miércoles, 29 de julio de 2009

El corazón compartido (2ª parte)


La vida en el bosque seguía su curso, el invierno había tomado el relevo de un otoño dorado y luminoso, la nieve cubría con su blanco manto toda la comarca, dándole al bosque un aspecto casi de cuento de hadas, pero un frío glacial lo hacía menos idílico y más real.
Molly estaba encantada con su inesperado ayudante. Le gustaba tenerlo a su lado, era un joven muy inteligente y tenía una sed de conocimientos casi infinita; en el tiempo que llevaba viviendo con ella casi había absorbido todos sus conocimientos; cierto era que había perdido algo de su independencia, pero lo había ganado con su amena compañía. Pero últimamente lo notaba como distraído, llevaba ya algunos meses en el bosque, desde que aquel desagradable incidente con aquella chica, del que tuvo que salir huyendo y dejar sus estudios de astronomía; él no decía nada, pero ella intuía que echaba de menos sus clases y sus cálculos. Todas las noches salía al claro para observar las estrellas, ni el frío intenso ni la nevada le hacían desistir de salir.
Una noche en que el frío era más intenso que de costumbre, divisó un pequeño bulto en medio del claro. Le pareció un animalito muerto de frío, pero al acercarse descubrió que se trataba de una joven, seguramente se habría perdido y se quedó dormida. Al acercarse descubrió que a pesar de estar helada, todavía respiraba, así que no perdió tiempo, se quitó su abrigo y la cubrió con el, y cogiéndola en sus brazos, la llevó a la cabaña.
Cuando llegaron a la cabaña, la anciana curandera no perdió el tiempo con preguntas, con una rapidez casi imposible en una persona de su edad, avivó el fuego, preparó mantas para abrigarla y empezó a preparar una infusión para combatir el estado de congelación de la muchacha. Indicó a su ayudante que le quitara la ropa mojada, que la cubriera con las mantas y la acostara en el camastro. También le indicó un frasquito en lo alto de una alacena, y le pidió que le diera unas friegas con el líquido que contenía, para hacerla entrar en calor lo más rápido posible.
La aterida muchacha poco a poco fue recobrando el conocimiento, y al despertar y ver que estaba en una habitación cálida y rodeada de cuidados hizo algo totalmente inesperado, por lo menos para sus benefactores, rompió a llorar desconsoladamente. Entre sollozos pedía que la devolvieran al bosque, que solo quisiera dormirse y no despertar y que ya no tenía ni fuerzas ni ganas de seguir adelante.
Él no sabía que hacer, habría sentido una pena inmensa por esa joven perdida e indefensa que quería morir, pero claro… no tenía corazón; por eso hizo lo que había visto a hacer a su madre cuando alguna de sus hermanas lloraba, la abrazó y le acarició el pelo. Consiguió tranquilizarla, le secó las lágrimas que mojaban sus mejillas y le pidió que se bebiera la infusión que la anciana le había preparado. Ella dudó un momento, pero algo en la mirada de ese extraño joven le tranquilizaba, se bebió todo el líquido, que sorprendentemente tenía un sabor dulzón y agradable, y volvió a dormirse casi en el acto, pues el bebedizo que la hechicera le había dado contenía semillas de amapola, uno de los somníferos más fuertes que conocía.
Al día siguiente, el joven se dedicó a vigilar y cuidar a su protegida. Molly se había marchado al pueblo para atender un parto y de paso indagar quien era esa chica, si tenía familia y alguien la estaba buscando.
Al despertar, el joven le preguntó solícito como se encontraba. Ella lo miró, en intentando incorporarse le preguntó porque no la había dejado donde la encontró. Le dijo que cuando llego al bosque, buscó un el lugar más apartado, un lugar donde nadie la encontrara nunca, y cuando descubrió el claro, le pareció un bello lugar para descansar. Se quedó dormida enseguida, ya no sentía frío, ni hambre, ni siquiera miedo; tenía un sueño tan hermoso y feliz como nunca lo había sido su vida, que no quería despertarse nunca, solo quería formar parte de ese sueño para siempre.
Le habló de su triste vida, su madre trabajaba de criada para una rica familia, nunca supo quien era su padre. Al saberse que estaba embarazada sus señores la echaron de casa por inmoral, pues era una joven soltera. Por eso, en cuanto nació la abandonó a su suerte. La recogieron unas monjitas que la cuidaron y le enseñaron cosas útiles para una joven huérfana, es decir a cocinar, coser y planchar. Las monjitas eran muy buenas con ella y fueron los únicos años felices en su vida. Al cumplir los 14 años le consiguieron un trabajo en una buena casa, como ayudante de la cocinera. Allí vivió un infierno, la cocinera era una mujer amargada e iracunda que la hacía trabajar en jornadas de 20 horas, sin apenas descanso y que además la maltrataba siempre que tenía ocasión, sin ningún motivo. Las cosas fueron a peor cuando la cocinera enfermó y ella paso a hacerse cargo de sus tareas, demostrando ser mejor cocinera que ella. Los señores la alabaron y la nombraron cocinera y degradaron a la anterior a ayudante. Desde ese momento conspiró contra ella hasta lograr que la despidieran por ladrona, al esconder entre sus escasas pertenencias una valiosa alhaja de su señora. Tan grave era la acusación que nadie le quería dar trabajo, desesperada volvió al convento donde se crió, llegó tan desnutrida y enferma que las monjitas se compadecieron de ella y la acogieron. Su estado de salud era tan delicado que temieron por su vida y avisaron a un joven doctor que vivía en el pueblo. El doctor se interesó por la historia de su paciente, se sintió apenado por ella y quiso ayudarla de alguna manera, necesitaba una enfermera para el consultorio y creía que esa joven sería perfecta. Así fue como una vez repuesta dejó el convento para trabajar en la consulta del doctor. Demostró ser una enfermera muy competente; los niños la adoraban, les contaba historias que los entretenían mientras los examinaban y se olvidaban de llorar. Conforme pasaban los meses el doctor se fue dando cuenta que se estaba enamorando de su enfermera, decidió pedirle que se casara con él, pero antes decidió escribir a sus padres, que vivían en la capital, contándole sus intenciones de contraer matrimonio. Su familia se alegró mucho de que su hijo hubiera decidido formar una familia, así que se presentaron en casa de su hijo con intención de conocer a la afortunada joven que había conquistado su corazón. Eran acomodados burgueses que pensaban que su futura nuera sería alguien adecuado a su nivel, pero cuando supieron que era una huérfana recogida por unas monjas, sin ninguna posición social, se opusieron frontalmente a la boda. Amenazaron con desheredarlo si contraía matrimonio sin su consentimiento. En un principio, el se mantuvo firme, le juró que su amor era eterno, pero cuando vio que su padre le suspendía su asignación y que los pacientes de recursos le daban la espalda, decidió abandonarla a su suerte, sin ni siquiera una despedida. Le rompió el corazón y por eso decidió dejar de sufrir para siempre.
Al acabar su historia, las lágrimas volvían a inundar su cara.
No quiero que sientas lástima por mí –le dijo entre lágrimas.
Tranquila, no siento lástima… de hecho no puedo sentir nada, yo no tengo corazón… -le respondió.
Ojalá yo no lo tuviera, es mejor no tener corazón que tenerlo roto –aseguró ella.
El le contó su historia, le habló lo mucho que le gustaría poder sentir algo, ser como los demás, reír y llorar, pero eso solo sería posible si alguien le cediera una parte de su corazón.
La muchacha sonrió por primera vez desde que llegó a la cabaña, se acercó a su salvador, le besó en la mejilla y le ofreció su corazón.

sábado, 18 de julio de 2009

El corazón compartido. (1ª parte)


Erase una vez, hace muchos, muchos años, en un pequeño pueblo entre montañas vivía una familia. Era una familia absolutamente corriente, tenían una pequeña granja y un pequeño huerto que les daba lo suficiente para vivir. Era una familia más, como las demás que vivían en el valle. El padre trabajaba los campos y se cuidaba de los animales, la madre se ocupaba del huerto y del cuidado de sus dos hijas pequeñas, y además hacia las más ricas confituras de toda la comarca. Se sentía un poco cansada, estaba esperando su tercer hijo y estaba en la recta final de su embarazo. Deseaba por encima de todas las cosas que esta vez fuera un niño. Aunque cuando se lo comentaba a su marido este siempre le decía que daba igual lo que fuera, que no cambiaría a sus niñas por nada del mundo, ella sabía que un niño les ayudaría mucho en el trabajo de la granja.
Estaba tan obsesionada con eso, que cuando supo que estaba embarazada acudió a la vieja Molly, una anciana que vivía en una pequeña cabaña en el bosque, que tenía fama de hechicera y a quien muchas veces acudían buscando remedio para mil cosas, desde remedios para quitar las verrugas a pócimas para el mal de amores. Algunos la consideraban una loca, otros una charlatana, pero los que habían recibido alguno de sus remedios o emplastos la consideraban casi una santa, sus recetas sencillas y caseras funcionaban mucho mejor que los carísimos medicamentos del médico local.
Cuando llegó a la cabaña de Molly, esta nada más verla le adivinó a lo que venía, le toco la barriga y le dio a beber una infusión de bayas del bosque, de sabor dulce y agradable. La miró a los ojos y le dijo que sí, que esta vez sería un niño. Estaba tan contenta que no se fijo en que la cara de la anciana se había quedado lívida por un segundo antes de darle tan buenas y ansiadas noticias. Se despidió no sin antes prometerle sus mejores confituras.
De eso hacía casi ocho meses, desde el principio fue un embarazo muy tranquilo, ni una sola molestia, ni una arcada, nada… se sentía llena de energía y vitalidad. Y ya que se acercaba el momento del alumbramiento, estaba impaciente porque se produjera, deseaba verle la carita a su pequeño, pero sobretodo ver la gran alegría que se llevaría su esposo al ver a su primer hijo varón.
Estaba tan ensimismada en esas reflexiones que no se dio cuenta que había una visita en la entrada. La vieja Molly, que casi nunca salía de su cabaña, estaba en el umbral de su casa. En ese momento sintió las primeras contracciones, el bebe iba a nacer.
Molly se acerco hacia ella y sujetándola para que no cayera, la acompañó hasta la habitación y allí la acostó en la cama. Tranquilizo a las niñas que estaban muy asustadas pues no sabían que le pasaba a su madre, y les ordenó que fueran a buscar a su padre.
Fue un parto muy rápido, todo parecía ir bien, pero el niño no lloraba, ni con los tradicionales azotes en las nalgas, lo raro es que el niño estaba morado, y tenía los ojos muy abiertos y movía las manitas. Estaba vivo, de eso no había duda, pero ¿por qué no había llorado como los demás bebés?
Es un niño muy especial –le dijo Molly. Es un niño sano y fuerte, pero no tiene corazón. No tiene sentimientos y no puede sentir emociones. Por eso no ha llorado y por eso jamás reirá, ni podrá sentir amor u odio. Pero por lo demás será un niño normal.
Los años fueron pasando, el niño fue creciendo, pero pronto se hicieron evidentes sus diferencias con el resto de los niños. Nunca reía, ni lloraba, ni sentía miedo o temor. Los demás niños le tenían miedo y se apartaban de él. Algunos lo consideraban un monstruo, y no querían que sus hijos tuvieran contacto con el. Cuando tuvo la edad de empezar en la escuela, tuvo que intervenir el párroco para calmar los ánimos de los padres que no querían que el chico fuera a la escuela. Gracias a él, que apeló a los buenos sentimientos, pero sobretodo porque amenazó con excomulgar a todos los que se opusieran a la escolarización del chico, este pudo recibir clases como todos sus compañeros.
Y demostró que su falta de sentimientos no implicaba que no fuera inteligente. En poco tiempo superó a todos sus compañeros, pero como tampoco era soberbio o vanidoso ni se jactaba de sus triunfos, fue ganándose sino el afecto, si la admiración de sus compañeros. Y como además no sentía nunca miedo, era el primero en los juegos más arriesgados o en las travesuras más peligrosas, poco a poco fue haciendo amigos.
Sus logros académicos llamaron la atención en toda la comarca, y le concedieron una beca para ir a estudiar a una prestigiosa universidad de una gran ciudad. Era una gran oportunidad para el hijo de un granjero y no podía desaprovecharla. La mañana de la partida, su madre lloraba no se sabía muy bien si de pena o de satisfacción, y llenaba a su hijo de besos, él mostraba su cara indiferente de siempre, no podía sentir pena ni nostalgia.
Al llegar a la ciudad, lo primero que hizo fue buscar un alojamiento adecuado a sus posibilidades. Le habían dado la dirección de una pensión cercana a la universidad, económica pero limpia y bonita. La patrona era una viuda de mediana edad, ajada por el tiempo y el duro trabajo, tuvo que luchar para sacar adelante a dos hijos cuando su marido falleció a una edad muy temprana, pero su aspecto era bondadoso y dulce. Le sonrió al entrar, le presentó a sus hijos, un chico y una chica que la ayudaban en la pensión y le acompañó a su habitación, en la buhardilla del edificio, pequeña pero muy acogedora. Le explicó las normas y los horarios de las comidas y le dejo que se instalara. Le llevó poco tiempo acomodarse, solo había traído lo imprescindible.
Al día siguiente empezó la universidad. Había elegido estudiar astronomía, le gustaban las ciencias exactas, desprovistas de emoción como él. Encajó muy bien en el ambiente universitario, las clases ocupaban casi todo su tiempo, y cuando llegaba a la pensión, ayudaba a la patrona y se sacaba un dinerito para comprar libros y materiales para sus clases, y pasaba gran parte de la noche observando el cielo o inmerso en complicados cálculos.
Tan enfrascado en sus estudios estaba, que no se dio cuenta que la hija de su patrona, una joven de extraordinaria belleza que tenía enamorados a todos los jóvenes de la ciudad, se había prendado de él, y siempre buscaba su compañía, y quedarse a solas con él. Y una noche, mientras estaba estudiando un complicado problema matemático, la joven se presentó en su habitación para confesarle su amor, llevaba su mejor vestido y un peinado muy favorecedor, convencida que su belleza le haría caer rendido a sus pies. Con lo que la joven no contaba era con la total indiferencia de él. Lloró y suplicó, pero el no sólo no sabía lo que era el amor, tampoco podía sentirlo, y aunque trató de explicárselo, ella no quería creerlo, le dijo cosas horribles y le llamó monstruo saliendo de la habitación furiosa, decidida a hacerle pagar caro su despecho. El siguió como si nada hubiera pasado, sumido en sus cálculos.
Pero a la mañana siguiente, muy temprano subió la patrona muy enfadada. Le acusó de haber traicionado su confianza, lo había tratado como a un hijo y el se lo había pagado aprovechándose de su pobre hija. Le dio el tiempo justo de recoger sus cosas y marcharse antes de que avisara a las autoridades, denunciándolo por haber intentado forzar a su hija.
Se marchó de la pensión lo más rápido que pudo, pensando donde iría, pues en la universidad sería el primer lugar que lo buscarían. Decidió volver a su pueblo, a su casa, no por nostalgia, sino por ser el único sitio que conocía. Al llegar a su casa le explicó a sus padres lo que le había ocurrido, no lo entendía, el no le había hecho nada a la chica, pero nadie le creía, no le habían dejado explicar la verdad. Por eso había huido, porque nadie le creía, le condenarían a pesar de ser inocente. Su madre le dijo que no se preocupara, que lo protegerían. Pero él sabia que allí seria el primer lugar donde lo buscarían, por eso su madre le aconsejo que fuera a visitar a la vieja Molly, quizás pudiera ayudarle, y vivía en lo profundo del bosque, nadie lo buscaría allí.
Llegó a la cabaña de Molly, que parecía estar esperándolo. Le recibió con los brazos abiertos y lo alojó en su cabaña. Le ayudaba a recoger plantas para sus remedios y ella le explicaba los secretos de su arte, y por las noches iba a un claro del bosque a observar el cielo nocturno que tanto había estudiado. Pero una noche se quedó en la cabaña junto a Molly y le preguntó porque era diferente, porque no podía tener sentimientos ni emociones como toda la gente. Ella se quedó un rato meditando la respuesta y le contestó que el tenía una pequeña particularidad, no tenía corazón. El se quedo extrañado, eso no podía ser, sin corazón no podría vivir, la sangre no circularía, eso lo había aprendido en sus estudios. Pero ella le dijo que hay muchas más cosas en el mundo de las que se enseñan en las universidades, cosas que no pueden explicar los sabios, y el era la prueba, le llevó su mano al pecho para que sintiera sus propios latidos, no pudo encontrarlos… Se quedó callado un rato, pensando como hacer la pregunta que le estaba naciendo en la mente. Por fin encontró las palabras adecuadas, le preguntó si había alguna posibilidad para él de tener un corazón. Quería ser como los demás, quería reír y llorar, tener amigos, sentir alegría y pena, y enfadarse como todos los demás. Ella se lo quedó mirando, y le dijo que la única solución es que alguien libremente decidiera compartir su corazón con el. Pero ¿quién querría compartir su corazón con él?
(Continuará)


jueves, 9 de julio de 2009

La Sirena


Nací en una pequeña aldea de pescadores, junto al Cantábrico, en un lugar mágico donde se juntan el cielo, la tierra y el mar. Mi padre era pescador, tenía un pequeño barquito con el que cada día se hacía a la mar para poder mantenernos. Mis primeros recuerdos están ligados a esa playa y al mar, pasaba más tiempo allí, jugando con las olas, y buscando conchas... Me gustaba tanto estar allí, que muchos días me escapaba de la escuela, sólo por pasarme las horas en la playa... Mi madre estaba un poco preocupada, y me castigaba, pero mi padre me comprendía muy bien, y le decía a mamá que yo había nacido con el mar en las venas, lo mismo que le pasaba a él, que cuando había mala mar y no podía salir, estaba como ausente...

Así fui creciendo, y por desgracia, llegó un tiempo en que tuve que dejar mi aldea, tenía que irme a una ciudad a estudiar, una ciudad cercana pero situada tierra adentro, lejos de mi playa... De nada me sirvieron mis argumentos ni los lloros, mi madre no quería que me quedara anclada en esa vida de miseria, quería que estudiara y que progresara y tuviera lo que ella pensaba que sería un futuro mejor. Me marché una mañana de otoño, con el sol sembrando de diamantes la superficie del mar, una imagen que quería conservar en mi memoria, para siempre.

Los años que pasé allí fueron muy tristes, y me temo que bastante baldíos, sólo soñaba con volver a mi playa, a mi mar... Me pasaba las horas muertas dibujándola, con el mar en calma, en días de tormenta con el mar embravecido, los peligrosos acantilados…

Hasta que ya no pude más y me escapé de casa de mis tíos, sólo cogí una pequeña mochila, mis libretas de dibujo y los lápices de colores, y un pequeño mapa que robé de la biblioteca del colegio.
No me asustaba nada, ni la larga caminata, ni pasar la noche al raso. Sí, supongo que era un poco inconsciente, pero era joven y quería volver al lugar al que pertenecía. Tardé tres días en llegar a mi playa... y esta vez no me marcharía de allí. Era una clara noche de luna llena, una hermosa noche de primavera, el mar estaba en calma como invitándome a unirme con él... dejé todas mis cosas en la orilla y no me lo pensé dos veces, me sumergí en ese mar tranquilo, sintiendo una paz y una extraña calma dentro de mí... Nadé más y más lejos, más allá del horizonte, hasta que empecé a cansarme, y entonces las vi, no podía creerlo eran sirenas, las criaturas más bellas que jamás había visto. Ellas me llevaron hasta el fondo, donde tienen su morada en palacios de coral...

Ahora soy una más de ellas, y nunca he sido más feliz. Las claras noches de luna llena salgo a la superficie, y nado hasta una playa, donde cada noche una pareja de ancianos miran hacia el mar, como si esperaran que les devolviera algo muy querido...."


sábado, 4 de julio de 2009

Vacaciones en el Paraíso.


Hoy quiero contaros la historia de un amigo mío, un investigador privado al que conocí en Nueva York, hace unos años. James trabaja para una prestigiosa agencia de detectives, siendo uno de sus mejores agentes, mano derecha y hombre de confianza de su jefe. Juntos llevan media vida dedicados a perseguir malhechores y criminales, resolver algunos casos que la policía no conseguía esclarecer, pero los casos que mas fama les dieron fueron el rescate de la mascota de una rica heredera, secuestrada por su mayordomo; y el caso de la desaparición de las joyas de cierta famosa actriz de culebrones. Casos que les reportaron enormes beneficios, no solo monetarios, sino también de clientela de las altas esferas.
Por suerte, de la clientela se ocupa su jefe; el prefiere encargarse de investigar los escenarios de sus casos, tiene un auténtico don para ello, es capaz de encontrar la más mínima pista en los lugares más difíciles o insospechados.
Le gusta su trabajo, pero últimamente se sentía un poco cansado. Así me lo confesó, la última vez que nos vimos. Habíamos quedado en un club de jazz, un local pequeño y acogedor, nada que ver con esos lugares de moda donde apenas puedes disfrutar de la música. Aquí destacaba sobretodo la presencia de una joven cantante de color con la voz más dulce y aterciopela que he escuchado nunca, era pequeña y menuda, de aspecto corriente y con aire de ser algo tímida, pero en cuanto sonaban las notas del piano que la acompañaba, se transformaba absolutamente, era la estrella. En ese momento estaba cantando Moon river. James, con un vaso de bourbon en la mano y los ojos extrañamente húmedos, me dijo que necesitaba unas vacaciones, que no aguantaba más. Me fijé en su aspecto desaliñado, sus ojos cansados y las enormes bolsas bajo ellos, su barba de cuatro días, su cabello rubio siempre tan repeinado y ahora muy descuidado… todas las evidencias señalaban que no estaba en su mejor momento.
De todo esto ha pasado más de un mes, yo regresé a mi vida diaria de trotamundos y no había vuelto a tener noticias de él, no es algo que me extrañe, suele pasar a menudo, es mi mejor amigo en este mundo pero nuestras vidas nos llevan por caminos diferentes, eso si, cuando nos necesitamos siempre sabemos donde encontrarnos.
Pero esta mañana he recibido una carta suya ¡¡desde la Polinesia Francesa!! Decía así:
“Mi muy querida Jengibre.
¡¡Estoy de vacaciones en la polinesia!!
No me lo he pensado más, le dije al jefe que me marchaba, como es natural hizo lo que hace siempre, intentar convencerme que soy imprescindible, que estamos hasta el cuello de trabajo, pero creo que vio en mi cara que no le estaba pidiendo permiso, que me marcharía sí o sí, y mascullando una maldición, me dejó marchar.
Y aquí estoy, en una isla de nombre impronunciable pero de belleza arrebatadora. Seguro que el paraíso terrenal estaba por aquí cerca. Me siento un hombre nuevo, relajado y sin estrés, no me reconocerías. Cuando subí al avión me sentí un poco raro, es la primera vez que viajo solo pero se que esto es lo mejor que he hecho en mucho tiempo. Me alojo en un hotel pequeño y coqueto, las habitaciones son cabañas de madera siguiendo el estilo autóctono, pero lo mejor de todo están situadas en el mar, sobre pilones de madera… es fantástico ¡¡¡tengo una maravillosa vista del océano!!! Y ya sabes lo mucho que me relaja el mar.
Por eso, lo primero que he hecho al llegar ha sido darme un baño en este mar de aguas turquesa y cristalinas, tan limpias que puedes ver el fondo. Y ha sido sumergirme y sentir como todos mis problemas se desvanecieran. He salido del agua relajado y feliz, dispuesto a disfrutar del maravilloso espectáculo de una puesta de sol en esta hermosa playa de arenas blancas, casi desierta. Así que me he estirado en una hamaca, saboreando la quietud y el silencio del lugar.
Pero de repente un llanto ahogado rompía el silencio, extrañado busco el origen de ese llanto, porque ¿Quién podría sentirse desgraciado en un lugar así? La única persona que esta en la playa es una joven que llora desconsoladamente con la cabeza enterrada entre sus manos. Me acerqué a su lado y le pregunté que le sucedía, un caballero siempre consuela a una dama en apuros… Levantó su cabeza con aire de no entender nada de lo que había dicho, y me maldije entre dientes por creer que todo el mundo habla mi idioma. Intenté recordar lo poco de francés que sabía, pero con sus bellísimos ojos clavados en mí, era incapaz de pensar, son tan azules y transparentes como ese mismo mar, y en ellos se refleja una tristeza infinita.
Esos ojos me tienen como hipnotizado, cuando consigo reponerme de su hechizo la miro con más atención, la miras con atención, su piel es tan blanca que parece de nácar, y su pelo largo y rojizo es tan suave como la seda; es tan pequeña y menuda que casi parece una niña, una niña perdida y muy triste. Miro otra vez esa carita preciosa y sentí deseos de abrazarla y protegerla, ¿Quién querría hacer daño a una criatura así? Le dediqué mi mejor sonrisa e intente decirle mediante gestos, que no le haría daño, que era un amigo. Me sentí un poco ridículo, pero parece que me ha entendido y me regala una tímida sonrisa, sus labios tan rojos como el coral esbozan una sonrisa que ilumina su pálida cara, casi parece una estrellita perdida. Vuelve a mirarme fijamente a los ojos, y por un segundo creo que me he vuelto loco, juraría que sus ojos me hablaban, y debe ser verdad porque he entendido que está muy enferma, que necesita llegar al mar o morirá sin remedio y está demasiado débil para hacerlo por si misma. Me levanté como movido por un resorte, la cogí en mis brazos, ligera como una pluma, y creo que en mi vida he corrido tan rápido como en ese momento, camino del agua. Me sumergí, todavía con ella todavía en mis brazos, temía soltarla, como si pudiera protegerla de lo que fuera que la estaba haciendo daño.
Conforme el agua va cubriendo su blanca piel, voy notando como toda ella va volviendo a la vida, su carita triste se transforma, pero sigue abrazándose a mi, como se abrazaría un naufrago a su tabla de salvación.
Le pregunté si estaba mejor, aunque era obvio que se estaba recuperando. Ella asintió con la cabeza, me sonrió y volvió a hablarme con la mirada.
-Me has salvado la vida, al menos por un tiempo –me dijo. Te estoy muy agradecida. Tienes un corazón generoso, me has ayudado sin conocerme y sin ni siquiera hacerme una pregunta, sin juzgarme a pesar de ser diferente…
-Tenía un montón de preguntas que hacerte, pero parecías tan frágil que lo demás podía esperar –le contesté.
Me prometió contarme su historia esa misma noche, cuando saliera la luna, pero que debía dejarla sola. Ya sabes tú como me gustan las historias y los misterios, por eso asentí y la deje que se marchara nadando.
Regresé al hotel, me di una rápida ducha y bajé al comedor o me quedaría sin cenar, casi estaban a punto de cerrarlo. La sala esta casi desierta, apenas un par de clientes, un matrimonio mayor, jubilados, y por su aspecto seguramente son alemanes o suecos; posiblemente su primer viaje transoceánico después de toda una vida de trabajo y, seguramente, con una pensión elevada, dispuestos a disfrutar de su bien merecido descanso. Lo que más me ha llamado la atención es la camisa hawaiana, absolutamente llamativa, de él, chocando con el bonito vestido de noche que lleva ella, elegante y discreto, que le favorece y le da un aire de serena belleza; el pelo, de un gris plateado, peinado con un sencillo recogido, similar al que hizo famoso aquella actriz, que desayunaba en Tiffany’s; apenas se ha maquillado, un toque de rouge en sus labios, pero no necesita nada más. Me he quedado tan abstraído mirándolos que quizás ha sido poco delicado por mi parte y ellos se han dado cuenta de mi interés. Me he disculpado torpemente, completamente ruborizado cuando ella me ha mirado a los ojos y me ha dedicado una de las sonrisas más cálidas que he visto en mi vida. Me he sentido como un tonto, no quería ofenderlo, por suerte no se lo han tomado a mal. He apurado mi copa de vino, y me marché del comedor, mis pasos se dirigían, por instinto y costumbre, hacia el bar, nada como el bourbon o un buen whisky de malta para calmar la inquietud que siento, pero esta noche quiero mantenerme sereno, a medianoche tengo una cita con una enigmática y bellísima criatura, y ya he olvidado la última vez que me sucedió algo así.
Por un momento, al contemplar a la pareja del comedor, sentí una punzada en el corazón y una envidia tremenda. Por un momento deseé estar en el lugar del tipo de la camisa hawaiana. Se les veía que todavía estaban enamorados, sus miradas y gestos trasmitían esa complicidad que sólo se logra tras toda una vida juntos. Y, de pronto, sentí que quizás eso del compromiso no estuviera tan mal, después de todo. Claro que con mi trabajo se hacía difícil llevar una vida familiar normal, o eso es lo que siempre había esgrimido para no comprometerme, de acuerdo, la vida de un investigador privado es un poco complicada, procesando escenarios, cada cual más sórdido, indagando por los bajos fondos de la ciudad, despertarse entre los brazos de la femme fatale de turno, con una resaca tremenda, la cabeza a punto de reventar y sintiendo un vacío enorme en tu interior. A pesar de mi juventud, me siento muy viejo por dentro. Sí, estaba claro que necesitaba un cambio en mi vida, por eso estoy aquí, y nada sería lo mismo cuando regresara a casa, si es que decido regresar…
Y aquí estoy, escribiéndote estas líneas y esperando que salga la luna. Prometo contarte todo lo que pase esta noche, se lo mucho que te gustan las historias, me has contado tantas… Se despide por ahora.
J.
(Continuará)


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