliz-, tiene su puesto una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las cerillas al arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no lleva algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y su padre no le pegará.

-Pasaré otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo arrancaros el ojo porque entonces os quedaríais ciego del todo.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te mando.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe y emprendió el vuelo llevándoselo.

Se posó sobre el hombro de la vendedorcita de cerillas y deslizó la joya en la palma de su mano.

-¡Qué bonito pedazo de cristal! -exclamó la niña, y corrió a su casa muy alegre.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe.

- Ahora estáis ciego. Por eso me quedaré con vos para siempre.

-No, Golondrinita -dijo el pobre Príncipe-. Tienes que ir a Egipto.

-Me quedaré con vos para siempre -dijo la Golondrina.

Y se durmió entre los pies del Príncipe. Al día siguiente se colocó sobre el hombro del Príncipe y le refirió lo que habla visto en países extraños.

Le habló de los ibis rojos que se sitúan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de ámbar en sus manos; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual están encargados de alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y están siempre en guerra con las mariposas.

-Querida Golondrinita -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.

Entonces la Golondrinita voló por la gran ciudad y vio a los ricos que se festejaban en sus magníficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas.

Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que se morían de hambre, mirando con apatía las calles negras.

Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niñitos abrazados uno a otro para calentarse.

-¡Qué hambre tenemos! -decían.

-¡No se puede estar tumbado aquí! -les gritó un guardia.

Y se alejaron bajo la lluvia.

Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo que había visto.

-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Príncipe-; despréndelo hoja por hoja y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.

Hoja por hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe Feliz se quedó sin brillo ni belleza.

Hoja por hoja lo distribuyó entre los pobres, y las caritas de los niños se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.

-¡Ya tenemos pan! -gritaban.

Entonces llegó la nieve y después de la nieve el hielo.

Las calles parecían empedradas de plata por lo que brillaban y relucían.

Largos carámbanos, semejantes a puñales de cristal, pendían de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubría de pieles y los niños llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.

La pobre Golondrina tenía frío, cada vez más frío, pero no quería abandonar al Príncipe: le amaba demasiado para hacerlo.

Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando éste no la veía, e intentaba calentarse batiendo las alas.

Pero, al fin, sintió que iba a morir. No tuvo fuerzas más que para volar una vez más sobre el hombro del Príncipe.

-¡Adiós, amado Príncipe! -murmuró-. Permitid que os bese la mano.

-Me da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrina -dijo el Príncipe-. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.

-No es a Egipto adonde voy a ir -dijo la Golondrina-. Voy a ir a la morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, ¿verdad?

Y besando al Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.

En el mismo instante sonó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo.

El hecho es que la coraza de plomo se habla partido en dos. Realmente hacia un frío terrible.

A la mañana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos concejales de la ciudad.

Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.

-¡Dios mío! -exclamó-. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!

-¡Sí, está verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinión del alcalde.

Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.

-El rubí de su espada se ha caído y ya no tiene ojos, ni es dorado -dijo el alcalde- En resumidas cuentas, que está lo mismo que un pordiosero.

-¡Lo mismo que un pordiosero! -repitieron a coro los concejales.

-Y tiene a sus pies un pájaro muerto -prosiguió el alcalde-. Realmente habrá que promulgar un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.

Y el secretario del Ayuntamiento tomó nota para aquella idea.

Entonces fue derribada la estatua del Príncipe Feliz.

-¡Al no ser ya bello, de nada sirve! -dijo el profesor de estética de la Universidad.

Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió al Concejo en sesión para decidir lo que debía hacerse con el metal.

-Podríamos -propuso- hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.

-O la mía -dijo cada uno de los concejales.

Y acabaron disputando.

-¡Qué cosa más rara! -dijo el oficial primero de la fundición-. Este corazón de plomo no quiere fundirse en el horno; habrá que tirarlo como desecho.

Los fundidores lo arrojaron al montón de basura en que yacía la golondrina muerta.

-Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles.

Y el ángel se llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.

-Has elegido bien -dijo Dios-. En mi jardín del Paraíso este pajarillo cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.

domingo, 8 de agosto de 2010

Rinconcito poético VIII.



A la orilla de la chimenea. (Joaquín Sabina)

Puedo ponerme cursi y decir
que tus labios me saben igual que los labios
que beso en mis sueños,
puedo ponerme triste y decir
que me basta con ser tu enemigo, tu todo,
tu esclavo, tu fiebre, tu dueño.

Y si quieres tambien
puedo ser tu estacion y tu tren,
tu mal y tu bien,
tu pan y tu vino,
tu pecado, tu dios, tu asesino…

O tal vez esa sombra
que se tumba a tu lado en la alfombra
a la orilla de la chimenea
a esperar que suba la marea.

Puedo ponerme humilde y decir
que no soy el mejor
que me falta valor para atarte a mi cama,
puedo ponerme digno y decir
“toma mi direccion cuando te hartes de amores
baratos de un rato… me llamas”.

Y si quieres tambien
puedo ser tu trapecio y tu red,
tu adios y tu “ven”,
tu manta y tu frio,
tu resaca, tu lunes, tu hastio…

O tal vez ese viento
que te arranca del aburrimiento
y te deja abrazada a una duda,
en mitad de la calle y desnuda.

Y si quieres tambien
puedo ser tu abogado y tu juez,
tu miedo y tu fe
tu noche y tu dia.

Tu rencor, tu por que, tu agonia…
o tal vez esa sombra
que se tumba a tu lado en la alfombra
a la orilla de la chimenea
a esperar que suba la marea.


sábado, 7 de agosto de 2010

Agost.

Agost (Els Pets)

Hoy quiero compartir con vosotros esta preciosa canción del grupo Els Pets. Una canción que habla del verano, del amor, de la vida que "como el mar nunca para su ritmo". Espero que os guste tanto como me gusta a mí.



Descamisat Sisquet fa tard,
diu adéu a la colla.
L´han vacunat contra l´asfalt
en un poblet de costa

on d´amagat l´espera
darrere de l´església
mig tremolós
aquell petó
que tindrà gust a sal de mar i a nit
plena d´estrelles.

Un pel suat Cesc s´ha llevat
de fer la migdiada,
mentre al costat la dona va
desant rasclets i pales

i miran com la nena
rebossada d´arena
dorm al sofà
pensa que mai
tindrà millor moment per anar buscar
la parelleta.

Que arribi l´agost,
feixuc i mandrós,
que ens fa recordar
la bellesa del temps que passa a poc a poc.

Des del cafè el senyor Francesc
mira la gent com tomba
fent el tallat on fa tants anys
te un reservat a l´ombra

i quan la dona arriba
li acosta la cadira
del seu costat
i li estreny la mà
pensant que el mar és com la vida
que no atura el ritme mai.

Que arribi l´agost,
vital i enganxós,
per treure´ns les presses
i recuperar la tendresa del món.

Que arribi l´agost,
feixuc i mandrós
que ens fa recordar
la bellesa del temps que passa a poc a poc.

domingo, 1 de agosto de 2010

Las aventuras de Dana I: Nueva vida, nuevos amigos.



¡¡Guau, guau!!! o ¡¡Hola a todos!! para los que no dominéis el idioma canino.
Jengibre me ha dado un rinconcito aquí en su blog para que os cuente mis aventuras. La verdad, no se como me saldrá esto. Lo mío es la acción y la aventura, no la literatura. Pero Jengibre es muy convincente (por no decir un poco pesada) y como parece tener fe en mis capacidades, pues eso... aquí estoy aporreando este teclado con mis patitas.
Supongo que lo correcto sería empezar hablando de mí. Me llamo Dana y tengo dos añitos. No tengo pedigrí, de hecho ni siquiera recuerdo a mis padres... Mi vida ha sido un poco difícil hasta que conocí a Sam y a Elsa. Así que creo que lo mejor es que empiece hablando de ellos. Ellos son mi nueva familia. No, mucho más que eso, son mis amigos, y los mejores que se puede encontrar.
Sam es muy alto y guapo (o por lo menos eso opina Elsa, y yo no puedo estar más de acuerdo con ella). Tiene los ojos verdes y la mirada muy dulce. Siempre está de buen humor y no se enfada nunca (y creedme, he puesto a prueba su paciencia infinidad de veces y no lo he visto enfadado ni me ha dado un solo grito). Sus manos son cálidas, y cuando te acaricia trasmiten toda su ternura. Elsa piensa que es como uno de esos caballeros andantes de antaño, esos que dedicaban su vida a rescatar doncellas en apuros y a luchar por la justicia. Ella dice que es su héroe. Y como antes, también estoy de acuerdo con ella. Sam es mi héroe también.
Elsa es toda corazón y ternura. Para Sam es la mujer perfecta: guapa, inteligente, cariñosa y divertida. Cuenta que se enamoró de ella la primera vez que la vio, cuando sólo eran unos niños. Se conocieron en la playa del pueblo de costa donde pasaba las vacaciones. Era su último día allí, así que pensó que nunca más volvería a verla. Pero el destino le tenía reservada una pequeña sorpresa. Ese año empezaba el bachillerato y tenía que cambiar de colegio. Se sentía triste, no hacía amigos con facilidad y se sentía solo. Pero ¡¡¡allí estaba Elsa!!!. Radiante, rodeada de amigas, riendo con esa risa suya, tan limpia y contagiosa. Y desde aquel día no se han vuelto a separar.
Viven en un piso pequeño pero muy agradable y acogedor. Tiene un precioso patio lleno de plantas. Allí hacemos mucha vida, sobretodo ahora en verano. Lo primero que Sam hace cuando llega del trabajo es regar la terraza. ¡¡¡Se está tan fresquito en ella!!! Y a la caída del sol, nos vamos a dar un paseo. Solemos ir a un parque muy grande que hay cerca de casa. Allí he vivido algunas de mis mas divertidas travesuras. Pero no adelanto acontecimientos. Ya os las contaré a su debido tiempo.

Y también está Vi, mi madrina. Se llama Violeta, pero todo el mundo la llama Vi. Es la mejor amiga de la pareja. Sam y ella crecieron juntos, y más que amigos son como hermanos. Vi es divertida y muy vital. Y generosa y muy bondadosa. Según Sam es medio hippie, siempre soñando un mundo mejor y luchando contra la injusticia. Siempre que viene de visita (algo muy habitual, de hecho casi es la cuarta habitante de esta casa) me trae regalitos. Sam la regaña porque cree que me está malcriando, pero se que lo hace solo por guardar las apariencias... le encanta vernos felices y contentas.

Y otro día os contaré mis aventuras en el parque y los amigos "caninos" que estoy haciendo. Pero será en otra ocasión, veo acercarse a Sam con la correa, señal que es la hora del paseo.

¡¡Guau, guau!!! (¡¡Hasta pronto!!)


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